Tribuna

Bueno, nadie es perfecto

Somos demasiados los que nos creemos importantes y opinamos sobre cosas sobre las que poca idea tenemos

Científicos del laboratorio chino Yisheng Biopharma trabajan en el desarrollo de una vacuna contra la covid-19 en Shenyang (China).NOEL CELIS (AFP)

Mi abuelo fue un hombre importante. Se lo he oído decir a muchas personas. Yo solo tengo un recuerdo de él, esos recuerdos de infancia con los que Freud me hubiera diagnosticado alguna represión o neurosis: su risa y las escaleras de nuestra casa, en Francia, en las que lo esperaba sentada con mis primos y hermanos. Yo tenía tres años. Él volvía de esquiar. Era el año 1975.

Fue ingeniero. Inventor. Nació en un pequeño pueblo del departamento del Yonne, y estudió con becas y ayudas, siempre apoyado por profesores que vieron en él su talento precoz. Se pasó la vida estudiando, aprendiendo...

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Mi abuelo fue un hombre importante. Se lo he oído decir a muchas personas. Yo solo tengo un recuerdo de él, esos recuerdos de infancia con los que Freud me hubiera diagnosticado alguna represión o neurosis: su risa y las escaleras de nuestra casa, en Francia, en las que lo esperaba sentada con mis primos y hermanos. Yo tenía tres años. Él volvía de esquiar. Era el año 1975.

Fue ingeniero. Inventor. Nació en un pequeño pueblo del departamento del Yonne, y estudió con becas y ayudas, siempre apoyado por profesores que vieron en él su talento precoz. Se pasó la vida estudiando, aprendiendo y enseñando, y supongo que siguió su instinto de hombre inteligente. Su compañía inventó el primer sistema de suspensión de aire para un tren aerodeslizador, el Aérotrain, del que el mundo entero se ha beneficiado. Su país lo apoyó, con reticencias. Un recién llegado a la presidencia Giscard d´Estaing reconoció que, si bien su tren era el más rápido que se había construido jamás, no era en buen momento para apoyarlo, “la gente quiere modernidad, pero no tanta…”. Brotaron teorías de la conspiración para desacreditar su trabajo y el de su compañía. Mi madre lo tiene claro, lo dejaron solo y murió de pena. Sus diarios así lo reflejan, en él habla de “mis dolores de cabeza” y de su frustración. Tenía 58 años, un cáncer de cerebro lo mató y un atentado que nunca se esclareció calcinó el hangar en el que su tren esperaba salir a unir los pueblos de Francia.

Mi abuelo pescaba, tenía una relación de amor y de respeto hacia la naturaleza. Me lo ha contado mi madre, que lo acompañó tantas veces y desarrolló junto a él esa excelsa paciencia del pescador. Tenía una sonrisa que a mí me ha acompañado mucho y que solo puedo agradecerle a mi primera memoria y a ese invento que es la fotografía. Hablaba con un acento de Borgoña que no se consideraba elegante para un hombre de “su importancia” y para un oficial de la Legión de Honor. Pero él nunca se bajó de su acento.

Hoy me acuerdo de él y de toda su importancia. Por este ruido insoportable que da dolor de cabeza. Supongo que somos demasiados los que nos creemos importantes como mi abuelo, y opinamos sobre cosas sobre las que poca idea tenemos. Estamos legítimamente enfadados y nadamos en una sopa de opiniones contradictorias. Y es una mezcla explosiva.

Oigo decir a algunos que esta enfermedad mata a unos cuantos, pero ¡qué le vamos a hacer! mal de unos pocos, porque es más importante “mi libertad”. Otros dicen que no se pondrán la vacuna porque las vacunas son una gran mentira urdida por “los poderes”. ¿Serán los mismos poderes a los que aluden los negacionistas, o esos son “otros poderes”? Se dice que las vacunas ¡matan…! y muchos no se la pondrán (40% según una encuesta), pero a la vez, muchos de ellos piden con más fuerza salir a hacer vida normal ya. ¿Han pensado a cuántos tiene que matar esta asquerosa enfermedad para que se considere que no ponerse una vacuna es más beneficioso que hacerlo? ¿O es que los muertos por covid-19 cuentan menos que los posibles perjudicados por una vacuna? Lo cierto es que tienen más valor los muertos que refuerzan nuestras teorías.

