Balneario
La dictadura franquista, pese a todo, tenía unas grietas por donde se le escapaba algún grado de felicidad. Una de esas grietas era aquel balneario de Las Arenas
La dictadura franquista, pese a todo, tenía unas grietas por donde se le escapaba algún grado de felicidad. Una de esas grietas era aquel balneario de Las Arenas derruido durante la guerra en cuya puerta paraba el tranvía de la Malvarrosa. De su antiguo esplendor quedaba entonces un pabellón de baños a la manera de un Partenón pintado de azul, un cine de verano, algunos jardines arruinados con jacarandas y magnolios, el sola...
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La dictadura franquista, pese a todo, tenía unas grietas por donde se le escapaba algún grado de felicidad. Una de esas grietas era aquel balneario de Las Arenas derruido durante la guerra en cuya puerta paraba el tranvía de la Malvarrosa. De su antiguo esplendor quedaba entonces un pabellón de baños a la manera de un Partenón pintado de azul, un cine de verano, algunos jardines arruinados con jacarandas y magnolios, el solario y la piscina con el trampolín modernista en el que se sucedía sin cesar una rueda de cuerpos juveniles, de carnes muy apretadas, que volaban antes de zambullirse en el agua. Como una celebración del mito de Sísifo uno subía la gloria del propio cuerpo a la cumbre para sucumbir de nuevo una y otra vez ante la mirada indiferente de aquellas muchachas con bañadores de faldilla sentadas en la grada. Por la noche sobre la piscina se montaba con grandes tablas una pista para bailar mambos y boleros. Recuerdo muy bien cuánta belleza guardaban aquellas ruinas. El tranvía acarreaba hacia ese balneario derruido todos los sueños de gentes aplastadas por la represión política y moral y luego devolvía a la ciudad sus cuerpos redimidos por un día de libertad en el mar con sabor a sal en los labios. En el espacio de aquel balneario derruido donde una generación de jóvenes se rebeló contra la dictadura con la única arma del placer, hoy se levanta un hotel de un lujo muy ostentoso de mármoles y columnas. Hospedado allí hace unos días, desde la terraza de mi habitación solo reconocí como vestigios del pasado, un magnolio y unas jacarandas y aunque todo era nuevo y lujoso a mi alrededor, yo aún me veía caminando por aquel viejo jardín con la toalla y el bañador de algodón con cordoncillo, solo que al mirarme en el espejo del cuarto de baño ahora veía recreadas en mi rostro aquellas ruinas de cuando todos nos creíamos los reyes de mambo.