Evitar las repeticiones de curso

Atribuir autonomía de decisión al equipo docente es un cambio sensato, pero es esencial potenciar los sistemas de apoyo a los alumnos en dificultad

Una profesora imparte una clase de matemáticas en un Instituto de Educación Secundaria.Sebastián Mariscal (EFE)

Los intentos que se han hecho para reducir el fracaso escolar y el abandono temprano de estudios no han dado los frutos esperados. Aunque ha mejorado, España sigue ocupando las peores posiciones de Europa. Es preciso por tanto insistir con mayor determinación y nuevos enfoques como el que pretende el decreto sobre evaluación y titulación que prepara el Gobierno. Esta reforma otorga a los equipos docentes de primaria y secundaria la...

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Los intentos que se han hecho para reducir el fracaso escolar y el abandono temprano de estudios no han dado los frutos esperados. Aunque ha mejorado, España sigue ocupando las peores posiciones de Europa. Es preciso por tanto insistir con mayor determinación y nuevos enfoques como el que pretende el decreto sobre evaluación y titulación que prepara el Gobierno. Esta reforma otorga a los equipos docentes de primaria y secundaria la capacidad de decidir si un alumno puede pasar de curso o merece el título de ESO, sin estar condicionados por el número de materias suspendidas. Aunque pudiera parecer que el cambio implica una relajación del rigor educativo, no es así. El objetivo es reducir el número de repetidores y alcanzar los objetivos por otras vías.

Todas las leyes educativas han permitido pasar de curso con materias suspendidas. La novedad es que no se fija un número máximo de suspensos para poder pasar de curso, sino que se deposita la confianza en el equipo docente para que pueda aplicar la opción que crea más beneficiosa para la evolución académica del alumno. El hecho de que la decisión sea colegiada descarta cualquier riesgo de arbitrariedad.

En los sistemas educativos más exitosos, la repetición de curso es un último recurso. En España en cambio se aplica con demasiada frecuencia y de forma rutinaria, hasta el punto de que el 29% de los alumnos ha repetido al menos un curso a los 15 años. El porcentaje de repetidores casi triplica la media de los países de la OCDE y eso no ocurre porque haya peores alumnos, sino porque el sistema educativo no sabe tratar la diferencia.

La repetición comporta siempre una etiqueta negativa que estigmatiza, afecta a la autoestima y tiende a cronificar el fracaso. Al perder el contacto con el grupo, los repetidores se encuentran desubicados y en algunos casos el malestar repercute en el nuevo grupo. Los alumnos tienen capacidades, circunstancias y ritmos de aprendizaje diferentes. El sistema debe tratar de corregir las desigualdades de partida con políticas de equidad. Pero esto no consiste en tratar a todos igual, sino en atender las diferentes necesidades de manera que al final todos alcancen el nivel de competencias necesario. Y eso no se consigue con un sistema de evaluación rígido, sino acompañándolos para que puedan superarlas. El nuevo sistema es una oportunidad de mejora, pero no resolverá el fracaso escolar si al mismo tiempo no se destinan más recursos a los programas de apoyo a los alumnos rezagados. Se estima que las repeticiones de curso cuestan hasta 3.000 millones de euros anuales. Una tasa de repetición similar a la media de la OCDE permitiría ahorrar más de 1.000 millones, que deberían destinarse a medidas de refuerzo educativo para los alumnos con dificultades.

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