Los Ariel: una flor cortada al jardín del centralismo

Los premios, que consiguieron salir a flote fuera de la Ciudad de México, podrían tomarse como un ejemplo de gestión de los recursos y ejercicio del poder descentralizado y compartido

El director de cine mexicano Alejandro González Iñárritu posa con el premio Ariel por mejor edición.Francisco Guasco (EFE)

Los Ariel, galardones que premian a lo mejor del cine mexicano, parecían hasta hace poco abocados a la desaparición o, cuando menos, a una minimización absoluta. Hace uno meses, por falta de dineros federales, la ceremonia prevista para este año quedó en duda....

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Los Ariel, galardones que premian a lo mejor del cine mexicano, parecían hasta hace poco abocados a la desaparición o, cuando menos, a una minimización absoluta. Hace uno meses, por falta de dineros federales, la ceremonia prevista para este año quedó en duda. Hubo pronunciamientos de la Secretaría de Cultura, que trató de serenar los ánimos, y de numerosos cineastas, entre ellos Guillermo del Toro, alertando sobre el retroceso que sería perder un evento como esta premiación. Al final, a los Ariel los rescató el gobierno de Jalisco, mediante un acuerdo con la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC). Y la ceremonia se celebró el sábado en el Teatro Degollado de Guadalajara, que podría volver a ser su sede en 2024.

Este conflicto, que tuvo un final feliz, al menos de momento, abrió la puerta a que comenzara a mencionarse de nuevo una palabra que poco se escucha en el discurso público estos días: descentralización. Ya se habla de que los Ariel, en el futuro, podrían ser itinerantes y viajar por distintas entidades del país. Lo que, de entrada, suena muy bien, pero que no termina, desde luego, con el problema de fondo, que es el hecho incontrovertible de que México es un país centralizado hasta los dientes. No solo su producción cinematográfica (que lo está y mucho). También la planeación (y el ejercicio de los recursos) de la cultura está completamente centralizada. Y mucho más allá: también lo está la misma gestión pública, la realidad política y, demasiadas veces, económica, del país.

Al tomar la presidencia, en 2018, el actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador, propuso una descentralización masiva de secretarías y entes federales a diversos estados. Los planes tardaron en echarse a andar y surgieron resistencias entre los afectados (queda claro que pocos burócratas y aún menos altos funcionarios federales son felices si los obligan a mudarse a cientos o miles de kilómetros de la todopoderosa capital, porque se alejan de sus familias y quedan, de paso, “fuera del juego” de las chambas y la política y la grilla). La pandemia de covid-19 congeló todo por meses y meses. Y ahora, con el final del sexenio a la vista y las campañas presidenciales ya encima, es obvio que el plan no llegará a término pronto ni se consumará en los tiempos originalmente dispuestos. Apenas un puñado de empleados han sido trasladados desde las oficinas centrales y solamente unos pocos recintos se han habilitado para estos fines en las diferentes sedes de los estados. Pero el poder fáctico y real, el de todos los días, sigue concentrado, cómo no, en la capital.

¿Seguirá con el plan de descentralización la heredera de López Obrador, Claudia Sheinbaum, cuya entera trayectoria es capitalina y que viene de ejercer el gobierno de la Ciudad de México los últimos cinco años y antes lo hizo al frente de una de las alcaldías más populosas de la CDMX? ¿Lo haría cualquier eventual candidato ganador de otra fuerza política? Parece muy dudoso. Por herencia del virreinato, por elección de los mandamases en cada etapa de nuestra historia, por las pistolas (es decir, las capacidades, las conexiones, los alcances) de las élites de la capital, México ha sido un estado centralizado desde que se recuerda, con muy escasos paréntesis de federalismo real.

El caso de los Ariel, que salieron bien y consiguieron salir a flote fuera de la Ciudad de México, podría tomarse como un ejemplo, en adelante. Pero no basta con que la entrega de estatuillas sea itinerante. La gestión de los recursos, el ejercicio del poder, también debería comenzar a ser compartido. Porque lo que tenemos ahora es una capital hipertrofiada y un resto del país rebajado a la fuerza a la minoría de edad perpetua de ser solo “provincia”.

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