Si me secuestran

Una chica de 16 años consigue ser rescatada de su secuestro gracias a una señal de alarma popularizada por TikTok. Al mismo tiempo, Netflix vuelve a hacer mediático en redes el asesinato de Marta del Castillo

Una persona sujeta un móvil con el logo de TikTok.DADO RUVIC (Reuters)

Había aprendido la señal en TikTok. Eso es lo que dijo después el policía que la liberó de su secuestro. Iba la joven con la mano por fuera de la ventanilla por una autopista de Ohio, un gesto bastante sencillo: el dedo gordo en la palma de la mano, los cuatro dedos por encima. Al contrario que en el puño reivindicativo. Un conductor reconoció el gesto como una señal de auxilio popular en la red social, llamó a la policía, pararon el coche y descubrieron que un hombre de 61 años tenía secuestrada a una joven de 16 que había desaparecido de su casa en Carolina del Norte hacía dos días.

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Había aprendido la señal en TikTok. Eso es lo que dijo después el policía que la liberó de su secuestro. Iba la joven con la mano por fuera de la ventanilla por una autopista de Ohio, un gesto bastante sencillo: el dedo gordo en la palma de la mano, los cuatro dedos por encima. Al contrario que en el puño reivindicativo. Un conductor reconoció el gesto como una señal de auxilio popular en la red social, llamó a la policía, pararon el coche y descubrieron que un hombre de 61 años tenía secuestrada a una joven de 16 que había desaparecido de su casa en Carolina del Norte hacía dos días.

En The New York Times explican que esta señal fue creada por la Fundación de Mujeres Canadienses (CWF), un grupo contra la violencia de género, durante el confinamiento. El aislamiento ponía en peligro aún mayor a las víctimas y hacía también más difícil pedir ayuda. La señal se inventó para alertar en videollamadas o a los seguidores en las redes sociales y se extendió de forma exponencial en TikTok.

Según leo la noticia voy al salón donde mi hija de 10 años ve en una plataforma alguna serie de la que ignoro todo. Le pregunto: —Mosquis (no es su verdadero nombre), ¿tú sabes qué significa esto? Y hago el gesto sintiéndome un poco vieja. —Sí, ayuda. Me contesta muy rápido mirando a través de mí para intentar ver lo que le interesa, esa serie de vampiros o cantantes o ¿ambas cosas?

Al parecer todo el mundo lo sabe. “¿Y lo usas para jugar?” Le pregunto. Me dice que no, pero que lo usaría si la secuestran.

A veces pregunta por secuestros. También por incendios, volcanes, accidentes de cohetes espaciales o por orfanatos. Por eso creo que todavía ella no tiene su Caperucita real. Así llamó la periodista Noemí López Trujillo en un reportaje en EL PAÍS a las mujeres secuestradas, violadas y asesinadas y convertidas en casos mediáticos como las niñas de Alcasser, Diana Quer o Marta del Castillo. La narrativa de Caperucita, la joven que sale sola y está en peligro, es lo que la investigadora Nerea Barjola denomina terror sexual y es una forma de que “aumente el miedo y la percepción de amenaza” entre quienes pueden identificarse con la víctima.

Este viernes se estrenó en Netflix la docuserie ¿Dónde está Marta?. En ella se reconstruye el caso de Marta del Castillo, asesinada en 2009 y cuyo cuerpo nunca se encontró. Por supuesto fue trending topic en Twitter el fin de semana entero (y también en la propia plataforma, donde es lo más visto desde hace días). En las redes estaban los que analizaban la concatenación de fallos policiales y judiciales, los que sabían perfectamente cómo resolver el caso, los que exigían venganza y los que pensaban solo en la familia. También estaban las mujeres que percibían en el enésimo documental sobre un crimen sexual una forma de amedrentarlas.

El furor por lo que se conoce como true crime -documentales o narraciones basadas en crímenes reales- y sus implicaciones para las mujeres lo ha analizado hasta el tuétano la periodista Noelia Ramírez en su newsletter Lo raro es vivir. Copio: “Ahora que habíamos empezado a entender que esas postales de túneles oscuros con violadores al acecho no eran tan habituales como nos hacía creer nuestro cerebro –en Madrid, en 2020, el 80% de las agresiones denunciadas se llevaron a cabo en entornos conocidos o familiares–, vivo rodeada de los tormentos y moralejas de las nuevas caperucitas del true crime”.

Me alegra que la joven rescatada en Estados Unidos aprendiera una señal que pudo ser identificada. Me alegra que mi hija piense todavía que la utilizará en un caso tan remoto como un secuestro, un tsunami o un viaje al espacio. Que aún no tenga sus nombres propios.

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