El solicitante de asilo guatemalteco que creó un refugio para proteger a los migrantes gais y transgénero
Estuardo Cifuentes huyó del hostigamiento de la policía en Guatemala por ser homosexual. Atrapado por las políticas de Trump en México, montó un albergue para ayudar a la comunidad LGBT
Un beso a su pareja un día cualquiera antes de ir a trabajar cambió la vida de Estuardo Cifuentes, un guatemalteco de 32 años. Fue a mediados de 2019 cuando salió a despedir a su novio a la puerta de su casa en Ciudad de Guatemala antes de que abordase un Uber. Una patrulla de policía que vio la escena se le acercó para una supuesta revisión de rutina y uno de los agentes le acabó golpeando e insultando por su orientación sexual. Cifuentes denunció lo sucedido, pero lo único que consiguió fue aumentar el hostigamiento. Según su relato, en la estación policial le retuvieron su documento de iden...
Un beso a su pareja un día cualquiera antes de ir a trabajar cambió la vida de Estuardo Cifuentes, un guatemalteco de 32 años. Fue a mediados de 2019 cuando salió a despedir a su novio a la puerta de su casa en Ciudad de Guatemala antes de que abordase un Uber. Una patrulla de policía que vio la escena se le acercó para una supuesta revisión de rutina y uno de los agentes le acabó golpeando e insultando por su orientación sexual. Cifuentes denunció lo sucedido, pero lo único que consiguió fue aumentar el hostigamiento. Según su relato, en la estación policial le retuvieron su documento de identidad y le pusieron vigilancia en su vivienda las 24 horas. Asustado, decidió que lo mejor que podía hacer era huir del país en busca de asilo, aunque eso supusiera dejar atrás su vida acomodada en la capital guatemalteca.
“Pese a que en Guatemala la comunidad LGBT es discriminada, yo había logrado vivir con eso. Tenía a mi pareja desde ocho años atrás y tenemos una empresa de marketing y publicidad que ya tiene siete años. En algún momento fuimos extorsionados por las pandillas y tuvimos que hacer unas modificaciones. Pero habíamos logrado vivir con todas las condiciones malas de Guatemala, nos habíamos adaptado”, asegura Cifuentes. Como hacen muchos de los cientos de miles de guatemaltecos que cada año ponen rumbo a Estados Unidos, contactó a un coyote y emprendió un viaje de 17 días en el que, dice, hubo jornadas de caminatas de más de 12 horas, compartió un tráiler con decenas de migrantes y acabó secuestrado 21 días en Reynosa, en el norte de México.
Cuando consiguió el dinero para pagar el rescate, los secuestradores le volvieron a entregar a los coyotes, que le ayudaron a cruzar el río Bravo para que se presentase ante la Patrulla Fronteriza para pedir protección. Pero la pesadilla no había acabado. Era finales de julio de 2019 y la Administración de Donald Trump acababa de implementar los Protocolos de Protección de Migrantes (MPP, por su sigla en inglés), el programa por el que Estados Unidos regresaba a México a los solicitantes de asilo. Después de siete días detenido, le devolvieron a la ciudad mexicana de Matamoros.
Mientras esperaba su turno en la corte, Cifuentes trabajó de taxista, de mesero y de limpiador hasta que, en marzo de 2020, el Gobierno de Trump cerró la frontera y puso en pausa indefinida las audiencias para los solicitantes de asilo. “Estando en esa situación me di cuenta de que era una persona privilegiada y que había otras personas que necesitaban más ayuda y aproveché un poco de lo que tengo para ayudar”, afirma. Junto con el Centro de Recursos de Matamoros, una ONG que le había ayudado a buscar casa y le había dado asistencia legal a su llegada a México, el guatemalteco creó Rainbow Bridge, una organización para asistir a otros migrantes de la comunidad LGBT.
