Razones para sentir orgullo de España sin hablar de nación
Lejos de palabras grandilocuentes, equipos muy preparados nos han colocado por encima de la media europea en vacunación
Hay relaciones en que se pierde más tiempo hablando de ellas que disfrutándolas. Cuando se analizan hasta el agotamiento para definir si son de amor, poliamor, costumbre, conveniencia, un poco más que amistad o un tanto menos que amor, sus protagonistas tienen dos opciones: aprender a evitar el conflicto y los términos que lo provocan o seguir erre que erre hasta malograrlo todo. Algo así pasa —y perdónenme los constitucionalistas— con el concepto de nación. Se engancharon ayer los líderes políticos en el Congreso otra vez más en él sin que eso aporte nada a nadie.
Somos muchos los que ...
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Hay relaciones en que se pierde más tiempo hablando de ellas que disfrutándolas. Cuando se analizan hasta el agotamiento para definir si son de amor, poliamor, costumbre, conveniencia, un poco más que amistad o un tanto menos que amor, sus protagonistas tienen dos opciones: aprender a evitar el conflicto y los términos que lo provocan o seguir erre que erre hasta malograrlo todo. Algo así pasa —y perdónenme los constitucionalistas— con el concepto de nación. Se engancharon ayer los líderes políticos en el Congreso otra vez más en él sin que eso aporte nada a nadie.
Somos muchos los que sentimos urticaria ante el término, tal vez porque el franquismo se apropió de la palabra, de la bandera y del país mientras media España sufría la represión; o tal vez porque aprendimos que los nacionalismos devastaron Europa en nombre de banderas que segaron vidas. Y eso no significa que no seamos y no nos sintamos españoles.
No hay orgullo de nación en quien esto escribe, pero sí orgullo de país. Podemos sentirlo estos días en las fluidas colas en las que hemos desfilado para recibir uno de los 37,5 millones de pinchazos que se han puestos en solo seis meses.
¡37,5 millones! Se dice pronto. Se dijo pronto que la gente iba a resistirse a la vacuna. Que sería complicadísimo conservarla en frío. Que la UE fallaba al no distribuirla tan rápido como prometió. Que el Gobierno racaneaba con algunas comunidades. Que si de Ayuso dependiera, los madrileños ya estaríamos al 100%. Que íbamos a necesitar vacunas rusas. Que los microchips iban a surcar nuestras venas, aunque a nadie le importa lo que surque en nuestros dispositivos. Que introducen un imán en nuestro brazo para magnetizarnos malévolamente. Se dijo de todo y muy pronto.
Y, sin embargo, equipos de trabajadores con amabilidad y una perfección técnica que muchos no acertamos a comprender han ido convocando a decenas de millones de españoles en estricto orden de edad, SMS a SMS, llamada a llamada, hasta poder vislumbrar que en breve llegue hasta nuestros hijos veinteañeros. Aquí no han hecho falta peluquerías, ni gimnasios, ni regalar hamburguesas, ni cualquiera de las exóticas soluciones que se han buscado en otros países, porque nuestra sanidad pública aguanta vacunar a un país con sus propios medios. España, sí, España, supera a países como Francia o la media europea en tasas de vacunación. ¿No es para estar orgullosos? Como también lo es que una generación de estudiantes haya cumplido el curso en condiciones difíciles mientras en otros países se cerraban las escuelas. O que España, que llegó a ser segundo país en letalidad por habitante por covid, haya desaparecido de la lista de los 20 primeros.
Hay muchísimas razones para estar orgullosos sin arrojarnos a la cara la palabra “nación”, como hay muchas formas de ser patriota sin llamarnos así, como pagar impuestos. Eso nos hace auténticos patriotas y hace posible todo lo anterior. España como colectivo, sí, es un gran país.