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Las ‘dinastías’ sonideras que mantienen viva la cumbia en Monterrey: “Hay una reinvención de Colombia por los regios”

La adoración por la música colombiana ha permitido forjar una identidad propia, con folclore, estética y forma de vida particulares en La independencia, el barrio bravo de la ciudad mexicana

La cumbia es la pasión de Mario Alberto Alfaro, de 52 años, integrante de una agrupación que mantiene vivo ese género musical de la costa caribeña colombiana en La Independencia, barrio bravo de Monterrey. Alfaro forma parte de una “dinastía” musical que desde los pasados años setenta ha forjado toda una cultura alrededor de Colombia, país mítico en estas calles levantadas en las montañas de la ciudad mexicana industrial, al margen de su riqueza. La cumbia aquí no solo es la banda sonora en medio de las penurias, sino una forma de vida que resguarda y amplifica esos ritmos que fusionan cultura africana, indígena y española. “La cumbia es algo muy especial, pero se oye más padre con los sonidos de nosotros”, dice orgulloso Alfaro. Y agrega: “Para mí es lo más bonito que hay en el mundo. Cualquier canción que pones te llega alma. Es algo mágico. Y pues eso es lo que buscamos aquí en Monterrey, preservarla”.

La “dinastía” musical de Alfaro, como se nombran aquí a las agrupaciones más viejas de sonideros, es conocida como dinastía Zorro Agustín, el apodo con el que llamaban a su hermano, el iniciador del grupo en los años setenta. “Él fue mi maestro, que en paz descanse. Yo empecé a tocar con el sonido que nos dejó a los 15 años. Salía con amigos para que me ayudaran con el equipo, mis discos, mis bocinas. Aprendí pronto a poner un tema en la tornamesa, porque muchos batallan, ya que no tienen el pulso, pero yo sí le atinaba el surco del disco”, explica el músico.

Alfaro recibe esta soleada mañana de octubre a un grupo de artistas, funcionarios y periodistas colombianos que visitan La Independencia atraídos por esa pasión cumbiera pero también por el amor que despierta aquí Colombia, una especie de La Meca para esta gente alegre, apasionada y hospitalaria. La Independencia es tristemente célebre en Monterrey por ser considerado un barrio violento, aunque mucha de esa mala fama está llena de tabúes, acota Yasodari Sánchez, una diligente y entusiasta académica regiomontana que ha desarrollando un amplio trabajo sobre la cultura sonidera y la cumbia de Monterrey. Es ella quien logra abrir las puertas del suburbio a los visitantes extranjeros.

El barrio, explica, comenzó a formarse a mediados del siglo XIX por migrantes de los vecinos San Luis Potosí y Zacatecas. Sus propios familiares fueron migrantes, atraídos por el trabajo de una zona que se desarrolló rápido en la industria. La Indepe, como la llaman con cariño sus habitantes, creció en las laderas de las montañas que rodean a la capital del Estado de Nuevo León, en una mancha urbana compuesta de casas de hasta cuatro plantas, callejones y escalinatas que suben en un laberinto donde predominan los colores amarillo, azul y rojo de la bandera colombiana. Sánchez explica que a veces hay toques de queda en el barrio y que cuenta con calles donde no es recomendable pasar, que por las noches los coches deben circular con las luces apagadas, pero remarca que se trata de una comunidad trabajadora, que a pesar de haber sido marginada por una ciudad que la teme, vive la vida con pasión y alegría.

Esta investigadora explica que el barrio ha generado memoria colectiva a partir de la música, el baile, por el oficio sonidero y por la apropiación del espacio público. Han forjado, agrega, una identidad propia, con folclore, estética y forma de vida particulares. Así lo confirma el sonidero Alfaro: “Aquí el sábado y domingo, donde quieras, oye las trompetas, los bafles que tocan un sonido acá, que tocan otro por allá. Cuando a alguno les llegó un disco nuevo lo ponen y da gusto escuchar que ya consiguieron la rola que querían, porque algunos lo toman con orgullo, dicen que tienen la mejor música del barrio”.

El coleccionismo y el intercambio de discos forman parte fundamental de esta cultura musical. Los sonideros aspiran a tener siempre un enorme repertorio y viajan a las casas de ventas de disco de Ciudad de México para estar al día, pero también, los que pueden, se echan un viaje a Colombia. “Porque allá es donde está la mera mata de esa música hermosa que nos encanta”, comenta Alfaro. Él compra a coleccionistas de la capital en lo que representa un enorme esfuerzo económico para estas personas obreras. Hay discos que pueden costar hasta 8.000 pesos (unos 400 dólares), el equivalente al salario mínimo mensual en México. Alfaro comenta con orgullo que ha logrado montar una colección de 2.500 discos. “Como es una inversión inmensa, tenemos que comprar algo sonable, exitoso, rítmico. Yo tengo pura música colombiana, no usamos nada regio, porque las más bonitas son las de Colombia”, asegura.

Otro gran coleccionista es José Rada García, de 63 años, que está involucrado en la cultura sonidera desde 1974, la época de oro, como él afirma. Rada guarda sus discos en cajas de plástico en su pequeño y humilde estudio, montado en el salón de su casa, cuya puerta principal está pintada con los colores de Colombia. Hoy lleva también una camiseta con la bandera. Habla con entusiasmo de un viaje que hizo al país sudamericano en 2017, del que trajo 500 discos, algunos repetidos en su colección, para intercambiar con las otras agrupaciones. “Colombia lo es todo. Es grandioso el gusto que tienen ellos por la música”, dice.

