Daniela Rea o la soledad (y las contradicciones) de las que cuidan
En ‘Fruto’, la periodista mexicana mezcla ensayo y crónica para entender los cuidados a través de madres que buscan a sus hijos desaparecidos o mujeres que crían a hijos nacidos de una violación, entre otras 14 historias
Es 17 de diciembre de 2014 y en la cancha de baloncesto de la Escuela Normal de Ayotzinapa hay 43 sillas vacías con las fotografías de los 43 estudiantes que la policía y grupos criminales han desaparecido tres meses antes. La periodista mexicana Daniela Rea habla con Don Berna, el padre de uno de los jóvenes, mientras acuna a su hija de apenas unos meses, Naira. La niña se despierta, gatea por el suelo y distrae a la reportera, que no puede seguir anotando en su...
Es 17 de diciembre de 2014 y en la cancha de baloncesto de la Escuela Normal de Ayotzinapa hay 43 sillas vacías con las fotografías de los 43 estudiantes que la policía y grupos criminales han desaparecido tres meses antes. La periodista mexicana Daniela Rea habla con Don Berna, el padre de uno de los jóvenes, mientras acuna a su hija de apenas unos meses, Naira. La niña se despierta, gatea por el suelo y distrae a la reportera, que no puede seguir anotando en su libreta. Don Berna se da cuenta, toma a la bebé en brazos y juega con ella para que Rea pueda terminar la entrevista. Un rato después, otro padre, Don Mario, la agarrará también para preguntarle: “Tú que estás llena de inocencia, dame una señal de mi hijo, dime si está vivo”. Naira parpadea.
“En este trabajo nos ayudamos mutuamente a soportar nuestra carga”, escribe la autora sobre este episodio en Fruto (Antílope, 2023), su último libro, una obra en la que mezcla diario, ensayo y crónica para intentar entender la soledad de las que cuidan, las contradicciones que vienen de la mano con la maternidad o la violencia que puede llegar a habitar en las relaciones familiares. Rea (40 años) prefiere alejarse de las respuestas fáciles: descarta esa construcción artificial que habla de una especie de mística de la maternidad y, en su lugar, aborda de lleno los matices grises donde sucede el día a día; donde se materna y se cuida, se trabaja, se quiere, se odia, se sufre, se llora y se ríe.
Rea lo deja claro desde la página uno: no es un libro sobre maternidad, es un libro sobre cuidados. “Cuidar nos nutre y nos absorbe. Reivindico mucho los cuidados, pero no en las condiciones en que están siendo dados. Hay una romantización que le permite al Estado, la empresa y la sociedad no comprometerse. El espacio público no está hecho para personas que necesitan cuidados especiales. Se nos exige criar buenos ciudadanos, pero las personas que cuidan están solas”, dice en entrevista con EL PAÍS este jueves en una cafetería de la Colonia Escandón, en la Ciudad de México.
Ha llegado antes de la hora acordada y espera sobre una mesa de madera con una taza de café, el ordenador y sus cuadernos abiertos sobre la mesa. Todavía es temprano y para refugiarse del frío se envuelve en una enorme chaqueta color verde militar sobre la que cae una media melena muy negra salpicada de alguna cana tímida. Mira fijamente con ojos pardos y a menudo, entre pregunta y pregunta, se lleva las manos a la cara pecosa como buscando desbloquear alguna palabra que se ha quedado trabada en la garganta.
Soledad, miedo, contradicción o desgaste son conceptos que aparecen a menudo en Fruto, un libro que no plantea “estrategias públicas ni políticas comunitarias” sobre la maternidad, más bien se trata de “asomarse al cuartito de personas que cuidan y acompañar su soledad”, sintetiza la autora. “La contradicción existe en todas las relaciones humanas. Nos sentiríamos menos culpables si asumiéramos que son inherentes a nosotros”, prosigue. En sus páginas, Rea reincide en su miedo a “borrarse” al tener hijos; perder la identidad y convertirse en madre de. “Puede que me haya sobre-observado mucho en este libro”, reconoce. “Me asumo como una mujer muy melodramática, muy cursi. Me gustaría tener más humor y más furia, más rabia”.
