Europa Central, del poscomunismo a la democracia
Las elecciones en Chequia, las protestas en Polonia y el aislamiento de Hungría son signos de un cambio de rumbo que puede acabar con el populismo de derechas que desafía a la UE
Hace unos días, una anciana de 94 años sostenía una pequeña bandera europea en la mano mientras avanzaba en su silla de ruedas a través de Varsovia entre miles de manifestantes que protestaban contra la reforma del poder judicial polaco y contra el ...
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Hace unos días, una anciana de 94 años sostenía una pequeña bandera europea en la mano mientras avanzaba en su silla de ruedas a través de Varsovia entre miles de manifestantes que protestaban contra la reforma del poder judicial polaco y contra el enfrentamiento de su Gobierno con la Unión Europea. Esa señora, que en 1944 fue una joven combatiente en el levantamiento de Varsovia contra el nazismo, hoy es todo un símbolo de la insatisfacción de una gran parte de polacos que observan cómo su Gobierno se acerca cada vez más al populismo antidemocrático de Viktor Orbán en Hungría y se rebela contra los valores democráticos que caracterizan la Unión Europea.
A la señora de la pequeña bandera azul con estrellas amarillas seguramente le gustaría despedir el populismo de su país en las próximas elecciones, al igual que lo hicieron los checos el pasado 9 de octubre cuando dijeron su gran no al oligarca Andrej Babiš y su movimiento ANO (que en checo significa “sí”). Desde hace meses, una buena parte de los ciudadanos checos esperaban las elecciones como el momento de liberarse del corrupto populista Babiš, uno de los oligarcas más ricos de Europa, que posee gran parte de los medios de comunicación de Chequia.
“Nosotros somos el cambio, al igual que lo sois vosotros”, dijo a sus votantes el politólogo Petr Fiala, líder de la coalición Spolu (“Juntos”) que con casi el 28% de los votos ganó estrechamente a ANO y será el próximo primer ministro. Babiš, al basar su campaña en hablar mal de casi todos los partidos, ayudó a que algunos de los que podían formar coalición con él no entraran en el Parlamento y que los que lo lograron esquiven entrar en coalición con ANO porque prefieren fortalecer a la formación ganadora. Con su veneno Babiš cavó su propia tumba, políticamente hablando.
Otro factor importante en la derrota del oligarca fue la publicación de los Papeles de Pandora, en cuya lista Babiš figura como dueño de un chateau en la Costa Azul y de 4.300 millones de euros en paraísos fiscales. Mientras Babiš apostó básicamente por los votantes de las zonas rurales y basó sus propuestas en el euroescepticismo, el populismo y la demonización de la inmigración, actitudes parecidas a las de los actuales mandatarios de Polonia y Hungría, el nuevo ganador de las elecciones promete lo contrario, al menos en algunos temas: más acercamiento a la Unión Europea y más democracia. Puesto que en la Europa poscomunista el tema de la inmigración es un campo minado, Fiala no se ha pronunciado sobre ello y no se esperan grandes cambios en esa área, como tampoco en la legalización de los matrimonios homosexuales y otros avances sociales.
También en Hungría se esperan modificaciones. No es que Orbán haya cambiado su postura de enfrentarse a la Unión Europea y minar el sistema democrático, que en Hungría se va acercando peligrosamente a la autocracia, igual que en Polonia. Pero gracias a la victoria de los socialdemócratas en las recientes elecciones alemanas, Orbán pronto puede verse obligado a cambiar de rumbo. El premier húngaro tuvo en la canciller alemana Angela Merkel una pragmática protectora que rehuía enfrentamientos políticos porque prefería centrarse en la prosperidad de los negocios alemanes, sobre todo después de que Orbán ayudara a Volkswagen tras el escándalo de 2015. La relación de ambos políticos, que se consideran discípulos del excanciller Helmut Kohl (1982-1998), fue mucho más estrecha de lo que podía parecer a primera vista. La próxima retirada de la canciller alemana empezó a notarse ya el año pasado cuando los políticos alemanes de la UE expresaron de modo enfático su disgusto con Hungría y dejaron que Fidesz, el partido de Orbán, abandonara el Partido Popular Europeo. Mientras el candidato de Merkel a la presidencia, Armin Laschet, subrayaba que la UE necesita a Hungría y Polonia, Olaf Scholz, el ganador de las elecciones, no insiste en ello en absoluto. Y el fortalecido partido de Los Verdes es muy crítico con ambos países.
Es posible que Europa Central, o al menos una parte de ella, esté entrando en una nueva fase que puede marcar la presente década: la de dejar atrás el poscomunismo para entrar en una democracia más sólida. Polonia, tras su rebelión contra la justicia europea, recibió una buena reprimenda y no podrá seguir como antes. Y si Hungría no quiere perder las ayudas europeas, tendrá que controlar mejor sus tentaciones autocráticas. Además, bajo la influencia del rechazo checo al populismo, como hizo Eslovaquia tras la elección de Zuzana Čaputová como presidenta hace dos años, Polonia y Hungría habrán perdido un importante apoyo ideológico en la zona y se quedarán en la Europa de los valores democráticos como un par de ovejas negras.
Por todo eso, tal vez aquella anciana polaca con su banderita europea en la mano fue la primera golondrina de una Europa Central que paulatinamente dejará de ser poscomunista.