Rada comenzó a tocar cuando tenía 13 años junto a su hermano, que lo dejó pronto con el proyecto porque decidió ingresar a la academia de policía. El joven viajaba a Tepito, barrio bronco de la capital mexicana, donde podía encontrar los discos a precios módicos. “Para mí era de enorme alegría, porque me apasiona esta música. Es de un ritmo que aunque no puedas bailar, lo escuchas y empiezas a mover el piecito así”, dice haciendo un movimiento con las piernas. “O sea, esto es algo muy bonito, porque la música guarda un mensaje de alegría”, afirma. En el altar de Rada están bandas míticas como La Sonora Dinamita, el compositor Andrés Landero o el músico Humberto Pabón, del Grupo Cañaveral, uno de los más importantes de cumbia en México.

La Independencia no solo preserva la cumbia, un ritmo que es visto como algo folclórico en Colombia, donde no se le sigue con la misma pasión que aquí, donde ha generado su propio mestizaje, toda una nueva cultura que ha atraído a los jóvenes. Aquí también se toca la llamada cumbia rebajada, un subgénero que se caracteriza por tener un tempo más lento. Nació, dice Rada, de forma accidental, por el recalentamiento de un equipo musical que hizo que el disco en la tornamesa sonara más lento. Rada bromea diciendo que cuando hay bajones de energía en este barrio formado por una maraña de cables de luz, las revoluciones de la tornamesa bajan tanto que los discos pueden sonar con una lentitud asombrosa. Aquel accidente gustó y se convirtió en toda una forma de hacer música en Monterrey. Se convirtió en la música predilecta de esa subcultura urbana conocida como los cholombianos, jóvenes vestidos con peinados de patillas largas, tatuajes y vestidos con ropa holgada, una generación a la que la sociedad regiomontana llenó de estigma y que sufrió la brutal violencia desatada desde el Estado por el Gobierno del expresidente Felipe Calderón. Una historia relatada en la celebrada película Ya no estoy aquí, seleccionada como la candidata de México a mejor película extranjera en los premios Oscar de 2021.

Aunque a Rada no le gusta la película, reconoce que generó mucho interés por la cultura cumbiera de Monterrey y específicamente por La Independencia, la “Colombia chiquita” de México. El paseo de esta mañana de octubre en el barrio ha generado admiración por la delegación colombiana que la visita, que está en México para participar en la Feria Internacional del Libro de Monterrey, porque su país es el invitado de honor de este año. “Han reinventado a Colombia”, asegura Jaime Andrés Monsalve, jefe musical de la Radio Nacional de Colombia y autor de más de una docena de libros sobre música. “Hay una reinvención del país por cuenta de los regios que es absolutamente inusitada, que habíamos tenido algunas pistas en películas como Ya no estoy aquí, con el tema de la cumbia rebajada y sobre todo gente que se ha dedicado un poco a tratar de archivar el patrimonio musical colombiano, que es una cosa inabarcable”, comenta.

Esa adoración a Colombia desconcierta a estos colombianos que se pasean asombrados por La Independencia, platican con sus vecinos, escuchan sus historias, fotografían sus murales, algunos que muestran a la Virgen de Guadalupe, su amada protectora, al lado de acordeones y sombreros típicos del país sudamericano. “Nos dimos cuenta que buena parte de nuestro patrimonio musical ya los mexicanos lo habían escrutado, lo habían degustado y se lo habían traído para acá. Nos dimos cuenta muy tarde de que todo eso habla de un cariño hacia nuestra música, pero ese cariño, además, se convirtió en una cosa que se volvió extramusical”, explica Monsalve. Y agrega sin ocultar su admiración: “El hecho de que tú veas una manera tan particular de bailar la cumbia, de escucharla, el hecho de rebajarla, es decir, adaptarla a todas las necesidades del baile, pero también del día a día, de la razón de ser de de ellos, para mí me provoca un gran asombro”. Es el asombro de un colombiano que ve mimetizada su cultura en los colores amarillo, azul y rojo que brillan en las casas de La Independencia, la sucursal mexicana de la música colombiana.

El altar musical de Celso Piña

A Celso Piña se le adora en La Independencia. El músico es para sus habitantes el mayor representante de esta cultura que idolatra la cumbia. Piña vivió en La Campana, otro barrio obrero de Monterrey donde su hermana Verónica Piña preserva la que fue la casa del músico fallecido inesperadamente en 2019, durante una intervención quirúrgica. La casa es una construcción de tres plantas que resguarda los instrumentos musicales de Piña, sus reconocimientos, las portadas de sus álbumes y su pasión por la música. "Quería continuar con el legado que dejó mi hermano. No quiero que nada más se quede así como que cada año en las noticias digan 'hoy es el aniversario luctuoso de Celso Piña' y se acabó. No. Aquí hacemos un festival de la cumbia, cuando reunimos a más de 17.000 personas para celebralo", comenta. La casa es gestionada con apoyos del Gobierno local y con donaciones, aunque para la familia representa un reto garantizar su mantenimiento. A pesar de ello, impulsan también clases de música y baile para niños, "porque queremos que también bailen canciones de las que tocaba Celso, o sea, que las bailen al estilo colombiano", dice la hermana del músico. "Para mí es muy importante mantener esta casa, porque desde aquí sigue el legado de Celso", reitera.

 

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