¿Cómo nos defendemos de Facebook?

El gran reto es contar con un sistema de control y detección efectivo, realmente accesible y con dientes

Mark Zuckerberg testifica ante el Congreso de Estados Unidos, en abril de 2018.Carolyn Kaster (AP)

Si Facebook tiene más de 2.700 millones de usuarios es, lógicamente, porque es de gran utilidad. Lo mismo con WhatsApp, parte del mismo grupo empresarial (más de 2.000 millones), e Instagram, con otros 1.200 millones. Eso explica la colosal fortuna de más 127.000 millones de dólares de Mark Zuckerberg, que sigue creciendo como espuma en plena pandemia.

Nada de esto es neutral en sus procesos o en sus efectos. Hay una gran amenaza y un problema ...

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Si Facebook tiene más de 2.700 millones de usuarios es, lógicamente, porque es de gran utilidad. Lo mismo con WhatsApp, parte del mismo grupo empresarial (más de 2.000 millones), e Instagram, con otros 1.200 millones. Eso explica la colosal fortuna de más 127.000 millones de dólares de Mark Zuckerberg, que sigue creciendo como espuma en plena pandemia.

Nada de esto es neutral en sus procesos o en sus efectos. Hay una gran amenaza y un problema conocido: junto con masiva información y puntos de vista legítimos -aunque pudieran ser controversiales y con los que se puede coincidir o no- circula un gigantesco lodazal de impunes y peligrosas informaciones falsas, ataques a principios éticos o descalificaciones difamatorias. Abundan en todos los idiomas. Por su dimensión e impacto, no se les puede hacer contrapeso con comunicaciones aclaratorias o rectificatorias a las que se las lleva el viento, si llegan a aparecer en algún medio.

Como nunca antes desde que estos medios existen, los sólidos y duros cuestionamientos que Facebook y adláteres vienen recibiendo ha puesto en agenda la urgencia de regulaciones a estos gigantescos aparatos de información/desinformación. Y lograr poner de acuerdo a senadores demócratas y republicanos en los EE UU sobre esa urgencia.

La creación por Zuckerberg de un Consejo de supervisión (Oversight Board) en Facebook es un buen paso; ha reunido a un grupo de personas honorables y destacadas. Pero es notoriamente insuficiente y le queda inmenso el reto de supervisar millones de datos y afirmaciones falsas por minuto. Es inviable la proeza de hacer así frente a esta avalancha.

Cierto que el Consejo se ha manifestado en situaciones puntuales, vinculadas a grandes titulares como el tema Trump, o con una formulación conceptual sobre un programa para proteger las publicaciones de “personalidades de alto perfil”. Pero no está -ni puede estar- haciendo frente a la inmensidad de información falsa o agravios. En sus tres años de existencia, el Consejo no ha reaccionado, por ejemplo, frente al alud de calificaciones de “terrorista” -muy grave delito- usadas en Perú por extremistas de derecha contra cualquiera que no comulgue con su extremismo. Cero capacidad de reacción. ¿Con cualquier algoritmo no se podría detectar y bloquear eso?

Hay varios retos ambiciosos y complejos que plantea al mundo el fenómeno global Facebook (y sus otras herramientas) y la amenaza a la democracia que esto significa. En al menos tres planos, también globales.

Primero: lo institucional/empresarial. La presencia dominante de este andamiaje empresarial/comunicacional le da una característica monopólica o, en el menor de los casos, oligopólica. Tal condición dota a cualquier entidad de un poder y peso sobredimensionado. En esto no hay quien le ponga el cascabel al gato, ni se sabe de proyectos en tal sentido en la ONU o la OMC para aggiornar su agenda y promover una estrategia ante amenazas de organizaciones como estas.

Segundo: los impuestos. Dentro de este contexto, se tiene por delante a un consorcio empresarial no sólo transnacional sino hasta, digamos, “apátrida”, que aparece como relativamente inmune en algunos de sus recovecos a tributos “nacionales”. El paso dado la semana pasada, bajo impulso de la OCDE, de aplicar un gravamen global del 15% sobre los beneficios de las multinacionales a partir de 2023 es importante, pero quedará por precisar cómo lo aplican realmente los sistemas tributarios nacionales.

