Primeros compases de la presidencia de Biden: vuelve el Estado activista. El Gobierno mínimo ensalzado por Reagan que veía el Estado como problema, ya no está de moda en plena crisis pandémica. Bienvenido el gasto social. La covid-19 provoca, temporalmente, la mayor expansión del Estado de bienestar desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El 13% del PIB mundial se emplea en el rescate de los ciudadanos, no de los bancos....
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Primeros compases de la presidencia de Biden: vuelve el Estado activista. El Gobierno mínimo ensalzado por Reagan que veía el Estado como problema, ya no está de moda en plena crisis pandémica. Bienvenido el gasto social. La covid-19 provoca, temporalmente, la mayor expansión del Estado de bienestar desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El 13% del PIB mundial se emplea en el rescate de los ciudadanos, no de los bancos.
Compases que suenan bien de momento. Biden ha entendido que tres cuartas partes de la ciudadanía estadounidense apoya la extensión del precario colchón social. Requiere un Estado de bienestar fiable del que carece. El nuevo presidente saca adelante en el Congreso su ambicioso Plan de Rescate América (1,59 billones de euros), sin un solo voto a favor de congresistas republicanos. El Senado lo aprobó este fin de semana por 50 votos frente a 49 (un senador republicano no estuvo presente).
El éxito demócrata tiene un precio: admite cierta poda del plan en los cheques directos, de 1.175 euros, que cobrarán íntegros solo los ciudadanos que ingresen 62.900, o menos, euros anuales. Los beneficios por desempleo se extenderán hasta el 6 de septiembre. El aumento del salario mínimo a 12 euros por hora ha sido sacrificado en el proceso legislativo. El plan anticrisis contiene también fuertes ayudas fiscales para reducir en un 50% la pobreza infantil. No polariza y es lo más progresivo que ningún presidente demócrata haya llevado al Congreso desde la presidencia de Lyndon Johnson.
Biden también prepara un plan transformador para reparar las decadentes infraestructuras de EE UU y un nuevo acuerdo sobre la tecnología verde. A lo que sumará un cambio radical de la legislación inmigratoria legalizando a 11 millones de sin papeles. El país necesita entre 600.000 y 800.000 inmigrantes para trabajar en la recolección agrícola en California y en los servicios. Este mecano legislativo, cuya primera piedra se puso el sábado, puede cimentar un nuevo contrato social.
La presidencia calmada de Biden comienza bien, con un relámpago legislativo. El presidente habla poco y suave, haciendo lo contrario de Trump. Los tuits de su calamitoso antecesor en la Casa Blanca desde su exilio en Florida ya no importan. Pasan días sin que las noticias abran con el nuevo presidente. Biden posee hoy un 54% de índice de aprobación, cota que nunca alcanzó Trump. Su tarea es sin embargo titánica. Deberá, primero, paliar la pandemia y proceder a la renovación doméstica, imprescindible si Estados Unidos pretende la vuelta a la escena internacional para liderar al mundo, y no retirarse de él. ¿Es posible hacer las dos cosas a la vez?
Aplica una prudente estrategia para rebajar la temperatura de una nación enfebrecida artificialmente. Y tiene las ideas claras. Acabar con las soluciones populistas de crecepelo para resolver problemas complejos. “La última cosa que necesitamos es el pensamiento neandertal”, le espetó Biden al gobernador de Texas, que había anunciado un “fuera mascarillas”, cuando todavía más de 1.000 personas mueren a diario por el coronavirus en EE UU.