Ser madre se ha convertido en un privilegio
Tuve mi primer hijo en 2013 y el mundo conocido hasta el momento empezó a derretirse ante mí. Resultó que todo había cambiado: mi cuerpo, mi mente, mis miedos, mis necesidades...
Mi vecina de arriba acaba de ser madre. Su bebé tiene siete semanas y hace una que su pareja se incorporó a trabajar. Han decidido hacerlo así para que cuando ella se reincorpore a su trabajo, él pueda cogerse lo que le queda de permiso y alargar así al máximo el tiempo que su hijo puede estar en casa. Pienso mucho en ella. Si se sentirá sola, si necesitará algo, si está llevando bien esta transformación que puede llegar a ser tan abrumadora. Yo se lo dejo caer cuando nos cruzamos. Le ofrezco táperes, compañía, café, pero siempre aparece la misma respuesta que he dado yo tantas veces: “Todo bi...
Mi vecina de arriba acaba de ser madre. Su bebé tiene siete semanas y hace una que su pareja se incorporó a trabajar. Han decidido hacerlo así para que cuando ella se reincorpore a su trabajo, él pueda cogerse lo que le queda de permiso y alargar así al máximo el tiempo que su hijo puede estar en casa. Pienso mucho en ella. Si se sentirá sola, si necesitará algo, si está llevando bien esta transformación que puede llegar a ser tan abrumadora. Yo se lo dejo caer cuando nos cruzamos. Le ofrezco táperes, compañía, café, pero siempre aparece la misma respuesta que he dado yo tantas veces: “Todo bien, no te preocupes”. Esta frase, que tenemos tan bien incorporada, salta de forma automática cada vez que alguien nos ofrece ayuda o nos pregunta cómo estamos o qué necesitamos. Todo controlado. Bien. Gracias. No te preocupes. Andamos por la vida con miedo a molestar, sabiendo que para los demás los días son un discurrir de carreras, de productividad incesante, de problemas por resolver. ¿Cómo cargar a nadie con más? Sospecho que en ese mensaje automático hemos dejado también un hueco para guardar nuestra vulnerabilidad. Yo puedo. Yo hago. La fragilidad es una cualidad que no casa con este individualismo atroz que nos atraviesa.
Luego volveré a mi vecina.
Cuando me convertí en madre en 2013, el mundo conocido hasta el momento empezó a derretirse ante mí como una bola de nieve bajo el sol. Resultó que todo había cambiado: mi cuerpo, mi mente, mis miedos, mis necesidades, mis intereses, mis prioridades. En mis brazos tenía un planeta por descubrir de dos kilos 900 gramos. Yo era una astronauta inexperta, sin mucho margen para la exploración porque, en realidad, todo estaba diseñado para que yo volviera cuanto antes a mi lugar. A estar, a ser, a producir. A seguir empujando cuál Sísifo, esa pesada roca montaña arriba en la que se había convertido mi trabajo mileurista. ¿Por qué no podía quedarme un poco más? ¿Cuidar? ¿Estar? ¿Parar? Pasadas las 16 semanas de permiso de maternidad, todo debe seguir funcionando si no tienes los recursos que te permitan cuidar. Y eso, lo del permiso, quien tiene un contrato de trabajo y los condicionantes legales para conseguirlo. Mi madre, por ejemplo, trabajó 20 años de su vida sin contrato mediante limpiando casas ajenas. ¿Cuántas como ella invisibles a nuestro alrededor?
Ser madre se ha convertido en un privilegio: es muy difícil que se den las condiciones adecuadas. El salario, las condiciones laborales, la pareja, la red, la vivienda. Porque hoy, a diferencia de otras generaciones, algunas mujeres lo pueden pensar más. Analizarlo. Otras, como fue mi caso, nos lanzamos empujadas por un deseo irracional, quizás agarradas a la idea tramposa de que, si otras mujeres pudieron hacerlo en circunstancias muchísimo más desfavorables, cómo no vamos a poder ser madres nosotras. Luego descubres que el verdadero privilegio se halla en los cuidados. Porque aunque tu maternidad haya sido elegida y deseada, lo que te encuentras después es un sistema –social, familiar, laboral, institucional– que no soporta las necesidades de la vida. Cuidar, cuidarnos, que nos cuiden. Los hijos son la linterna que alumbra las grietas del sistema.
Para que la maternidad sea una experiencia positiva, que merezca la pena ser vivida, una experiencia que se reconozca como un valor real, y no solo se idealice o se vilipendie para poder mercantilizarla, quizás haya que pensar en cuáles son nuestras necesidades, y las de los niños y niñas, y convertir esas necesidades en derechos. Nuestros cuerpos atraviesan un embarazo, un parto y un postparto y esto no está contemplado. De ahí la reivindicación de PETRA de unos permisos preparto y puerperal. Amamantar en España más allá de las 16 semanas es todo un reto: no hay una protección de la lactancia hasta al menos los seis meses de lactancia exclusiva que recomiendan todos los organismos internacionales. Y no únicamente es que sea una recomendación de salud, es que muchas mujeres lo desean, pero se ven fuertemente condicionadas por esta desprotección. Si la maternidad es un valor social, tampoco podemos dejar que lo laboral sea la única línea sobre la que articular todo lo demás. No podemos seguir centrándonos en techos de cristal, fantasías de conciliación, realización a través del trabajo, sino en qué es lo que genera hoy los malvivires maternales. Cuáles son nuestras verdaderas dificultades.
Vuelvo a mi vecina. El edificio en el que vivimos se construyó en los años 60 y a mí me gusta imaginarme la escalera, hoy muy destartalada, como ese lugar en el que puede haber puertas abiertas. En el que el olor a ropa tendida lo invade todo. Una escalera por la que suben y bajan los gritos de los niños. Los vecinos se conocen. Hablan. Se ayudan. Para poner los cuidados en el centro de verdad no hay que volver al pasado, pero sí hay que pensar en cómo vivimos. Y en cómo estamos cuidando: desde la precariedad. Una precariedad que no solamente está en lo económico o en lo laboral, que no únicamente está en nuestra casa diminuta con tejados de uralita, sino que está también en cómo nos relacionamos. Ojalá repensarnos desde ahí y tomar conciencia de que lo maternal es político.
Diana Oliver (@diana_oliver), colaboradora habitual de Mamas & Papas, es periodista especializada en temas de maternidad e infancia y autora de Maternidades precarias (ARPA).
Maternidades Precarias
Sinopsis:
¿Dónde nace el deseo de ser madre? ¿Somos libres para decidir cuándo, cómo o con quién tenemos hijos? ¿Qué exigencias nos impone la maternidad? ¿Podemos cuidar en un sistema que solo vela por lo productivo? ¿Quién cuida a las madres?
La desinversión en políticas sociales, la precariedad generalizada —económica, laboral, habitacional, relacional—, el debilitamiento de la familia y las redes de apoyo, el individualismo imperante, la hiperexigencia externa e interna, la invisibilización de los cuidados, la negación de las necesidades biológicas y psicológicas... Vivimos en un contexto que no tiene en cuenta (y ni mucho menos pone en valor) a las madres.
‘Maternidades precarias’ busca abrir otros discursos en torno a la experiencia de la maternidad haciendo visibles las dificultades a las que nos enfrentamos hoy en una sociedad que no valora ni a las madres ni los cuidados.
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