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Columna
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AMLO vs. Biden, la catástrofe anunciada

Los dos mandatarios no serán amigos personales, pero eso no tiene por qué traducirse automáticamente en una actitud hostil

Jorge Zepeda Patterson
Andrés Manuel López Obrador abrazando
López Obrador, este miércoles en rueda de prensa.MEXICO'S PRESIDENCY (Reuters)

La extracción social y política de Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador no podía ser más distinta, sin embargo en algunos aspectos parecerían haber sido separados al nacer. Corre entre ellos una empatía personal derivada de algunas identidades obvias: ambos se impusieron a la maquinaria política profesional de Washington y la Ciudad de México, impulsados por el resentimiento popular en regiones y grupos sociales desdeñados por el modelo de crecimiento y la globalización de los últimos años; ambos desconfían de los tecnócratas y los especialistas, los dos se inclinan por un retorno a los sectores productivos tradicionales, gustan de invocar el nacionalismo y ejercen el poder en términos de un liderazgo personal y voluntarista caracterizado por un recelo al entramado institucional.

Y si bien no hay que llevar demasiado lejos estas identidades, bastaron para establecer entre ellos una relación de amistad y apoyo mutuo, muy valorada por López Obrador. Una y otra vez el presidente mexicano ha destacado, con razón, que gracias a esta amistad se logró evitar el “huracán categoría 5” en contra de México que se había pronosticado por el arribo del empresario a la Casa Blanca. Lejos de eso, AMLO ha agradecido en público un par de intervenciones de Trump a favor de nuestro país.

Para el código de valores del propio López Obrador sería una ingratitud darle la espalda a su colega en los momentos en los que afirma haber sido víctima del proceso electoral. No sé si AMLO crea que, en efecto, hubo mano negra en contra del republicano, como este afirma, o incluso si esa impugnación pueda mantenerlo en el poder. Lo dudo. Simplemente debe parecerle de mal gusto traicionar esa relación basada en un vínculo personal. Es eso lo que hay de fondo y no una teoría Estrada del respeto a los procesos internos de otros países, como AMLO ha argumentado, porque eso no le impidió felicitar a los presidentes electos de Argentina o Bolivia horas después de haber cerrado las urnas.

Los críticos de AMLO han querido ver en esta actitud una futura catástrofe para México. Me parece un exceso y delata, como en tantas otras cosas, un intento de utilizar cualquier controversia para llevar agua al molino del antilopezobradorismo. Es un desacierto diplomático, sin duda, pero se han exagerado por razones políticas las consecuencias que podría acarrear.

Está claro que b y López Obrador no serán amigos personales. Pero eso no significa que habrá represalias o se traducirá automáticamente en una actitud hostil. Biden es un funcionario profesional, seis veces senador y ocho años vicepresidente lo cual significa que procederá a impulsar la agenda que le conviene a su país, a su partido y, sobre todo a su reelección dentro de cuatro años. Es decir, business as usual.

El retorno de los demócratas tampoco supone por sí mismo un cambio radical para México. Por un lado, todo indica, los republicanos mantendrán el control de la cámara de senadores, lo cual acota significativamente los márgenes de la Casa Blanca. Por otra parte, el resentimiento de los 71 millones que votaron por Trump no puede ser ignorado si no quieren perder la presidencia en 2024. Ganaron ahora gracias a la recuperación del cinturón industrial tradicional que corre por Wisconsin, Michigan y Pensilvania que Trump les había quitado. Es una región en la que abundan obreros molestos con el proceso de integración con México a quienes los demócratas tratarán de tener de su lado. Lo mismo sucede con los productores agrícolas de Florida, Georgia o Texas que buscan restricciones a las importaciones de su vecino del sur.

Es probable que en términos fronterizos y migratorios el arribo de Biden constituya una buena noticia para México y su gobierno; al menos nos libramos del chantaje permanente que significó la hostilidad y la volatilidad de Trump sobre el tema. Pero en cambio será un incordio para el Gobierno de la 4T la inclinación del demócrata a los temas ambientalistas y su énfasis en las energías alternativas. Los enfoques ecologistas opuestos entre ambos gobiernos podrían ser una fuente permanente de conflicto. En un escenario positivo, podría influir favorablemente para que México matice su categórico y controvertido espaldarazo a los combustibles fósiles y contaminantes.

Si bien habría sido deseable una relación empática entre dos presidentes que serán colegas los próximos cuatro años, el distanciamiento de las cabezas no es del todo desfavorable: la relación tendrá que operar estrictamente sobre canales institucionales y al margen del riesgo de exabruptos voluntaristas. El propio Biden, cuando vicepresidente, encabezó comisiones para asuntos bilaterales y conoce bien esos canales. En ambos lados hay operadores, el canciller mexicano Marcelo Ebrard y la embajadora en Washington Martha Bárcena tan solo por hablar del lado mexicano, capaces de gestionar profesionalmente la compleja relación.

En muchas otras cosas es probable que las relaciones entre ambos países sigan siendo lo que siempre han sido: un entramado complejo entre dos sociedades unidas por una miríada de contactos, algunos simbióticos en ese tercer país que es la frontera de ambos lados. Un entresijo que parece seguir su propia lógica independientemente de quienes ocupen las respectivas sillas presidenciales. En otras palabras, los catastróficos augurios sobre la negativa de AMLO a reconocer a Biden alimentan el morbo del día, pero tendrán pocas repercusiones de fondo, por más que sus adversarios quieran engrosarle la factura al presidente mexicano. En eso también: business as usual.

@jorgezepedap

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