Cómo ser madre me convirtió en una persona mejor
La transformación que implica ser madre, avalada ya por la ciencia, se produce a todos los niveles, tanto físico como emocional, y puede ser la puerta de entrada a cambios inimaginables
Convertirse en madre es una experiencia tan fascinante como desconcertante. Al principio, cuando tu bebé es solo una noticia que recorre los oídos de quienes quieres, y tu vientre comienza a hincharse, cuesta imaginar el cambio que se producirá durante los siguientes meses en tus propios órganos, en tu sistema circulatorio, en el complejo entramado hormonal que nos dirige. La demostración científica de estos cambios ha llegado no hace tanto a través de la investigación en torno a la neurociencia del embarazo humano, un campo de estudio relativamente nuevo del que tenemos como referente al equipo de investigación de Neuromaternal del Hospital General Universitario Gregorio Marañón, en Madrid. Allí, hace tan solo seis años, la neurocientífica Susana Carmona, que lidera el equipo, firmaba el primer estudio sólido demostrando que el embarazo modifica el cerebro humano. Y eso es importante porque esta investigación confirma aquello que las madres ya sabíamos: que el embarazo y la maternidad supone una transformación brutal a nivel biológico, pero también a nivel emocional, social, relacional... Es una suerte saber que ni estamos locas, ni tenemos que “volver a ser” las de antes. Que es normal sentir el cerebro frito, ver desmoronarse nuestro castillo de prioridades o caer rendida ante el tacto de una piel terroríficamente suave.
El futuro de Neuromaternal parece prometedor porque, como me contaba la propia investigadora, no les basta con confirmar esto, ahora el objetivo del equipo es entender la implicación que estos cambios cerebrales pueden tener a corto y largo plazo en la salud de la madre, y, en consecuencia, en la salud del recién nacido. Así se podrían elaborar estrategias para la prevención y detección precoz de problemas de salud mental relacionados con la maternidad. Y esto también es importante porque recordemos que uno de los más prevalentes es la depresión posparto, que afecta a un 17% de las mujeres. ¿Cuántos problemas y malestares estarán detrás de no comprender estos cambios? ¿De no saber cómo acompañarlos ni apoyarlos? ¿Mejoraría la salud mental de las madres si no se sintiera una lucha interna constante entre lo que se quiere y lo que se puede hacer?
La ensayista estadounidense Jane Lazarre contó en Maternidad y activismo, un viaje personal (Las afueras, 2022) que cuando se convirtió en madre evolucionó a algo completamente nuevo y, aunque no lo supo inmediatamente, se fue dando cuenta de que ese nuevo yo iba a exigir un aprendizaje a todos los niveles que calificaba como transformador. Yo creo que saber esto previamente ya es un avance para poder vivirlo mejor. Y contar esto con la honestidad con la que lo hizo en El nudo materno, una aportación generosísima para quienes no dejamos de hacernos preguntas en torno a esto de tener hijos.
¿Cuántas cosas nos replanteamos después de tener hijos? La realidad del cambio climático, las tremendas injusticias, nuestras absurdas formas de vida, lo que comemos y hasta lo que consumimos frente a la pantalla de la televisión… Recuerdo cuando nació nuestra primera hija que empezamos a replantearnos cosas en las que ni pensábamos: el impacto de los pañales en el medioambiente; lo que teníamos en nuestra nevera y en nuestra despensa; qué comprábamos y dónde; en qué empleábamos antes nuestro tiempo. Todo era también mucho más ruidoso que antes. Encontrábamos peligros en cada esquina, en cada pico de una mesa, en cada cruce con poca visibilidad. Agudizamos de forma extraordinaria nuestros sentidos mientras conducíamos y caminábamos lejos de andamios y árboles con ramas sospechosas. ¿Cómo no habíamos visto todo eso previamente?
La responsabilidad de criar a un ser humano nos impulsa a protegerlo, pero también a examinar nuestros propios hábitos y valores. Nuestros comportamientos. Saca lo mejor y lo peor de nosotras. Nos pone de frente a nuestras contradicciones más amargas, a cómo nos criaron, a lo que nos hizo sufrir y a lo que sabemos que necesitábamos. Es sorprendente cómo la llegada de un hijo o de una hija puede mostrarnos la realidad de nuestra existencia, como los tres fantasmas de Cuento de Navidad se la enseñaban a Ebenezer Scrooge.
Incluso muchas mujeres encuentran en su identidad como madres una forma de activismo, a través de la cual pueden aterrizar muchos de los cambios que se producen, ayudar a otras mujeres o hasta lograr pequeñas mejoras desde su lugar en el mundo. Son las madres las que inician los grupos de lactancia, los grupos de crianza, las asociaciones de familias con hijos e hijas con discapacidades, las madres a las que una patología infantil les cambió la vida, las que perdieron una criatura e hicieron del dolor un flotador para otras… Son estas madres las que nos recuerdan que los hijos nos hacen querer ser mejores personas.
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