La estrategia de la estridencia

La apuesta de Casado por el ruido es inoperante como alternativa

El líder del Partido Popular Pablo Casado junto a los dirigentes regionales de su partido, Australia Navarro y Juan Manuel García Casañas esta semana en La Frontera, El Hierro.RAFA AVERO

“Llegar tarde y mal a Afganistán”, como ha dicho Pablo Casado, debe de ser la manera de enunciar enigmáticamente que había un secreto mecanismo para resolver “pronto y bien” una situación explosiva. Es probable que no sea siquiera ese el mensaje escondido de la frase, sino un modo de generar ruido de oposición en salvas muy desangeladas e incluso ineficaces para los intereses nacionales del Partido Popular que Casado lidera. P...

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“Llegar tarde y mal a Afganistán”, como ha dicho Pablo Casado, debe de ser la manera de enunciar enigmáticamente que había un secreto mecanismo para resolver “pronto y bien” una situación explosiva. Es probable que no sea siquiera ese el mensaje escondido de la frase, sino un modo de generar ruido de oposición en salvas muy desangeladas e incluso ineficaces para los intereses nacionales del Partido Popular que Casado lidera. Por fortuna, sin embargo, el PP tiene otros portavoces menos secuestrados por la estrategia de la estridencia como acción política. No es nueva ni ha sido extraña a su tradición histórica reciente, y hoy parece seguir arraigada en las prácticas del PP y, muy en particular, en las de Díaz Ayuso y su entorno asesor. En algunos momentos, el talante disruptivo y la inmediatez de la respuesta, a ritmo de tuit bronco, equipara el comportamiento del PP a otros dos momentos en los que este partido estuvo en la oposición: la última legislatura de Felipe González entre 1993-1996 y la última de Rodríguez Zapatero (2008-2011). Vuelve a sonar en la actualidad el eco de aquellos dos episodios de oposición visceral.

Pero la analogía entre la situación actual y las otras dos es engañosa. Quizá la evacuación de Afganistán fuera mejorable, pero desde luego no ha sido un fracaso, sino todo lo contrario. Empeñarse en negar la evidencia es y ha sido común en esta derecha, pero, sobre todo, en la ultraderecha de Vox, instalada estratégicamente en la difusión de noticias falsas, la dramatización emocional, la simplificación tipológica y el reaccionarismo indisimulado. El seguidismo de semejante cóctel tóxico no parece la receta más aconsejable para un partido del talante histórico y las aspiraciones del PP, y eso parecen significar gestos, declaraciones y actuaciones valientes de algunos (pocos) de sus dirigentes. La rectificación del presidente de Murcia, Fernando López Miras, en la gravísima situación del mar Menor y la ejemplar actitud del presidente de Ceuta, Juan Jesús Vivas, ante un dramático problema para el que nadie tiene soluciones mágicas (contra lo que parece creer Casado) son dos ejemplos de inteligencia política. Es improbable que el votante conservador rechace esa proclividad a resolver problemas acuciantes, en lugar de utilizarlos como munición discrecional para erosionar al Gobierno. Incluso algún líder popular más templado, como Andrea Levy, no ha callado el orgullo legítimo que deja la gestión de la desesperación en Afganistán.

El centroderecha al que aspira Casado, o al que se le vio aspirar en algún momento estelar, como en la moción de censura de Vox, tiene por delante un largo camino. La virtual desaparición del mapa de Ciudadanos es una mala noticia para la sociedad en su conjunto, pero buena para quienes aspiren a hacer del PP no una caricatura débil del mensaje tronado de Vox, sino un partido de Estado, con sensibilidad institucional y autonomía ideológica y política. Posiblemente, el efecto euforizante de la victoria en Madrid de Díaz Ayuso siga teniendo efectos contagiosos en la cúpula del PP. Pero pueden ser también tóxicos y hasta contraproducentes. Guiarse por la eficacia de la estridencia mediática no parece el mejor método para repoblar electoralmente dos sonoros desiertos de la derecha como Cataluña y el País Vasco. Es lo contrario, en realidad, de promover en los próximos dos años una alternativa crítica, razonada y consistente a un Gobierno de centroizquierda. Es posible que hayamos ido perdiendo sensibilidad a la escandalera verbal en los últimos tiempos a causa de la sobreexposición continua al exabrupto, la descalificación y la hipérbole malévola. Pero la estridencia sigue siendo estridencia: inoperante como alternativa programática y susceptible de aumentar la imagen de inconsistencia de la cúpula del PP ante un electorado que legítimamente discrepa del Gobierno de Sánchez. El obstruccionismo ante la renovación de la cúpula del Poder Judicial y el resto de órganos constitucionales es hoy el ejemplo mayor y más grave de otra estridencia, esta vez sorda, pero democráticamente letal.

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