La culpa de la pandemia es de los gobernantes y de sus malas actuaciones y a más pandemia más Estado porque “ellos tienen que sacarnos del lío”. Lo dicen también liberales que quieren bajar impuestos y reducir la presencia del Estado en nuestras vidas, pero ¿cómo se pagan más camas, más médicos, más pruebas, si no es con dinero de cada uno de nosotros hará llegar de una u otra forma al Estado? ¿O es que el Estado es unos u otros según cada circunstancia? ¡Pues consumamos!, se grita ¡y que siga la fiesta! ¿Pero no era malo consumir porque contamina y solo sirve al asqueroso capitalismo? ¡La vida es lo primero y la economía tendrá que esperar! O viceversa. ¿De verdad no se puede organizar la vida pensando en la economía y viceversa? Quizás sí pero hay que cambiar algo de esa vida, y algo de esa economía. ¡Las pruebas son la clave! ¡Las pruebas no sirven para nada pero que me la hagan! Si esto afecta a los mayores ¡que se encierren ellos! ¿O quizás podríamos enseñar a nuestros jóvenes que, como tantos otros que nos precedieron y fueron a luchar por sus mayores, su acción de hoy se verá mañana como un gran gesto de generosidad y de responsabilidad que los ayudará a crecer? Pero no, sigamos inculcándoles el “yo, yo, yo”, porque “yo lo valgo”. Lo que no se puede negar es que los médicos y el personal sanitario se están dejando el pellejo. ¡Pues que se pongan ellos la vacuna! Y lo hará la mayoría, porque sabe lo que está en juego. ¿Pero es así cómo los tenemos en cuenta en nuestra ecuación? Por favor, lean el manifiesto que han publicado 55 sociedades científicas españolas con motivo del primer Congreso Nacional covid-19

¿Somos acaso el paciente al que esta pandemia ha retrasado su operación, por la ocupación de camas, y que quizás no viva para contarlo? Quizás podríamos hacer algo para intentar evitar que se ocupe su cama por un enfermo de covid-19. ¡Pero menudo aburrimiento! Porque resulta que para algunos salir menos, o no hacer su vida “de siempre” es sinónimo de confinamiento. ¿De verdad renunciar temporalmente a hacer botellón o a no reunirnos con todos nuestros amigos cuando nos da la gana es una restricción insoportable de “mi libertad”? ¿Podríamos pensar que quizás ese esfuerzo aporte un bien mayor a la comunidad mientras dure la pandemia? Y es importante repetirlo: mientras dure la pandemia.

El Gobierno y las grandes corporaciones son responsables de muchos de nuestros males, clamamos. ¿Pero acaso está reñido con que lo seamos a título individual? Ser responsables con lo que hacemos con nuestra vida tiene la virtud de tener mucho que ver con qué hacemos por nuestra comunidad cercana. No es poco.

Demasiados van por ahí dándose bombo con teorías que afirman que las redes, las pantallas y la tecnología son causantes de la pandemia, ¿pero cuántos de ellos se nutren y viven de esas mismas redes, pantallas y tecnología que demonizan según lo que les viene bien? Podríamos empezar a pensar seriamente si estamos engordando con su mal uso la estupidez humana.

Yo no salí ingeniera, ni científica, me hubiera encantado. Sufro mis enormes limitaciones por no ser capaz de comprender cómo actúan las transaminasas o cómo funcionan el motor de un coche o las tripas de un ordenador que tanto bien traen a mi vida bien usados (y recalco ese “bien usados”). Por eso admiro tanto a quienes tienen ese conocimiento. Pero no los coloco en el podio de los dioses porque no me parece ni sano ni responsable. Seguramente ellos quisieran poder escribir una novela, tocar como Jimi Hendrix o bailar La Bayadère. Yo también, por cierto. ¿Qué tal si bajamos de nuestros pequeños altares a mucho diosecillo, aprovechados y vendevientos con buenas intenciones que las redes, y lamentablemente muchos medios de comunicación, están metiendo en nuestras vidas para su único y propio beneficio, para que la sociedad esté polarizada, dividida en bandos cada vez más manipulables y a su vez manipuladores? ¿Cuántas de esas teorías no existirían o no necesitarían un apostolado a gritos si en lugar de ir a las redes a informarnos lo hiciéramos más a menudo con libros que nos hacen pensar con mayor lentitud y artículos que han pasado muchos filtros antes de ser publicados, prensa escrita que no nos embute en la lectura de la noticia sus “sugerencias” o anuncios y nos lleva por donde le interesa, y diálogo que exige escuchar al otro exponer sus motivos en lugar de lanzarle los nuestros para confirmar nuestras teorías? Todos nos podemos aplicar el cuento. Este artículo es fruto de esta necesidad para quien lo escribe. Leamos lo que nos saca de nuestras ideas. Busquemos una coherencia de partida, serenidad, eso que por desgracia los políticos no son capaces de mostrar porque “no renta” como dicen los jóvenes ahora, y hagámoslo aceptando que, “Bueno, nadie es perfecto”, como dice Osgood Fielding en Con faldas y a lo loco. Tanto en tan poco… Sabernos imperfectos no nos tiene que llevar a la necesidad de “sentirnos importantes” a toda costa. Mi intuición me dice que mi abuelo nunca se sintió así.

Hoy, más que nunca, me acuerdo de él. Me encantaría que sus dolores de cabeza no fueran los de todos esos médicos, científicos y personas que están luchando por llevarnos, con tiempo, en silencio y con los errores que ellos mejor que nadie saben que hay que superar por el camino de la investigación, hacia una vida libre de este virus. De momento en nuestra mano está que el camino, que aún será duro, sea más sosegado, silencioso y coherente. Ya habrá tiempo para la fiesta. Ahora toca escuchar, ayudar y tener paciencia. Menudo aburrimiento.

Phil Camino es escritora y editora de La Huerta Grande. Autora de La memoria de los vivos (Galaxia Gutenberg).

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