La doble discriminación de los migrantes LGBT
En sus meses en Matamoros, Cifuentes se había dado cuenta de que los gais y transexuales que estaban en el programa MPP sufrían una doble discriminación: por migrantes y por su orientación sexual, que los hacía más vulnerables a ataques violentos. La situación era especialmente dura para los que vivían en el campo de refugiados erigido a la orilla del río Bravo que llegó a tener más de 2.000 personas antes de la pandemia y donde se registraron amenazas y agresiones a mujeres transgénero.
En Rainbow Bridge empezaron ofreciendo asistencia médica y legal a los migrantes que lo necesitaban. También ayudaron a una solicitante de asilo transgénero que estaba siendo obligada a prostituirse por los cárteles del narcotráfico en el campamento. Atemorizada y sin saber cuándo volverían a abrir la frontera para casos como el suyo, la mujer les pidió que le ayudaran a regresar a su país, El Salvador. Tras conocer esa experiencia, la organización de Cifuentes decidió crear un albergue para proteger a la comunidad LGBT y ofrecerles refugio hasta que pudieran encontrar un trabajo con el que pagarse un alquiler en la ciudad mientras esperaban una respuesta de la justicia estadounidense. “Creamos un plan integral donde nos encargamos de salud, vivienda, alimentación, seguridad, salud mental y recreación para mantenerlos entretenidos hasta cierto punto y que puedan tener un proceso más fácil”, explica Cifuentes.
El albergue tiene capacidad para nueve migrantes. En una visita al refugio a finales de febrero, había tres mujeres transgénero, dos hondureñas y una cubana que habían sido perseguidas en sus países de origen por su identidad, y cinco hombres homosexuales de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Para todos ellos, el refugio fue una especie de salvavidas frente a la discriminación y la inseguridad que tuvieron que enfrentar cuando vivían en el campamento o en otras zonas de la frontera.
“Nosotras no hemos hecho nada malo, pero por ser como somos nos tratan mal. Por ser como somos no nos quieren ver”, afirma Valery, una mujer transgénero hondureña que llegó a Matamoros en marzo de 2020. “Estuardo ha sido conmigo una persona muy buena. Me sacó del campamento cuando ya me había rendido, cuando yo le dije que no podía más estar en el campamento, que no sabía qué hacer. Me trajo para aquí y él siempre está pendiente de nosotras”. “Ha sido como un ángel para todos nosotros. Es una pieza fundamental en todo esta situación. Con lo que uno gana acá no da para alquilar un apartamento, comprar comida”, coincide Noel, un migrante nicaragüense que dice estar lidiando con el trauma tras haber sido secuestrado en Matamoros.
En las últimas semanas, algunos de los migrantes que estaban en el albergue ya han podido cruzar a Estados Unidos gracias al programa implementado por Joe Biden para recibir a los solicitantes de asilo que fueron enviados a México por Trump. El propio Cifuentes también se ha beneficiado del plan y el pasado 3 de marzo cruzó a Texas. Aunque su idea inicial era ir a Las Vegas con un familiar mientras prepara la defensa de su caso de asilo, el guatemalteco ha decidido quedarse en la ciudad fronteriza de McAllen para poder seguir asistiendo en la gestión del albergue de Matamoros y ayudando a otros migrantes que cruzan a EE UU.
“Queremos continuar asesorando con el grupo de asistencia legal y estando pendientes de que se presenten a sus Cortes, que entreguen los documentos necesarios y seguirles apoyando en la asesoría que necesiten”, asegura. Y aunque reconoce que empezar de nuevo otra vez no está siendo fácil, Cifuentes quiere seguir usando su voz para que se conozca la realidad que viven los migrantes que, como él, se quedaron casi dos años varados en la frontera. “Quiero que las personas puedan conocer lo que ha sucedido aquí porque la anterior Administración bloqueó el proceso de asilo. El expresidente de EE UU, Trump, no pudo, pero quiero enseñar todo el daño que se creó por sus programas”.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país