La reportera comenzó a escribir un diario en 2014, con el nacimiento de su primera hija, Naira, y lo continuó hasta 2021, después de dar a luz a la segunda, Emilia. Entre medias, y para entender sus propias dudas y miedos, decidió entrevistar a otras mujeres y conocer sus experiencias. En Fruto se recogen 14 historias: la de una madre que se suicida contada por la hija que le sobrevive; una reportera a la que el padre de su hija abandonó cuando supo que estaba embarazada y malvive en un cuartucho, “caminando mucho y comiendo poco” porque no le llega el dinero a pesar de que escribe cinco artículos al día; una adolescente de 18 años que trabaja en un call center, atravesada desde niña por la violencia paterna, que se encarga de su hermana pequeña y su progenitora; una anciana del México rural que desde la lejanía de los años se pregunta cómo pudo criar a sus hijos, en un contexto de pobreza y trabajo constante, y no consigue recordarlo; otra mujer que da a luz a un hijo fruto de una violación, para la que ser madre “suponía la renuncia absoluta de cualquier sueño, cualquier anhelo”; una abuela que asegura que ha aprendido a ser madre criando a sus nietas mientras pelea con fiscalías e instituciones para que encuentren a su hija desaparecida.
Madres arrepentidas, madres atravesadas por el conflicto, madres trabajadoras, madres poco cariñosas. Hacia todas ellas Rea busca la empatía y la comprensión, con todas encuentra aspectos en común. “Las vidas de las mujeres están asediadas todo el tiempo por la violencia”, dice. A medida que escribe sobre sus vidas reflexiona sobre la suya propia. En un momento del libro cuenta cómo se descubre leyendo sobre madres que han asesinado a sus hijos. En otro, escribe sobre el nacimiento de Naira y destroza el mito del amor a primera vista hacia un hijo. “Hoy cumples un mes de nacida y yo todavía no te amo”, narra. “De verdad no la amaba, no la entendía, no la reconocía. Fue un proceso de irnos conociendo. El amor no es automático”, se explaya ahora.
La figura de los padres destaca por su ausencia, una decisión pretendida de la autora. “Hay una deuda brutal de los hombres a su responsabilidad con los hijos”, explica. En México, según datos del INEGI recogidos en Fruto, uno de cada tres hogares “son sostenidos únicamente por mujeres”. Hay relatos de progenitores ausentes, huidos, que han abandonado el hogar, hombres violentos, historias de maltrato. Rea, hija de padres divorciados, mantiene una buena relación con el suyo, pero aun así está preocupada de la reacción que pueda tener su progenitor cuando lea “su ausencia en el libro”.
La periodista carga contra una nueva corriente que defiende el “autocuidado” por encima de todo lo demás: “Hay que tener cuidado con estos discursos neoliberales que ven los cuidados desde una forma completamente narcisista. Todo esto del autocuidado, que además está de moda en el periodismo. Son discursos que tienen en su génesis al individuo y no una reciprocidad, continuidad y compromiso con las vidas; un entendimiento de que no podemos ser solos, ni solas, ni soles en el mundo. Creo que lo que nos enseñan las historias de estas mujeres [en Fruto] es que los cuidados generan vínculos”:
La relación de la autora con sus propias hijas recorre también las páginas de Fruto, pasando por la ternura, la desazón, el cansancio o el cariño. Cuenta Rea que Naira le pregunta por qué solo escribe de cosas tristes: de muertes, desapariciones, torturas. “Me preocupa que la presencia tan permanente de mi chamba le esté generando miedo”, cuenta. En contraposición, la relación con su propia madre, a la que vuelve durante todo el libro. “Desde que soy madre necesito volver a ser yo la hija”, escribe. Y en entrevista, añade: “La mayor parte del tiempo se deja de ser hija. Hay una especie de deseo: necesito que alguien se haga cargo de mí. Le decía a mi mamá que sentía que perdía mis poderes de mamá cuando estaba con ella. Cuando hablo como mamá de mis hijas y no como hija de mi mamá hay una diferencia radical”.
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