El tercero tiene que ver con los contenidos: abrumadora información -alguna respetable y lícita- pero plagada de contenidos falsos o atentatorios de derechos y valores fundamentales (empezando por el derecho a la vida como campañas antivacunas basadas en mentiras). Y que circulan con total y absoluta impunidad. Cuando, excepcionalmente, algo irregular es detectado y borrado, ello ocurre por lo general muy tarde, luego que se difundió por varias horas o días entre decenas de millones de personas.

El gran reto es contar con un sistema de control y detección efectivo, realmente accesible y con dientes. Y con semejante omnipresencia global y variedad de idiomas y culturas en las que circula. Se han planteado propuestas de normas y políticas nacionales para que lo haga el Estado y actúen autoridades en procedimientos aún por legislar, fortaleciendo algunas capacidades coactivas. Opción legítima pero riesgosa teniendo en cuenta la proliferación de contextos políticos autoritarios.

Personalmente he preferido y sigo prefiriendo la autorregulación. Hoy realmente inexistente, sin embargo. Pero para que se pongan en marcha espacios efectivos de autorregulación no basta una declaración de voluntad. Se requiere dos cosas que ostensiblemente están faltando.

Primero, decisión real para diseñar y poner en marcha mecanismos que sean no sólo independientes, sino también eficaces y omnipresentes; en una magnitud que esté a nivel de la inmensa información falsa a la que tiene que enfrentar.

Segundo, presencia global y masiva con procesos accesibles y de acción/reacción inmediata. Lo que va mucho más allá del mecanismo light del existente “Consejo de Supervisión”, focalizado en el hemisferio norte. La capacidad de regular en serio un fenómeno global como éste no puede ir como la tortuga detrás de la liebre pues no la alcanzará jamás. Tiene que ser globalmente activa, y no sólo reactiva.

Se han planteado algunas propuestas al respecto como la hecha por Gilad Edelman, redactor de Wired y licenciado en la Facultad de Derecho de Yale. Frente al costo de los miles de millones de datos a revisar, afirma Edelman que “Facebook también tiene miles de millones de dólares en efectivo. Podría triplicar su inversión de seguridad de 3.700 millones de dólares y seguir teniendo un margen de beneficios envidiablemente alto”.

Esos 3,700 millones, teniendo en cuenta los ingresos anuales de Facebook (que superan los 70 mil millones), representan a duras penas poco más del 5% de los ingresos de la empresa. Nada para algo tan importante como hacer su producto seguro. Como explica Edelman, aumentar significativamente los gastos en este rubro es no sólo necesario sino viable. Dados los costos de operación de Facebook lo gastado en este rubro es notoriamente más bajo que las otras grandes corporaciones: Ford Motor Company tuvo 160.000 millones de dólares de ingresos en 2018, pero solo obtuvo 4.300 millones de dólares de beneficios antes de impuestos. Construir coches cuesta dinero”. Sin duda, Ford considera clave la inversión anual en el diseño y control de la seguridad de sus vehículos y gasta en todo ello bastante más del 5% de sus ingresos.

Según Edelman, Facebook contrata a 15.000 revisores de contenido por sólo 15 dólares por hora “en condiciones extenuantes”. Plantea triplicar su planilla y con salarios más decentes. Algo es algo, como se dice. Pero sería, en realidad, insuficiente. Pues lo que está de por medio es la necesidad de una respuesta global. Que se ubique simultáneamente y minuto a minuto ante millones de datos y afirmaciones por hora en países, idiomas y culturas muy diferentes y variadas.

A eso debería llegarse. ¿Se dará ese salto? No hay que exagerar en escepticismo para asumir que es muy difícil si no hay acción poderosa de la sociedad. Teniendo en cuenta, además, que otros dos grandes puntos de la omnipotencia -la condición de dominio del mercado y las lagunas tributarias- tienen que ser enfrentados y controlados. De hacerse todo eso se habrá dado pasos serios para que estas fantásticas herramientas tecnológicas no sean armas del mal y la intolerancia sino de la comunicación e interacción cada vez más fluida en el mundo.

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