Darle una oportunidad a la razón
Las corrientes afectivas marcan el paso de la política en las sociedades actuales
La realidad es terca, y termina revelando las limitaciones de los proyectos políticos que se sostienen en proclamas maximalistas y que explotan para imponerse los resortes emocionales. Donald Trump se afanó durante cuatro años en machacar a los estadounidenses con la promesa de volver a hacer grande a América. Era tan enorme su meta que entendió que conquistarla justificaba saltarse las reglas de juego, destrozar sin el menor escrúpulo el equilibrio de poderes, servirse de una larga e interminable colección de mentiras, apelar al enfrentamiento y la división. El Brexit está mostrando que no er...
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La realidad es terca, y termina revelando las limitaciones de los proyectos políticos que se sostienen en proclamas maximalistas y que explotan para imponerse los resortes emocionales. Donald Trump se afanó durante cuatro años en machacar a los estadounidenses con la promesa de volver a hacer grande a América. Era tan enorme su meta que entendió que conquistarla justificaba saltarse las reglas de juego, destrozar sin el menor escrúpulo el equilibrio de poderes, servirse de una larga e interminable colección de mentiras, apelar al enfrentamiento y la división. El Brexit está mostrando que no era aquella panacea que iba a devolver a los británicos el antiguo esplendor del imperio y tampoco el procés ha cumplido en Cataluña sus ambiciosas promesas.
En Aurora, el libro en el que Friedrich Nietzsche se propuso mostrar que la humanidad “no es gobernada en absoluto por un Dios”, como explicó en Ecce homo, su extraña autobiografía, hay un fragmento en el que se ocupa de diagnosticar el que sigue siendo acaso uno de los asuntos centrales de una sociedad de masas como la actual, donde la política tiene un fuerte componente religioso. Dice ahí que “la razón de los antiguos sabios había desaconsejado los afectos a los hombres”, pero que llegó el cristianismo y se propuso “devolvérselos”. Así que invitó a esos afectos “a manifestarse con toda su fuerza y todo su esplendor: como amor a Dios, temor de Dios, como fe fanática en Dios, como la esperanza más ciega en Dios”. Los subrayados son de Nietzsche, e igual habría que ajustar un poco sus palabras para que la observación se comprenda mejor en nuestros días. Si hay algo por encima de todo, ¿qué lugar entonces para la razón y su voluntad de entender lo que ocurre y darle una respuesta, una salida, una solución?
Los afectos no brotan por generación espontánea, surgen con el trato, en las relaciones entre unos y otros, ahí donde se tejen las complicidades y donde con frecuencia se refuerzan los prejuicios y las creencias. Ya lo advirtió el escritor portugués Eça de Queirós cuando apuntó que “lo único real, esencial, necesario y eterno de la religión es el ceremonial y la liturgia”. Es decir, aquellos procesos donde los afectos de las gentes se engarzan y cobran envergadura y peso específico. A ver quién puede decirle después a quien participa intensamente en ellos, pongamos a uno de los seguidores de Trump, que su líder ha perdido las elecciones. No lo creerá. No lo han creído, y por eso asaltaron el Capitolio.
En otro fragmento de Aurora, que Nietzsche colocó poco después del ya citado, se lee: “Estos hombres serios, trabajadores, justos, de profundos sentimientos, que aún son cristianos de corazón: tienen la obligación de vivir, a modo de prueba, una vez por algún tiempo sin cristianismo (…)”. Salir de esos afectos a los que se han entregado y situarse frente al mundo con los instrumentos de la razón. No se puede, evidentemente, prescindir de las emociones ni es posible colgar los afectos con una pinza en el armario, como si carecieran de peso e importancia. Hay situaciones, sin embargo, y unas elecciones lo son, en las que resulta recomendable situarse frente al mundo y mirar de frente sus complicaciones, problemas, roturas y desperfectos, y acudir a la razón antes de sumergirse en la corriente sentimental que da ya todo por resuelto en cuanto se cumplan unas promesas vagas y solemnes.