La plaga

¿Cuándo y cómo empezó la epidemia de estupidez masiva que a veces se llama “populismo”?

La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, interviene en una sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados el pasado 15 de septiembre.Eduardo Parra (Europa Press)

¿Cuándo y cómo empezó la epidemia de estupidez masiva que a veces se llama “populismo”? Tiene y ha tenido capítulos históricos: la presidencia de Trump, las bufonadas de Boris Johnson, las chulerías de Berlusconi en Italia, los nacionalismos deci...

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¿Cuándo y cómo empezó la epidemia de estupidez masiva que a veces se llama “populismo”? Tiene y ha tenido capítulos históricos: la presidencia de Trump, las bufonadas de Boris Johnson, las chulerías de Berlusconi en Italia, los nacionalismos decimonónicos en España. Pero, sobre todo, la hecatombe educativa, el infantilismo perverso de los dirigentes, el hundimiento del pensamiento o el ascenso de los narcisistas entre las así llamadas “identidades”, que no son sino caprichos minúsculos frente a la tragedia real de la población. ¿Cuándo comenzó? ¿En el viaje de la french theory a los campus yanquis? ¿En su regreso a Europa convertida en comida basura para cerebros obesos?

Quizás sea el efecto inmenso de muchas décadas de machaque técnico y publicitario hasta la licuefacción del cerebro occidental. Digamos, una exigencia del tejido tecnológico, incompatible con la inteligencia. Esta infección sigilosa, con los años ha ido tomando proporciones gigantescas hasta desplazar el centro del poder mundial a China, donde ya casi no existe individuación. Siempre nos vencerán en la ruina mental que conduce a los bancos de anchoas humanas armadas con misiles atómicos.

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El ataque de la bacteria idiota es global, pero afecta en mayor medida a aquellos países que, como España, siempre han combatido la educación, el talento artístico, el mérito intelectual, la visión científica. Si en todas partes la estupidez ha producido desolación, en España empuja al suicidio porque nunca podremos convertirnos en disciplinadas masas chinas, sacrificadas y trabajadoras. Será por esto que nuestra ministra de Trabajo y Economía Social (¿por qué “social”? ¿no es social toda economía?) ha prologado el rancio Manifiesto comunista, como invitación a una deriva pro china en nuestra sociedad.

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