Opinión

Trump busca el BID mirando a China

Estados Unidos pretende una posición clave para las finanzas de América Latina en un momento en el que los países de a región caminan hacia una crisis de financiamiento

Mauricio Claver-Carone en una visita a Bolivia como asesor de Donald Trump, en enero de este año.Juan Karita (AP)

Donald Trump emitió una fuerte señal política hacia América Latina. Postuló a Mauricio Claver-Carone para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Es la primera vez que Estados Unidos pretende ese sillón, asignado desde siempre a los latinoamericanos por una regla no escrita fijada desde la fundación del organismo, en 1959. La misma que establece que el Banco Mundial será liderado por un norteamericano, y el Fondo Monetario Internacional por un europeo. El movimiento de Trump pone en evidencia varios fenómenos relevantes para la región. Uno de ellos se inscribe en el tabler...

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Donald Trump emitió una fuerte señal política hacia América Latina. Postuló a Mauricio Claver-Carone para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Es la primera vez que Estados Unidos pretende ese sillón, asignado desde siempre a los latinoamericanos por una regla no escrita fijada desde la fundación del organismo, en 1959. La misma que establece que el Banco Mundial será liderado por un norteamericano, y el Fondo Monetario Internacional por un europeo. El movimiento de Trump pone en evidencia varios fenómenos relevantes para la región. Uno de ellos se inscribe en el tablero global. Es la pretensión de Washington de neutralizar un avance de China en un momento en que los países del área caminan hacia una crisis de financiamiento. El otro dato que hay que tener en cuenta para entender la novedad es la incapacidad de los gobiernos de América Latina para coincidir en una candidatura propia. Es un signo más del resquebrajamiento que se registra en esa parte del mundo. Por esas grietas avanzó Trump.

Claver-Carone es un cubano-americano que se desempeña como director para América Latina en el Consejo Nacional de Seguridad. Allí expresa las posiciones más intransigentes en relación con los dos asuntos que dominan la agenda continental de la de la actual administración de los Estados Unidos: el conflicto con los regímenes de Cuba y Venezuela. Su aversión a Nicolás Maduro es tan marcada que, en diciembre pasado, cuando advirtió la presencia de un representante del venezolano en la asunción presidencial del argentino Alberto Fernández, se retiró con estridencia de la ceremonia.

Claver-Carone es un militante orgánico del Partido Republicano de Florida, aliado del senador Marco Rubio, quien acaso sea la figura más influyente en el establecimiento de las prioridades de Trump para la región. Puede ser un detalle secundario, pero conviene consignarlo: la campaña para la reelección presidencial no atraviesa un buen momento en Florida. Las encuestas indican una leve superioridad de Joe Biden.

Antes de integrarse al Consejo Nacional de Seguridad, Claver-Carone representó a su país en el Fondo Monetario Internacional. En diciembre del año pasado, se lo mencionó como posible sucesor del vicepresidente del BID, Brian O’Neill, que había fallecido. No se sabe si fue por falta de impulso desde la Secretaría del Tesoro o por alguna resistencia planteada desde el BID, lo cierto es que no alcanzó esa posición.

La nominación de Claver-Carone desató reproches de casi todo el arco político regional. El Grupo de Puebla, liderado por el español José Luis Rodríguez Zapatero, el brasileño Lula da Silva, el ecuatoriano Rafael Correa y el argentino Fernández, alertó acerca de un gran desequilibrio de poder dentro del Banco. Estados Unidos es el principal accionista con el 30% del capital y tiene poder de veto en la Junta de Gobernadores.

La misma preocupación manifestaron el brasileño Fernando Henrique Cardoso, el mexicano Ernesto Zedillo, el chileno Ricardo Lagos, el uruguayo Julio María Sanguinetti y el colombiano Juan Manuel Santos. Estos cinco expresidentes, de orientación socialdemócrata, exhortaron a los gobiernos latinoamericanos a ofrecer una alternativa a la propuesta de Trump.

