Latinoamérica: incertidumbres del 2021
El continente porta su propio catálogo de preocupaciones económicas, sociales y electorales a partir del dramático desarrollo del año que termina
Si las circunstancias nos sorprendieron cuando la humanidad fue atacada por la pandemia más extendida de la historia, lo que viene para Latinoamérica en el 2021 porta su propio catálogo de incertidumbres a partir de dramáticos desarrollos vividos en el año que termina.
En varios ámbitos el panorama aparece muy borroso e incierto: en lo económico, por la polarización social, varias incertidumbres electorales y la crisis en Venezuela.
Primero, por la caída generalizada de la economía y recesión. The Economist estima que cae el 2020 en un promedio de -8%, lo que viene teniend...
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Si las circunstancias nos sorprendieron cuando la humanidad fue atacada por la pandemia más extendida de la historia, lo que viene para Latinoamérica en el 2021 porta su propio catálogo de incertidumbres a partir de dramáticos desarrollos vividos en el año que termina.
En varios ámbitos el panorama aparece muy borroso e incierto: en lo económico, por la polarización social, varias incertidumbres electorales y la crisis en Venezuela.
Primero, por la caída generalizada de la economía y recesión. The Economist estima que cae el 2020 en un promedio de -8%, lo que viene teniendo ya un brutal impacto en el aparato productivo y en el empleo. Se estima que la tasa regional de desempleo supera ya el 11%, lo que abarca a no menos de 34 millones de personas.
El gran reto: si se podrá tener ritmos de recuperación relevantes sin una espectacular inyección externa de recursos. No suena realista. Esto variará, no obstante, de acuerdo a las condiciones en cada país: inversión previsible, capacidades fiscales y de endeudamiento, etc. Tendrá que ver mucho la confianza que las respectivas condiciones políticas e institucionales que existan.
Lo claro, sin embargo, es que no hay a la vista un Plan Marshall, o semejante, para la región. Como el lanzado en la Unión Europa hace algunas semanas o el de 900.000 millones de dólares que se votó esta semana en el Congreso en Washington para EE UU. No está Latinoamérica en ninguno de esos planes.
Segundo, la polarización social y política en varios países. Que tiene, por supuesto, conexión con el colapso de las economías, pero con una dinámica propia y elementos que funcionan como gatillo. Empezando por una juventud que en la región se ha puesto las pilas con información, herramientas de comunicación ágiles y una notable capacidad de movilización y que se ha lucido ya en Argentina, Chile, Colombia, Ecuador o Perú.
Una juventud que ha visto que se puede tumbar una Constitución (Chile) o un Gobierno de facto (“Merino el breve”, en Perú) y que ya comprendió sus potencialidades y capacidades. Cualquier Gobierno que a futuro ignore esa fuerza y dinámica generacional o social y no busque interactuar con ella estará condenado a la precariedad. También, si no se toma en cuenta que la administración de la política y las prioridades estatales tendrán que redefinirse.
Tercero, el nutrido calendario electoral del 2021, abierto a resultados impredecibles por la acelerada “fluidez” en los actores políticos relevantes. Cuatro elecciones presidenciales y generales en Ecuador, Chile, Nicaragua y Perú, en las que todo es incierto, salvo en las de noviembre en Nicaragua, donde el poco transparente sistema electoral apunta a una inexorable reelección de Ortega en cabeza de Rosario Murillo, esposa del presidente. Además, en Argentina y México se producirán elecciones legislativas parciales; y Brasil y Colombia celebrarán presidenciales recién en 2022.
En las presidenciales de Ecuador, en febrero, no podrá postularse Rafael Correa, pero la elección apunta a una polarización entre el banquero guayaquileño Guillermo Lasso y Andrés Arauz, próximo a Correa. En el Perú, que celebra elecciones generales en abril, un récord histórico y atosigante de candidatos presidenciales –más de 20– plantea el abanico más amplio, poco atractivo e incierto de toda la historia electoral peruana.
En Chile se elegirá la Convención Constituyente en abril y en noviembre un nuevo Gobierno. El contexto político es el del desdibujamiento de los partidos y alianzas políticas que han prevalecido en el país en las últimas tres décadas. Abriéndose también, pues, cursos impredecibles en el país del sur.
Cuarto, la crisis en Venezuela y sus repercusiones regionales. Se mantiene y acentúa. Particularmente con la mayor ola migratoria de la historia latinoamericana con más de cinco millones de emigrantes hacia los países vecinos.
El contexto: la prolongación del régimen de Maduro. Las sanciones económicas no lo tumbaron, solo trajeron más sufrimiento a la gente. Mientras, la oposición continúa dividida y se llega al evidente agotamiento de Guaidó como carta presidencial alternativa a Maduro por su propio desgaste y al vencer el 5 de enero el plazo de la Asamblea Nacional que Guaidó preside.
Nada de lo hecho logró generar condiciones siquiera para que las elecciones del 6 de diciembre para la Asamblea Nacional fueran transparentes y legítimas. ¿Qué viene?
Visto el completo fracaso de la “opción Trump”, las salidas viables apuntan, más bien, a salidas negociadas para la recuperación de la democracia en Venezuela. Como las que han venido de varios países como Noruega y el amplio abanico de los demás agrupados en el llamado “Grupo de Contacto”, que incluye a los principales países de la Unión Europea.
Pero una salida negociada no se generará espontáneamente y solo se arribará a ella si concurren al menos con tres componentes.
De un lado, lo crucial: cohesión y consistencia en la oposición democrática en Venezuela. Asunto que corresponde resolver a la ciudadanía venezolana.
La experiencia de la recuperación democrática en el Perú del año 2000 demostró el peso absolutamente determinante de la unidad entre la oposición a la que se llegó. Sin los pasos que se lograron recién a partir de ello, no sería exagerado concluir que el Perú podría seguir veinte años después aún bajo la autocracia fujimorista, y a la espera de una solución proveniente de fuera.
Por otro, articulación entre actores intergubernamentales y nacionales que apuntalen el esfuerzo democratizador. Camino que sería de negociaciones y persuasiones. En esto la administración Biden puede contribuir mucho más que las inútiles y contraproducentes presiones económicas de Trump. Como lo han referido la agencia Bloomberg o The Economist, esto debería conducir en algún momento a conversaciones directas sostenidas. El papel del Grupo de Contacto y del Grupo de Lima aggiornado y articulado al primero, cobra especial relevancia en esa perspectiva
Finalmente, gestiones pertinentes y al nivel apropiado con otros actores internacionales fundamentales concernidos. Principalmente Rusia, Turquía y China, cuya participación en este contexto es, acaso, tan relevante como fueron la URSS y Cuba en los noventa para lograr la paz centroamericana.