Génova, 13

Pablo Casado se erige en el primer jefe relevante del partido que reconoce la gravedad de las sospechas sobre los papeles de Bárcenas y que toma alguna medida para granjearse el perdón de sus votantes con conciencia

Sede nacional del PP en la calle Génova de Madrid.Victor Sainz

Se han hecho todas las bromas del mundo a costa de la decisión de Pablo Casado de mudar de sede central a su partido. Pasadas las risas, quizá sea de justicia dedicarle algún elogio por ello. Efectivamente, no es la decisión más eficiente ni definitiva, pero es un primer paso de proporciones considerables. Y más teniendo en cuenta las actitudes que desencadenaron en la jefatura del partido las revelaciones de los llamad...

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Se han hecho todas las bromas del mundo a costa de la decisión de Pablo Casado de mudar de sede central a su partido. Pasadas las risas, quizá sea de justicia dedicarle algún elogio por ello. Efectivamente, no es la decisión más eficiente ni definitiva, pero es un primer paso de proporciones considerables. Y más teniendo en cuenta las actitudes que desencadenaron en la jefatura del partido las revelaciones de los llamados papeles de Bárcenas. Aquellas anotaciones incriminatorias, negadas en un primer intento por acallar la indignación pública, son hoy reconocidas por todos y pesan sobre el pasado del partido como una lápida de mármol. Entre otras cosas porque delatan el funcionamiento de líneas paralelas de financiación y pago, extendidas a lo largo de décadas y diversos mandatos y en todo punto asociadas a la extracción de dinero público por vías de amaño de concursos y licitación de obra. Pablo Casado se erige en el primer jefe relevante del partido que reconoce la gravedad de las sospechas y que toma alguna medida para granjearse el perdón de sus votantes con conciencia.

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Todos los partidos dividen a sus votantes entre zombis de la fidelidad a las siglas y aquellos otros que manejan valores críticos pese a la afinidad ideológica. A estos últimos se les puede considerar infieles, pero a la larga resultan la base sustancial de cualquier triunfo. El PP, como le ha sucedido también a Ciudadanos, paga con espoleta de retardo el daño causado por sus anteriores dirigentes, ejemplificado en esa deserción de los votantes más exigentes. Son esos que castigan a un partido porque pierden la confianza en su rumbo, en su funcionamiento, en sus liderazgos. Tardan en hacerlo, pero si consuman la deserción cuesta horrores recuperarlos. Si Pablo Casado se deslinda de los comportamientos anteriores, si opta por algo diferente a la obstrucción de pruebas y la negación mendaz, quizá el día de mañana sea una opción seria de gobierno. Mientras no lo haga, la coalición que actualmente preside el país podrá seguir permitiéndose el juego asombroso de erigirse en Gobierno y oposición al mismo tiempo, un calculado ejercicio de funambulismo que acabará por sangrar al PSOE de sus votantes más críticos, cuando se fatiguen del vaivén de rivalidades internas y ataques a las instituciones desde las propias instituciones.

Irse de Génova 13, la sede histórica del PP, equivale a marcar una línea de arranque hacia la nueva política. En ella no pueden tener cabida la estirpe de impunes trapaceros, algunos de los cuales en otro giro de cinismo tremendo se marcharon a fundar una alternativa más radical y asombrosamente teñida de pureza virginal. El siguiente paso puede apuntar a la renovación de las instituciones básicas en el funcionamiento del país, desde el CGPJ hasta la presidencia de RTVE pasando por el Defensor del Pueblo, para lo que es necesario, y ojalá por mucho tiempo, el acuerdo de tres quintas partes del Parlamento. El PP debería dejar la trinchera y presentarse como lo que es, la alternativa de gobierno cuando oscile el péndulo electoral. Para ese fin, quizá sería bueno estudiar la confluencia con Ciudadanos. A la derecha nada le da más votos que ser candidata seria a hacerse con el poder. Sus votantes dejan de ser volátiles, abandonan las aventuras descabelladas y reconocen el pragmatismo inapelable de ganar.


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