Columna

Tres sabios cascarrabias

En unos meses se han marchado Bloom, Steiner y Fumaroli, tres eruditos que nos ayudaron a pensar y a leer

Harold Bloom (Nueva York, 1930), fotografiado en 2002 en su casa de Manhattan.

En unos meses se han marchado tres grandes eruditos cascarrabias: Harold Bloom, George Steiner y Marc Fumaroli. Los tres eran apasionados y polémicos. Representaban un elitismo en un tiempo donde reivindicar la comprensión lectora es, con suerte, pedante o descortés. Ejercieron el papel de sabios reaccionarios en una época de la celebridad.

Bloom dejó análisis memorables de Shakespeare o Dickinson, y conceptos como la ansiedad de la influencia o la escuela del resentimiento. Se hizo muy conocido por El canon occidental, donde discutía los textos con libertad asociativa y obsesión...

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En unos meses se han marchado tres grandes eruditos cascarrabias: Harold Bloom, George Steiner y Marc Fumaroli. Los tres eran apasionados y polémicos. Representaban un elitismo en un tiempo donde reivindicar la comprensión lectora es, con suerte, pedante o descortés. Ejercieron el papel de sabios reaccionarios en una época de la celebridad.

Bloom dejó análisis memorables de Shakespeare o Dickinson, y conceptos como la ansiedad de la influencia o la escuela del resentimiento. Se hizo muy conocido por El canon occidental, donde discutía los textos con libertad asociativa y obsesión. Era más abierto de lo que parecía. Pero ya advirtió Cioran de que todo éxito es un malentendido.

Bloom realizaba una relectura anglocéntrica de la tradición occidental; había lagunas, pero también vocación de exhaustividad y entusiasmo. Steiner prefería hablar de grandes nombres. Le preocupaba una sensación de acabamiento y sentía nostalgia de una Europa que se había destruido con el genocidio nazi y las guerras.

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Si Bloom y Steiner tenían algo de teólogos, la visión de Fumaroli parecía más laica. Admiraba la República de las Letras y la Ilustración: una combinación de erudición e ingenio, de construcción de imaginario y ciudadanía. Reivindicaba la destreza, la educación artística. Uno de sus libros más conocidos es El Estado cultural, que criticaba la política cultural francesa desde Malraux. Condenaba la combinación de una cultura industrial para entretenimiento las masas y un arte frívolo para millonarios. No hace falta compartir todos sus puntos de vista para admirar la perspicacia de sus críticas, su seriedad para pensar en la cultura como algo autónomo y valioso en sí, pero también como un elemento que recorre nuestra vida, la capacidad para defender la excelencia como elemento de emancipación o de ser un aguafiestas sin perder el humor y el encanto.

Algunas de sus observaciones pueden resultar anticuadas; otras parecen oportunas. Las batallas que libró Bloom se reproducen en los medios y universidades estadounidenses. Pensé en Fumaroli al leer que se atacaba una estatua de Voltaire. Cuando entrevisté a Fumaroli en su casa, se quedó callado a mitad de frase. Cerró los ojos y pensé que le había pasado algo. Al cabo de un minuto, los abrió y continuó la frase donde la había dejado. Tampoco creo que esta vez vaya a terminar la conversación. @gascondaniel

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