El reclamo deja al desnudo la fragilidad que está permitiendo a Washington capturar una posición clave para las finanzas de América Latina. Los países de la región no pudieron construir una candidatura común. La expresidenta costarricense Laura Chinchilla solo consiguió el aval de centroamericanos y caribeños. Además, con ella competía una compatriota: Rebeca Grynspan, secretaria general de la Comunidad Iberoamericana. El gobierno argentino propuso a Gustavo Béliz, quien fue funcionario del BID. Solo sumó el apoyo de México. En disonancia con su socio del Mercosur, Brasil levantó el nombre de Rodrigo Xavier, un académico que vive en California. Ver a Xavier al frente del Banco fue una ensoñación de Paulo Guedes. El ministro de Hacienda puso a prueba la intensidad de la alianza entre Trump y Jair Bolsonaro. Le salió mal.

La multiplicidad de aspiraciones revela la fragmentación de la región. Claver-Carone se convirtió en una paradójica prenda de unidad. Ya tiene el apoyo de Bolivia, Brasil, Ecuador, El Salvador, Paraguay, Uruguay y Venezuela –que en el BID está representada por el Gobierno parlamentario de Juan Guaidó—y Colombia, la cuna de Luis Alberto Moreno, el actual presidente del BID. Es posible que las adhesiones de Chile y de Perú no tarden en llegar.

El gobierno de los Estados Unidos presenta su jugada con argumentos que bordean la ironía. Estaría demostrando que ese país recupera el interés por su propio continente. En realidad, la aspiración de Claver-Carone se sostiene en un viejo impulso nacionalista que anida en el pensamiento conservador norteamericano y que Trump adoptó como programa. Ese impulso sigue una premisa: los Estados Unidos deben liderar las organizaciones de las que participa. Si no pueden hacerlo, deben retirarse de ellas. Para algunos, se trata de un ataque al multilateralismo. Para otros, no es más que el sinceramiento de una hegemonía velada por formalidades burocráticas.

La postulación de Claver-Carone es una decisión sobre América Latina que se tomó mirando a China. No es la primera vez que el BID es la arena de ese combate. El año pasado Washington humilló a Pekín forzando la suspensión de la reunión anual que se realizarían en Chengdu.

El equipo diplomático y económico de Trump advierte con preocupación el peso creciente que han tenido en los últimos años los chinos en el financiamiento de proyectos en el área. Esta inquietud se acentúa ahora por dos factores. El conflicto entre las dos potencias se ha agravado. Y los latinoamericanos demandarán, cuando ceda la pandemia, grandes caudales de dinero.

En este contexto el gobierno de Trump había lanzado la iniciativa América Crece, para solventar desarrollos de infraestructura con capital privado y público. Claver-Carone al frente del BID es imaginado en la Casa Blanca y en el Departamento del Tesoro como una palanca de esa estrategia. El BID es, junto con la Corporación Andina de Fomento, la institución multilateral que más dólares vuelca en América Latina. Financia proyectos por 11.000 millones de dólares. La promesa subliminal de esa eventual presidencia es que el Banco se capitalizaría y esa suma ascendería a los 18.000 o 20.000 millones de dólares.

El gobierno de Xi Jinping ya ha suscripto con 14 países de la región acuerdos de inversión en el marco de la iniciativa One Belt, One Road (Una franja, una ruta). Países que están bajo la influencia directa de los Estados Unidos, como Panamá, República Dominicana y El Salvador, han dejado de mantener relaciones con Taiwán para establecerlas con la República Popular China. Los chinos son los principales socios comerciales de los chilenos. E incrementaron muchísimo sus vínculos económicos con Brasil y Argentina. Venezuela, Bolivia y Ecuador tienen una dependencia marcadísima con Pekín.

Claver-Carone es una pieza en este ajedrez. Su candidatura pretende tomar una colina en un conflicto que la Casa Blanca narra con los términos de una nueva guerra fría.

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