Sobre la candidatura de Sérgio Moro a la presidencia de Brasil

Alguien tendrá que explicarle al exjuez a cargo de la ‘Lava Jato’ que la política es distinta a condenar o absolver

El exjuez brasileño Sergio Moro saluda durante una reunión con simpatizantes, el 10 de noviembre en Brasilia.Joédson Alves (EFE)

El exjuez Sérgio Moro, paladín de la Lava Jato, considerado un duro sin matices, ha decidido entrar en el complejo y maleable mundo de la política. Y se le ve en sus primeras entrevistas como un niño con zapatos nuevos. Quizás tenga, sin embargo, que entender que hacer política es diferente a hacer justicia. El juez condena o absuelve. La política, al revés, ha sido definida como el “arte del compromiso”. La justicia es blanco o negro. La pol...

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El exjuez Sérgio Moro, paladín de la Lava Jato, considerado un duro sin matices, ha decidido entrar en el complejo y maleable mundo de la política. Y se le ve en sus primeras entrevistas como un niño con zapatos nuevos. Quizás tenga, sin embargo, que entender que hacer política es diferente a hacer justicia. El juez condena o absuelve. La política, al revés, ha sido definida como el “arte del compromiso”. La justicia es blanco o negro. La política es calidoscópica con mil formas y colores.

En la política el no a veces es sí y al revés. En la justicia se es criminal o inocente. Un juez que de repente quiere dar el salto a la política es como el tenista que quiere ser surfista. No es lo mismo jugar en tierra firme que en la complejidad de las olas del mar.

Cuando el rígido juez Moro del día a la noche quiere jugar a ser político tiene que aprender antes que entra en un juego que si pretende convertirlo en tribunal de justicia está llamado al fracaso. Cuando afirma, por ejemplo, que también en los partidos hay “gente buena” es la mejor confesión de no haber entendido que la política es el difícil y complejo juego del compromiso, como lo es la diplomacia.

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La política democrática, con todos sus fallos y defectos, con todos sus compromisos y corrupciones evita muchas guerras. La política está entrañablemente ligada al diálogo, al tú a tú con la gente, a saber entender las debilidades de las personas, sus crisis y angustias.

La política, al revés que la justicia, debe ser caliente, empática, compasiva. Se hace más política en la calle que en la frialdad de los gabinetes, a la luz más que en las sombras. El político necesita saber llorar y reír, jugar y entender el dolor y la compasión. Se puede ser un magnífico juez, severo y fustigador, impasible y un mal político. No es que un juez no pueda transformarse en un buen político, pero nada puede ser peor que querer pasar de repente de ser burócrata a actor de teatro.

Moro podrá probar a dar el salto a la política pero para ello deberá antes hacer un aprendizaje. Aprender a ser moldeable, saber escuchar y reconocer sus errores y hasta sus pecados como juez. De ahí el que hoy la gente se pregunte si el juez conocido por su rigidez y por sus sentencias sin apelación y hasta parciales será capaz de repente de saber bucear en el mar complejo y enmarañado de la política que supone mucho diálogo, mucho acercamiento al dolor y a la alegría de la gente y una dosis infinita de saber escuchar.

Cuando Lula confesó que él es una “metamorfosis ambulante” en realidad estaba apoyando una forma clásica de hacer política que es el saber amoldarse a la realidad del momento, ya que la vida nunca es estática. Como decían los sabios griegos “todo se mueve, nada está parado”. Si la justicia es más bien estática, la política es movimiento y necesita saber caminar al paso de la gente y de sus necesidades más urgentes.

¿Sabrá el hasta ayer rígido juez Moro aprender de repente que ser político supone saber perdonar más que condenar? Esa es la gran incógnita que agita en este momento la política brasileña con sus aguas envenenadas por su presidente que nunca entendió que hacer política es algo más importante y complejo que ir por el mundo avergonzando a Brasil y negando la evidencia de la realidad. Una realidad dramática como la de la nueva pobreza, reflejada simbólicamente en el niño de 9 años que hace solo unos días cayó al suelo desmayado de hambre en una escuela de Brasilia. Su madre, desempleada, confesó que solo a veces consigue dar a sus hijos un poco de frijoles con arroz. Llegan así a la escuela tras horas de viaje sin comer. Un niño que en una escuela pública se desmaya de hambre es la condena más grave de un país rico donde ya más de 30 millones de personas sufren de deficiencia alimentar. Un país donde el 10% acumula el 90% de toda la riqueza del país.

Ser capaces de quebrar esa injusticia es hacer política de verdad. Todo el resto es hipocresía. El juez Moro que promete, si gana las elecciones, crear un nuevo Brasil más justo y solidario, debe saber que eso no es tan fácil como firmar una sentencia judicial. Para empezar su nueva aventura política, el exjuez ha acudido a una foniatra para mejorar su voz. Lo que, sin embargo, necesita un político más que pronunciar bien las palabras es saber escuchar las voces o los silencios doloridos de los que pasan necesidad. Necesita más que tener voz de actor, saber auscultar los latidos del corazón de los que sufren soledad y abandono por parte del poder.

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