Frankenstein en Tierra Santa

Israel imparte una lección de política pactista y civilizada solo días después de la guerra de Gaza y los disturbios étnicos entre árabes y judíos

Naftali Bennett, a la izquierda, y Yair Lapid, el pasado 3 de junio.DPA vía Europa Press (Europa Press)

Desgraciadamente ya no está entre nosotros el ingenioso inventor del gobierno Frankenstein, idea excelente para describir la peligrosidad de una construcción política armada con miembros heterogéneos y con frecuencia incompatibles tomados de distintos cuerpos. Si la idea de Alfredo Pérez Rubalcaba hubiera superado la popularidad que cosechó en España y se hubiera expandido en el ámbito internacional, es pro...

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Desgraciadamente ya no está entre nosotros el ingenioso inventor del gobierno Frankenstein, idea excelente para describir la peligrosidad de una construcción política armada con miembros heterogéneos y con frecuencia incompatibles tomados de distintos cuerpos. Si la idea de Alfredo Pérez Rubalcaba hubiera superado la popularidad que cosechó en España y se hubiera expandido en el ámbito internacional, es probable que también Benjamín Netanyahu la hubiera adoptado como arma dialéctica para mantenerse en el Gobierno.

Y con toda la razón. La distancia que hay entre varias de las ocho formaciones políticas que han firmado un acuerdo de Gobierno en Israel este pasado miércoles, 20 minutos antes de que venciera el plazo para convocar nuevas elecciones, las quintas en dos años, es mayor que la que pueda haber entre cualquiera formación del Parlamento español o de los Parlamentos regionales, incluido el catalán. Tres formaciones derechistas y ultras, dos centristas, dos de izquierdas e incluso una árabe islamista han preferido dejar sus infinitas diferencias y rencores para echar a Netanyahu, 15 años en el poder, 12 de ellos seguidos, y ahora enjuiciado por corrupción.

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En el gabinete que se prepara habrá de todo: partidarios de un solo Estado con derechos iguales para árabes y judíos, y partidarios de un Estado palestino; promotores de las ocupaciones ilegales en Jerusalén y Cisjordania y defensores del regreso y recuperación de los bienes de todos los palestinos de la diáspora; fundamentalistas islamistas y amigos de la teocracia judía. Pero todos los obstáculos quedarán aparcados para favorecer un Gobierno que se ocupe de la pacificación de los ánimos después de la guerra de Gaza y de la recuperación de la economía pospandemia.

La negociación del acuerdo ha dado ya sus frutos. Naftali Bennett, el líder ultranacionalista, ha dicho de Mansur Abbas, el dirigente islamista, que es “una persona decente” y “un líder valiente”. No puede haber consenso político ni pactos sin respeto y aprecio entre las personas. Si llega a constituirse, este será un Gobierno sin líneas rojas, construido con votos y no con vetos.

Será el fruto de una extraña paradoja. Israel imparte ahora esta lección de política práctica y civilizada apenas 15 días después de aterrorizar al mundo con un intercambio de mortíferos cohetes y misiles entre Hamás y su ejército, así como el estallido de enfrentamientos étnicos entre judíos y árabes israelíes. Sospecho que Rubalcaba estaría en esta ocasión abiertamente a favor de Frankenstein.

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