Columna

Encadenados

Con una geometría variable no hubiese habido crisis de la eurozona ni Brexit. La zona euro necesita más integración, y la Unión Europea, menos

eurointelligence.com

Catón el Viejo concluía todos sus discursos en el Senado romano con la advertencia de que había que destruir Cartago. Mi columna seguramente haya sido igual de irritante con su puntillosa insistencia en que la eurozona necesita más integración, y la Unión Europea, menos. No habría habido crisis de la zona euro si la unión monetaria hubiese estado acompañada desde el principio por una pequeña unión fiscal y bancaria. Tampoco habría habido Brexit si la Unión Europea hubiese ofrecido a Reino Unido una forma de pertenencia que no incluyese un compromiso con una unión cada vez más estrecha. Desde l...

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Catón el Viejo concluía todos sus discursos en el Senado romano con la advertencia de que había que destruir Cartago. Mi columna seguramente haya sido igual de irritante con su puntillosa insistencia en que la eurozona necesita más integración, y la Unión Europea, menos. No habría habido crisis de la zona euro si la unión monetaria hubiese estado acompañada desde el principio por una pequeña unión fiscal y bancaria. Tampoco habría habido Brexit si la Unión Europea hubiese ofrecido a Reino Unido una forma de pertenencia que no incluyese un compromiso con una unión cada vez más estrecha. Desde luego, no se habría producido el actual enfrentamiento con Hungría y Polonia, ya que los dos países no habrían estado en condiciones de chantajear a los demás con el presupuesto de la UE.

El origen de mi discrepancia fundamental con Angela Merkel tiene que ver precisamente con esto. La canciller ha dado prioridad a la cohesión de la Unión Europea y se ha resistido a la integración de la eurozona. Su actitud viene de lejos. Tras el colapso de Lehman Brothers en 2008, se opuso a una solución a la crisis bancaria limitada a la zona euro, y al principio rechazó incluso la idea de celebrar cumbres exclusivamente con sus países integrantes. Casi todas las crisis que hemos sufrido en la UE han sido producto de esta fatídica decisión de reducir al mínimo la geometría variable.

Al igual que Catón, no me canso de repetir lo que pienso.

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El asunto vuelve a ser urgente ahora que Polonia y Hungría han votado a favor de bloquear la expansión de los recursos propios de la UE, condición previa para el desembolso de los fondos de recuperación. La crisis era previsible y se previó. La solución que propuse la semana pasada fue que la Unión optase por la vía de la cooperación reforzada para hacer frente al problema. No me cabe la menor duda de que Merkel rechazará este planteamiento. Es lo que ha hecho siempre.

El conflicto en torno a los presupuestos de la UE es un recordatorio de que la integración y la desintegración van de la mano. Recordemos que el veto de David Cameron al Pacto fiscal fue lo que desencadenó la sucesión de acontecimientos que condujo al Brexit. El veto húngaro-polaco podría tener el mismo efecto. Cuando Cameron vetó el Pacto fiscal, los demás Estados miembros abandonaron el tratado y pusieron en marcha el nuevo régimen fiscal en forma de tratado intergubernamental. Es probable que la historia no se repita punto por punto, pero hay similitudes.

Igual que Reino Unido, Polonia y Hungría no tienen intención de adoptar el euro. En ambos países, la retórica se ha vuelto cada vez más nacionalista y euroescéptica.

Todos los que piensan que el Brexit es una tragedia, deberían escuchar al exembajador de Reino Unido en la Unión Europea, sir Ivan Fallon. Hace poco afirmó que, casi con total seguridad, su país habría vetado el actual Presupuesto de la Unión si todavía hubiese sido miembro. La cuestión habría sido relevante incluso con un Gobierno laborista proeuropeo. La Unión Europa podría haber resuelto el conflicto original con Cameron ofreciendo a Reino Unido una solución alternativa —un acuerdo de asociación profundo con pertenencia al mercado único y la unión aduanera— y plena codecisión política dentro de ese nivel de integración. Polonia y Hungría también podrían haberse unido al mismo nivel, que estaría abierto a todos los demás Estados miembros que no formen parte de la eurozona. La estratificación en niveles no sería estática, como en los modelos centro-periferia. Habría niveles que se solaparían. Una estructura así también exigiría principios fundamentales aplicables a todos.

La Unión Europea se ha resistido a la geometría variable porque teme la pérdida de cohesión. Pero esta pérdida ya se ha producido. Los defensores de una unión cada vez más estrecha han perseverado en su error de juicio de la dinámica de una unión monetaria, a saber, que esta conduce a crisis con terribles consecuencias humanas a menos que cuente con una unión fiscal y bancaria y un sistema de seguro de desempleo operativos. En la Unión Europea tenemos versiones incipientes de todo ello, pero ninguna acaba de funcionar.

La banca europea es más nacional hoy que hace 20 años. Mientras el fondo de recuperación esté vinculado al Presupuesto de la UE, seguirá siendo una trivialidad macroeconómica. El fondo debería haber sido desde el primer momento un proyecto a nivel de la eurozona. Sin más integración en la zona euro, los desequilibrios internos seguirán agrandándose. Tal como está constituida actualmente, la eurozona sigue siendo insostenible.

Los autores del Tratado de Lisboa tuvieron el buen criterio de introducir la cooperación reforzada como el instrumento más indicado para impulsar la integración de la zona euro. Todavía no lo hemos utilizado con ese fin. La próxima revisión del tratado ofrece una importante oportunidad para llevar a cabo esta tarea en toda la Unión Europea y encontrar formas de acomodar grupos de miembros divergentes con niveles solapados de integración y participación política.

La salida de Merkel de la política y la actual crisis del Presupuesto abren un resquicio para que esto ocurra.

Wolfgang Münchau es autor es director de eurointelligence.com

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