‘Procés’, San Valentín y la broma infinita

Se pensaba que la realidad obligaría a las fuerzas independentistas a reconocer abiertamente sus errores. No ha sido así

Los líderes independentistas presos participan en un acto unitario en los Jardines del Palau Robert (Barcelona).Kike Rincón (Europa Press)

Como todo el mundo sabe, el procés no ha sucedido y no se acaba nunca. Se pensaba que la realidad obligaría a las fuerzas independentistas a reconocer abiertamente sus errores. No lo han conseguido el fracaso de la estrategia, la fractura social, la parálisis legislativa, la destrucción del sistema de partidos, la decadencia económica, el destrozo institucional: ni siquiera la pandemia. La herida narcisista es demasiado fértil.

En algunos casos, como Junts, los rasgos xenófobos y locoides se presentan c...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Como todo el mundo sabe, el procés no ha sucedido y no se acaba nunca. Se pensaba que la realidad obligaría a las fuerzas independentistas a reconocer abiertamente sus errores. No lo han conseguido el fracaso de la estrategia, la fractura social, la parálisis legislativa, la destrucción del sistema de partidos, la decadencia económica, el destrozo institucional: ni siquiera la pandemia. La herida narcisista es demasiado fértil.

En algunos casos, como Junts, los rasgos xenófobos y locoides se presentan como prueba de virtud. En otros, como Esquerra, hay un replanteamiento de la estrategia mientras se mantienen los fines, pero no se puede decir del todo. Algunos pretenden regresar a un oasis que nunca existió: un proyecto de construcción nacional que vivía en una atmósfera de censura social, falsas promesas de integración y falsificación de las preferencias, donde el discurso público no coincidía con el privado, y donde se construía una imagen falsa y homogénea de la sociedad catalana. Como señala en su brillante 2017 (Deusto) David Jiménez Torres, hay una tendencia a pensar que España es artificial y los nacionalismos periféricos son emanaciones naturales. Los símbolos constitucionales deben ser pudorosos para evitar confusiones, mientras que concepciones románticas que reciclan leyendas medievales nos parecen respetables y progresistas (aunque entendemos mejor el procedimiento cuando lo hace Vox). Con esa disonancia cognitiva vamos tirando.

Conocemos el mundo al que conducen los Gobiernos independentistas: un experimento zombi. Una coalición de composición similar al Gobierno central tendría un riesgo y una certeza: Esquerra optaría por la irresponsabilidad y la traición. Es una garantía. Por desgracia, todas las maniobras de distensión se plantean de la misma manera: que el Estado dé más cosas a los nacionalismos y asimilados; por alguna razón, se tiene la esperanza de que esta vez no las usarán contra el Estado. Supuestos federalistas defienden la competición siempre y cuando ganen ellos. Además de la broma infinita del procés y las consecuencias tremendas de la pandemia, está pendiente el reconocimiento de la diversidad interna de Cataluña, la neutralidad de las instituciones y el respeto a los derechos lingüísticos, y el fin de una situación delirante donde se considera que la posición moderada es la ignorancia sistemática de las resoluciones judiciales. @gascondaniel

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Más información

Archivado En