La crisis de Bielorrusia

Aunque parece que la emergencia ha pasado por ahora, se puede decir que Putin y Lukashenko han triunfado. Se ha debilitado más la posición de la Unión Europea como institución construida sobre unos valores

SR. GARCÍA

La “emergencia” migratoria más reciente de la Unión Europea se ha dado por terminada, de momento. A pesar del ostracismo en el que se encuentra Bielorrusia, Lukashenko consiguió hablar por teléfono con Merkel. Bielorrusia trasladó a la ...

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La “emergencia” migratoria más reciente de la Unión Europea se ha dado por terminada, de momento. A pesar del ostracismo en el que se encuentra Bielorrusia, Lukashenko consiguió hablar por teléfono con Merkel. Bielorrusia trasladó a la gente que se amontonaba en la frontera con Polonia a unas naves provisionales más protegidas y empezó a repatriar a los iraquíes, que habían pagado enormes sumas de dinero por la promesa de llegar a la UE a través de ese país. Pero la crisis no solo se ha cobrado un precio muy elevado en el sufrimiento de quienes solo querían huir de sus respectivos países —han muerto al menos ocho personas—, sino que es posible que acabe siendo también un duro golpe a la evolución futura política del bloque comunitario, porque ha puesto en tela de juicio la legitimidad de la UE como autoridad política que se apoya en unos valores comunes.

Las migraciones son el talón de Aquiles de la UE, su punto débil y posiblemente fatal. La UE se considera una “potencia normativa”, por utilizar la celebrada expresión de Ian Manners. Se define como una institución que representa a un grupo de naciones unidas por unos valores comunes: paz, derechos humanos, democracia, solidaridad y el Estado de derecho. Sin embargo, si los líderes europeos no cambian su retórica y sus políticas, la cuestión migratoria hará el juego a la derecha populista, como ya está ocurriendo, y puede llegar a socavar los cimientos de la Unión.

Cada vez que llegan a distintos lugares del continente refugiados y solicitantes de asilo que huyen de la guerra, la persecución y el hambre, se declara una “emergencia”. Hay ejemplos como los de Lampedusa (2004 y 2011), la frontera entre Grecia y Turquía (2010) y el éxodo sirio (2015 y 2016). El lenguaje se vuelve cada vez más beligerante y se echa la culpa a los que manejan el “tráfico ilegal de personas”. La UE ha dicho que la crisis más reciente era una “guerra híbrida”; en esta ocasión, los enemigos no son los contrabandistas sino Lukashenko y Putin. En el canal de la Mancha está desarrollándose una crisis similar. El 24 de noviembre fallecieron 27 personas que trataban de cruzar en bote de Francia a Gran Bretaña, lo que ha dado pie a una nueva andanada de retórica hostil entre ambos gobiernos, por si no bastara con los problemas del Brexit.

Se puede alegar que esta retórica hostil es consecuencia de las crisis, y no a la inversa. La migración ha ayudado a la derecha populista a obtener más apoyos, porque apela a los peores instintos y miedos de la gente. Para contrarrestar la tendencia, los políticos tradicionales cultivan también esos sentimientos y repiten sus argumentos. Quieren demostrar que tienen una posición dura respecto a los inmigrantes y se dedican a hacer declaraciones, asignar una cantidad cada vez mayor de dinero y recursos para reforzar la seguridad de las fronteras, las tecnologías necesarias y la vigilancia marítima y aprobar normas más estrictas para los inmigrantes. Sin embargo, el cierre de las rutas legítimas significa un mayor uso de las rutas más peligrosas, porque los que quieren venir no tienen otra opción. El endurecimiento de las fronteras, el refuerzo de la vigilancia y el aumento del número de contrabandistas se han convertido en una dinámica que se retroalimenta y crea un sistema cada vez más interdependiente, que Ruben Andersson ha denominado “Ilegalidad S. A.”. El resultado son crisis constantes que impulsan a la derecha populista. De hecho, el inmenso esfuerzo desplegado para impedir que la gente entre en la Unión Europea es lo que convierte la migración en un problema de seguridad.

En realidad, el número de personas que arriesgan la vida en esos viajes tan peligrosos es muy pequeño en comparación con el de inmigrantes que entran en la UE de forma segura y legal. En 2019, el último año para el que se dispone de cifras, el número de inmigrantes de fuera de la UE ascendió a 2,7 millones, y muchos más si se cuenta a los que se trasladaron de un país de la Unión a otro; en noviembre, en la frontera polaca, solo hubo 2.000, según los cálculos de la ONU, o entre 3.000 y 4.000, según Bielorrusia. Este año han atravesado el Canal 26.000 personas, frente a 800 en 2019. Las migraciones son un elemento inevitable de nuestro mundo globalizado y de las profundas desigualdades entre el Norte y el Sur del planeta. Europa, con una población envejecida, necesita como sea más gente en edad de trabajar.

Las consecuencias de cortar la inmigración se ven con claridad en la situación del Reino Unido tras el Brexit, con una escasez de camioneros, trabajadores agrarios, sanitarios y profesionales asistenciales que ya está repercutiendo en la calidad de la vida cotidiana: estantes vacíos en los supermercados, falta de alimentos frescos y listas de espera cada vez mayores para recibir atención sanitaria y social. Según los datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONS), en la actualidad hay 1,1 millones de puestos de trabajo sin ocupar en el Reino Unido, la cifra más alta desde que existen registros (desde 2001). Si los políticos adoptaran una retórica distinta sobre la cuestión migratoria, se facilitaran rutas de acceso legales y seguras, se destinara dinero suficiente a los servicios públicos y se elogiara la aportación de la inmigración a la prosperidad y la cultura, estas “emergencias” constantes se desvanecerían.

Es evidente, claro está, que la crisis de Bielorrusia la han provocado Lukashenko y Putin. Es un intento deliberado de demostrar la hipocresía de la UE. Y esta cayó trágicamente en la trampa; en vez de ofrecer rutas seguras y legales a las personas apiñadas y congeladas entre Bielorrusia y Polonia, envió dinero y tropas para reforzar la frontera y respaldó en todo momento al Gobierno polaco de extrema derecha, a pesar de sus ataques al Estado de derecho y los valores democráticos. Fue la sociedad civil la que tuvo que ayudar a la gente. Y, aunque parece que la crisis ha pasado por ahora, se puede decir que Putin y Lukashenko han triunfado. Se ha debilitado más la posición de la UE como institución construida sobre unos valores. El régimen polaco ha salido reforzado, con el apoyo total de la Unión pese a sus muestras de desprecio por el Estado de derecho, y ha proporcionado un nuevo ejemplo que la extrema derecha sabrá aprovechar. Mientras los líderes europeos no empiecen a decir cosas distintas sobre la migración ni desarrollen una estrategia multilateral coordinada, seguirá habiendo crisis que alimentarán a la derecha populista y desmentirán la afirmación de que la UE es una potencia normativa.

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