¿Viva Hungría?

Dirigentes como Orbán saben que una manera de afianzarse en el poder es explotar el filón de los prejuicios y fomentar la hostilidad hacia un amenazante “ellos”

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán.Darko Vojinovic (AP)

La violencia es un lenguaje simple que no precisa de argumentos, figuras retóricas o matices. Según su grado de intensidad, a veces es un insulto a bocajarro, otras un tuit denigrante, una risa despectiva, un dedo que señala, una patada en la cabeza, un linchamiento mortal. ¿En qué se sustenta? En el clima de agresividad tolerado, en el silencio cómplice y en los prejuicios, difíciles de arrancar como la mala hierba entre las piedras. Se da en solitario, pero su hábitat preferido es el grupo. Lo escribió Chéjov: el amor, la amistad y el respeto no unen tanto como el odio compartido. Y para que...

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La violencia es un lenguaje simple que no precisa de argumentos, figuras retóricas o matices. Según su grado de intensidad, a veces es un insulto a bocajarro, otras un tuit denigrante, una risa despectiva, un dedo que señala, una patada en la cabeza, un linchamiento mortal. ¿En qué se sustenta? En el clima de agresividad tolerado, en el silencio cómplice y en los prejuicios, difíciles de arrancar como la mala hierba entre las piedras. Se da en solitario, pero su hábitat preferido es el grupo. Lo escribió Chéjov: el amor, la amistad y el respeto no unen tanto como el odio compartido. Y para que se desate, no se necesita una provocación. Basta con que un joven de 24 años salga a celebrar la vida una noche de verano y, en un gesto espontáneo, alce el móvil para hablar con una amiga. “¿Maricón de qué?”, respondió Samuel Luiz a los insultos de unos desconocidos sin saber lo que se le venía encima. En pocos minutos sus ejecutores descargaron contra él toda su inhumanidad.

El asesinato de Samuel ha coincidido con la oposición frontal de la UE a la ley homófoba del primer ministro húngaro (Rusia aprobó una similar en 2013) que vincula homosexualidad con pedofilia. Algunos países que armonizaron sus legislaciones con la protección de derechos y libertades que exigía su entrada en la UE están desandando el camino. Dirigentes como Orbán, caballo de Troya de la derecha populista, saben que una manera de afianzarse en el poder es explotar el filón de los prejuicios y fomentar la hostilidad hacia un amenazante “ellos”: miedos y prejuicios se alojan en la misma área del cerebro. Se erigen en defensores de una realidad homogénea que no existe, un mundo sin feministas, extranjeros, homosexuales, etc. Afirman que buscan proteger a la infancia, cuando suprimen lo más genuino de la vida: la diversidad. Decía Hannah Arendt que es inevitable tener prejuicios, pues su ausencia total nos exigiría una vigilancia sobrehumana, pero que es tarea de la política esclarecerlos y disiparlos. Justo lo contrario de lo que han hecho quienes han jaleado en las redes la democracia iliberal de Orbán con la etiqueta #VivaHungría. Como apunta el politólogo Cas Mudde, el euroescéptico Orbán no quiere salir de la UE, sino transformarla en la imagen de su país. ¿Viva Hungría? Sí, por supuesto. La de Magda Szabó, Imre Kertész

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