Columna

El otro comunismo

El centenario de la fundación de los partidos comunistas, ordenado por Lenin, deja un sabor agridulce

Un cartel comunista muestra a Lenin, en octubre de 1917, liderando a los soldados hacia la revolución.Photo 12 / Universal Images Group via Getty

El centenario de la fundación de los partidos comunistas, ordenado por Lenin, deja un sabor agridulce. Han fracasado las expectativas de construir un mundo liberado de la explotación capitalista y el balance de la experiencia comunista, el “socialismo real” de raíz estaliniana, fue desolador: una forma de dictadura totalitaria que, cuando sobrevive (Corea del Norte), agrava el modelo soviético. Los herederos clásicos en Europa son marginales y solo el legado totalitario e imperialista se mantiene, como en Rusia, ya sin PC...

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El centenario de la fundación de los partidos comunistas, ordenado por Lenin, deja un sabor agridulce. Han fracasado las expectativas de construir un mundo liberado de la explotación capitalista y el balance de la experiencia comunista, el “socialismo real” de raíz estaliniana, fue desolador: una forma de dictadura totalitaria que, cuando sobrevive (Corea del Norte), agrava el modelo soviético. Los herederos clásicos en Europa son marginales y solo el legado totalitario e imperialista se mantiene, como en Rusia, ya sin PCUS, o en forma de capitalismo de Estado, caso chino, bajo un PCCh dispuesto a maximizar la opresión de los ciudadanos, aupado sobre la digitalización. De Stalin a Orwell, pasando por Mao.

Paradójicamente, en ese camino hacia el infierno la dimensión emancipatoria del proyecto ha sido más que un señuelo. La lucha contra la desigualdad es aún hoy una exigencia, y las sociedades democráticas siguen amenazadas por lo que Umberto Eco llamó “el fascismo eterno”, de Mussolini-Hitler a Trump, Salvini o Erdogan, reacción política más opresión social. Precisamente contra el fascismo italiano se forjó el otro comunismo, aún bajo la férula de Stalin, consciente de que la democracia era también un objetivo para los trabajadores y que su ausencia llevaba a la dictadura o al caos.

El líder del PCI, Togliatti, lo aprendió y explicó mientras dirigía el PCE durante la Guerra Civil, enviado desde Moscú. Luego, entre elogios, Pasionaria y Carrillo rechazaron la enseñanza de Togliatti. Carrillo asumió que en España el PCE debía luchar por la democracia y así lo hizo, hasta la autodestrucción de 1977-1981. Pero era discípulo de Stalin, no de Togliatti ni de Gramsci: su PCE era el de siempre, actuando en democracia. El eurocomunismo fue un espejismo, eso sí, positivo para la democracia española.

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En el centenario de la fundación del PCI, cabe recordar que por cuarenta años creó un nuevo tipo de izquierda, conjugando la defensa de los intereses de clase con el interés general. Amén de una dimensión cultural efectiva, no como la “alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura” del PCE. Renunció a la consigna del socialismo sin respaldo mayoritario, arruinada en Chile. Comunismo y democracia: el enlace permanecerá más allá de las siglas en la actuación de un dirigente clásico como Giorgio Napolitano, durante su presidencia de la República. El rescoldo lo mantiene como puede Zingaretti. Una auténtica política democrática socialista, no las de Craxi, Hollande o Sánchez.

La crisis económica y la presión de EE UU, asesinato de Aldo Moro en 1978 incluido, por las Brigadas Rojas de Moretti, arruinaron el “compromiso histórico” reformador de Berlinguer. Por si acaso, Brezhnev ya había ordenado antes que lo mataran en Sofía, camión mediante, para impedirlo, igual que hicieran antes Stalin y sus sucesores en los atentados contra disconformes, Togliatti entre otros. Putin, con Navalni, no inventa nada.

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