Perjuro por mi conciencia y honor
El día en que se cierre el juicio sobre los ‘papeles de Bárcenas’, lo natural será abrir otro por perjurio. Los indicios son abrumadores
El juicio que tiene lugar en la Audiencia Nacional sobre la caja b del PP es chocante. Si uno mira el banquillo de acusados echa a tanta gente de menos que da la impresión de que ha habido un problema con los envíos de las citaciones. Se trata de un error de partida y por ello es muy posible que las conclusiones sean de poco valor para emprender un camino nuevo en la financiación ilegal de los partidos políticos españoles, piedra angular de la corrupción. La semana pasada desfiló ...
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El juicio que tiene lugar en la Audiencia Nacional sobre la caja b del PP es chocante. Si uno mira el banquillo de acusados echa a tanta gente de menos que da la impresión de que ha habido un problema con los envíos de las citaciones. Se trata de un error de partida y por ello es muy posible que las conclusiones sean de poco valor para emprender un camino nuevo en la financiación ilegal de los partidos políticos españoles, piedra angular de la corrupción. La semana pasada desfiló la cúpula histórica del PP por la sala de juicios. Todos ellos eran testigos, pero se comportaron como acusados y exhibieron la típica estrategia de defensa: negarlo todo. Por negar, negaron hasta que la contabilidad de Bárcenas fuera real. No pudieron, eso sí, negar que el contable fuera contable, pero describieron sus acciones como autónomas. Es sorprendente que los máximos dirigentes de un partido político describan su tesorería como un asunto independiente.
Pese al salario elevado, los privilegios y el trato exclusivo que recibía Bárcenas, los testigos describieron al contable como un tipo que recogía el dinero de los empresarios, que lo administraba, que pagaba con él los actos del partido, que costeaba las obras de la sede y manejaba las cuentas nacionales y las encubiertas en Suiza, pero que todo ello lo hacía sin vinculación con la jefatura, como un aventurado becario que pasaba por allí. En España, los acusados de un delito no están obligados a decir la verdad, pues se entiende que pueden valerse en el juicio de cualquier estrategia que les beneficie. En cambio, los testigos que mienten cometen un delito. Es evidente que el día en que se cierre este juicio lo natural será abrir otro por perjurio. Los indicios son abrumadores y apuntan a que millones de euros fueron recogidos en donaciones ilegales a cambio de concursos públicos. Jamás en todos estos años ha existido colaboración para esclarecer todos los extremos del sistema, sino más bien ocultación, negación y destrucción de pruebas.
Negar la veracidad de los papeles de Bárcenas fue un atajo que hace años que se vino abajo. Era un destacado trabajador en la sede central y como tal se comportó siempre. Repartió sobresueldos que unos confirman y otros niegan, pero él anotó con precisión suiza. Es cierto que Bárcenas ha mentido y cambiado sus versiones varias veces, pero lo hizo como inculpado, buscando su defensa más pragmática. Mentir de vez en cuando no es más grave que mentir todo el rato. Y sus superiores parecen creer que mentir a lo largo del tiempo de manera reiterada convertirá esa mentira en verdad. Hace 20 años un grupo de líderes de destacadas democracias decidió invadir Irak bajo la fabricación de una mentira que apuntaba a que ese país acumulaba armas de destrucción masiva. Para ese fraude informativo, Steve Tesich acuñó la definición de posverdad. Desde ese día, la mentira se ha enquistado en nuestra vida pública sin que sea posible extraerla, adherida a las emociones más básicas del votante pasional. Es una anomalía inédita en la democracia y amenaza con destruirla. Porque mentir ha sido siempre un derecho, pero desvelar la verdad era la tarea incontestable para sanear la convivencia. De seguir así, pronto los representantes políticos aceptarán sus cargos con nueva fórmula: “Perjuro por mi conciencia y honor para cumplir con las obligaciones de”, etcétera.