Ya no queremos trabajar más (así no)

El trabajo tal y como lo conocemos ha fracasado y esto es algo que sentimos y sabemos todos, aunque hasta hace poco pareciera imposible decirlo en alto, pues en nuestra cultura el empleo es un bien supremo y la del trabajo una ideología sagrada

Oficina sin trabajadores por la Covid.Olmo Calvo

“Ya no queremos trabajar. Parece que estemos en un período de insurrección contra el sistema laboral. Pero esto es tan sólo mera apariencia. Mirándolo de cerca, nos damos cuenta de que lo que vivimos es un momento de insurrección contra el absurdo, ahora punzante, del trabajo en general, una insurrección racionalmente correcta, y que lo es justamente porque el trabajo se antoja un hecho irracional”. Quien así habla es el modesto anarquista Giuseppe Rensi que tendría hoy ciento cincuenta añitos y de quien la editorial Firmamento acaba de reeditar su ensayo Contra el trabajo. Lo curioso (...

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“Ya no queremos trabajar. Parece que estemos en un período de insurrección contra el sistema laboral. Pero esto es tan sólo mera apariencia. Mirándolo de cerca, nos damos cuenta de que lo que vivimos es un momento de insurrección contra el absurdo, ahora punzante, del trabajo en general, una insurrección racionalmente correcta, y que lo es justamente porque el trabajo se antoja un hecho irracional”. Quien así habla es el modesto anarquista Giuseppe Rensi que tendría hoy ciento cincuenta añitos y de quien la editorial Firmamento acaba de reeditar su ensayo Contra el trabajo. Lo curioso (y maravilloso), es que sus viejas tesis radicales y minoritarias —que sus coetáneos Benedetto Croce y Giovanni Gentile trataron de arrinconar— se están volviendo hoy generalistas. En el año 2021, a pesar de la crisis y a incertidumbre, cada vez son más los empleados que se rebelan contra las reglas obsoletas del trabajo y renuncian al “privilegio” del empleo.

Abajo el trabajo podría parecer un lema sindical o juvenil, pero en este momento parece ser el claim de un país entero, Estados Unidos, precisamente la cuna que mejor ha sabido mecer al mercado, al dinero y todos sus caprichos. Allí donde todo está en venta, resulta que la fuerza laboral renuncia a cobrar su parte. A nadie parece gustarle su empleo y hasta los trabajadores perfectos de Google, aquellos que jugaban al ping pong y trabajaban en parques empresariales más cercanos a guarderías de diseño que a las viejas fábricas, han creado su propio sindicato. El fenómeno se conoce como la gran dimisión y supuso en agosto de este año la renuncia de 4,3 millones de trabajadores, el 2,9% de toda la fuerza laboral del país. En septiembre, las renuncias se elevaron a 4,4 millones y por segundo mes consecutivo la oferta de trabajo superó a la demanda.

Ante semejante corte de mangas a la idea misma del trabajo, los headhunters tratan de buscar razones técnicas (aumento de rotación, subida de salarios…), económicas (intervención de bonos estatales por la Covid, inflación, ahorro…) o sanitarias (nuevas exigencias sanitarias por parte de los trabajadores…) para convertir el fenómeno en gráficas y variables que permitan la creación de un modelo predictivo. Sin embargo, cualquiera que tenga un empleo sabe que algunas de las causas más importantes de la desafección laboral no caben en ninguna gráfica. O desde luego no en los parámetros habituales. Estoy hablando de razones como el hartazgo, la revelación o el propio sentido de la vida.

Me atrevo a decir que este movimiento laboral es más sentimental que analítico, pues la pandemia —la idea misma del fin del mundo— ha hecho que el corazón entre en escena y se ponga a pensar. La vida no es igual cuando aceptas su fragilidad que cuando te inventas una idea inútil de progreso y la Covid ha hecho que el velo de la seguridad caiga. El show de Truman del trabajo ha terminado y a nadie le salen ya las cuentas, no del banco, sino las de la vida, que son a la vez distintas y más importantes. Con todo, las gráficas dicen que en España nos mantenemos sumisos a la ideología que presenta el trabajo como un privilegio y que aún estando frustrados nos mantenemos atados económica y vitalmente a nuestros empleos. Sin embargo, como la estadística es una herramienta de conocimiento insuficiente, conviene escuchar también a los poetas y no solo a los analistas de vez en cuando. En España no estamos dimitiendo en masa, pero la poeta Adriana Bertrán Ania se ha subido esta semana a un escenario de Barcelona para declamar su poema El cuarto lado del triangulo, justo cuando millones de personas renunciaban a su empleo al otro lado del Océano. Las mariposas y sus efectos, ya saben. Les comparto unos versos. Lo llaman conciliación como si la vida y el trabajo estuvieran ligeramente enfadados/ pero la maestra pudiera llevarlos a un rincón tranquilo del patio/ donde decirse Perdón y estrecharse las manos. / Dejémenos de fantasías de “necesito días/ de veinticinco… no, mejor ¡de treinta horas”,/ porque ojalá el mercado nunca pueda/ decidir la duración de la rotación de la Tierra.

Las cuentas no salen y además no le salen a nadie en ningún trabajo y en ninguna parte del mundo, tampoco entre los mejores sueldos ni en los mejores puestos. O quizás especialmente en estos, pues ellos tienen mayor capacidad de ahorro y por tanto de elección (o frustración). De hecho, algo que sí sucedió en España el año pasado fue que el 77% de los directivos desearon abandonar su empresa después de lo más duro del confinamiento. Los trabajadores mejor pagados estaban tan quemados como los más precarios. El motivo en su caso no era el sueldo ni las condiciones, sino la deficiente gestión de la pandemia por parte de sus empresas (injusticia, falta de coherencia, ausencia de amparo para los trabajadores, nula retención del talento…) y la falta de sentido de sus vidas al dedicarlas a un proyecto con cuya misión y valores ya no comulgan. En aquel momento, aquello pareció un calentón pasajero, sin embargo pudo ser el primer aviso.

El trabajo tal y como lo conocemos ha fracasado y esto es algo que sentimos y sabemos todos, aunque hasta hace poco pareciera imposible decirlo en alto, pues en nuestra cultura el empleo es un bien supremo y la del trabajo una ideología sagrada, incluso aunque esté patriarcalizada o precarizada. Sin embargo, cada vez es más evidente que la vida, según la vieja fórmula de Robert Owen (ocho horas de trabajo, ocho de sueño y ocho de ocio) ni es eficaz ni tiene sentido. Desde luego no lo es sin una legión de mujeres cuidadoras que trabajen dieciocho horas en la atención de la casa, la prole y quienes precisan cuidado. Sin la vieja división sexual del trabajo, resulta que los repartos no salen y la vieja ecuación resulta rígida, ineficaz e insoportable para todos (y especialmente para todas, que seguimos ganando menos y cargando con mayor carga de cuidados). Es hora de poner el corazón y los anhelos en el centro porque, en este momento, nada será tan rentable como escuchar el sentimiento de los trabajadores. Puede que quienes estén negociando la última reforma laboral en España no lo sepan, pero la fuerza laboral evoluciona y crece mucho más rápido que sus promesas.

Hoy en España millones de trabajadores se sienten superados, tristes y extenuados y piensan que su vida profesional no tiene sentido, que la conciliación es imposible, que no encuentran lo que están buscando y que no hay retribución capaz de hacerles olvidar que están malvendiendo sus vidas, cuando ninguna vida debería tener precio. Quizás crean que sus ideas son circulares o que no sirven para nada y, sin embargo, sus sentimientos y su aflicción —que es la de todos— está cambiando el mundo aquí y ahora, igual que lo hicieran las viejas ideas de Giuseppe Rensi que hoy, por fin, levantan la cabeza.

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