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Niños que tardan en hablar: la importancia de la detección temprana

El hito de los dos años, cuando el menor es capaz de juntar dos palabras, sirve de índice de medida para ver si está adquiriendo bien el lenguaje. Observar el ritmo o estimular la comunicación desde casa son pautas que impulsan su desarrollo

Que el menor hable poco o tarde en empezar a expresarse genera inquietud en muchos padres. Las comparaciones con otros niños de su entorno o la sensación de que va más lento suelen alimentar la preocupación. Diversas investigaciones en España respaldan la importancia de implicar a las familias en la estimulación temprana del lenguaje. Uno de los estudios al respecto más destacados es el realizado por profesores de la Universidad Católica San Vicente Mártir de Valencia sobre el programa Takes Two To Talk (ITTT), un modelo de intervención en el que se capacita a los padres para fomentar la comunicación de sus hijos en situaciones cotidianas. El trabajo, titulado Parent-Implemented Hanen Program It Takes Two to Talk: An Exploratory Study in Spain (Programa Hanen implementado por los padres Se necesitan dos para hablar: Un estudio exploratorio en España) y publicado en 2021, observó mejoras significativas en la comunicación social, evaluada mediante indicadores como la mirada y los gestos, de las 17 familias con hijos con retraso en el habla que participaron. Frente a las siete que tuvieron terapia dirigida por clínicos, el grupo It Takes Two to Talk, formado por 10 familias, mostró mejores resultados en comunicación social, sin diferencias en vocabulario o sintaxis. Además, no se detectaron cambios en el estrés parental y sí una mejora en la percepción de las dificultades comunicativas.

La Asociación Española de Pediatría (AEPed) identifica también la utilidad de una intervención oportuna. En su protocolo sobre trastornos del lenguaje, el habla y la comunicación, de 2022, destaca que detectar de forma temprana las señales de alerta y derivar a servicios especializados puede mejorar el pronóstico del desarrollo lingüístico en la infancia.

Las conclusiones de ambos informes se reflejan también en las experiencias de muchos padres. Maripaz, madre de un pequeño de cuatro años, recuerda los meses de incertidumbre antes de buscar atención especializada. “Hasta casi los tres años apenas decía palabras sueltas. En el parque veía cómo los demás niños hablaban sin parar y yo me angustiaba, pensando que algo no iba bien. El pediatra nos recomendó esperar, pero yo seguía inquieta y, al final, decidimos acudir a un logopeda”, cuenta. Gracias a las sesiones y a los juegos que aprendió para hacer en casa, su hijo empezó a soltarse: “Ahora se comunica mucho mejor. Y yo también empecé a ver las cosas de otro modo: no hay que comparar con otros niños, pero tampoco quedarse de brazos cruzados cuando ves que algo no avanza. La intervención temprana nos dio tranquilidad y a él le dio confianza”.

Según el logopeda Agustín Gómez, generalmente, la comunicación nace antes de expresar las primeras palabras: “Balbucean e interactúan con los adultos”. Comenta que alrededor de los 12/15 meses producen las primeras palabras reales (“mamá”, “papá”, “agua”…), y sobre los 18/24 meses hay que tomar medidas y consultar con un profesional si el menor manifiesta pocas palabras. También recalca que es importante estar atentos a la articulación: “Debe ir mejorando entre los 30 y 36 meses. Si alrededor de los 3 años no se les entiende, también es propicio consultar un logopeda”, aconseja.

Gómez apunta algunas actividades sencillas que se pueden hacer en casa: “Como la lectura de cuentos y comentar imágenes o situaciones cotidianas, porque ayudan a estimular el habla sin presionar al menor”. Y asegura que una atención logopédica a tiempo suele traducirse en una evolución positiva y un mejor pronóstico. “Si estamos hablando de una dificultad estable (un Trastorno del Desarrollo del Lenguaje, por ejemplo), la actuación temprana es clave, ya que permite llegar antes al diagnóstico y proponer una atención más adecuada”.

Esa intervención temprana se apoya también en la madurez del cerebro infantil. La neuropsicóloga María Dolores Fernández Cros, también directora clínica del centro de psicología, logopedia y neurodesarrollo iPsike, en Madrid, afirma que el desarrollo cerebral resulta esencial en la adquisición del lenguaje. Esto es así especialmente durante los primeros años de vida, cuando el cerebro infantil pasa por un periodo de máxima plasticidad que facilita el aprendizaje.

Fernández habla de distintas áreas que intervienen en este periodo de plasticidad: motricidad fina y gruesa, percepción e integración sensorial, adquisición de capacidades atencionales y mnésicas e interacción comunicativa: “La detección temprana de problemas en la adquisición del habla marca la diferencia, porque permite aprovechar la etapa de mayor plasticidad cerebral”, asegura. Asimismo, la experta añade que ayuda a distinguir las simples alteraciones en la articulación, como ceceo, seseo o problemas con sílabas trabadas, de trastornos más amplios que afectan a la comprensión o la expresión del lenguaje.

La logopeda Isabel de la Torre Moreno aclara que las señales que deberían alertar a las familias pueden observarse en distintas áreas del desarrollo: la emisión de balbuceos, la repetición de sonidos y palabras, las reacciones al propio nombre, la ejecución de órdenes sencillas o la regresión en el lenguaje o en las habilidades ya adquiridas. También, según añade, pueden manifestarse híper o hipo sensibilidad sensorial, alteraciones en el desarrollo del juego, la atención conjunta o la intención comunicativa, así como problemas en el procesamiento visual y/o auditivo.

El papel de las familias y la escuela

En la misma línea, Antonio Clemente, logopeda y psicólogo infantil con más de tres décadas de experiencia clínica en Bilbao, explica que el hito de los dos años, cuando el pequeño es capaz de juntar dos palabras, es muy importante y sirve de índice de medida para ver si el menor está desarrollando bien el lenguaje o no. Resalta que existen errores frecuentes entre los padres: hablarles como lo hacen ellos, con “lengua de trapo” y no aplicar el modelado (técnica que consiste en repetir lo que el menor dice, pero bien articulado y ampliando la frase para ofrecer un modelo correcto). “Lo último que oye el oído del niño, su cerebro procesa”, resume el especialista.

Respecto al entorno escolar, expone que las diferencias se pueden detectar al comparar la evolución mensual de cada niño, ya que en una misma aula puede haber grandes variaciones de madurez. Según detalla Clemente, los trastornos del lenguaje afectan aproximadamente a entre un 3% y un 7% de la población infantil, estimación que basa en trabajos de referencia internacionales como los de Norbury et al. (2016), por lo que detectarlo a tiempo permite actuar y mejorar el pronóstico. El experto insiste en que los profesionales escolares deberían derivar a las familias a un logopeda para realizar una valoración y orientar la estimulación en el entorno del menor, con revisiones periódicas. “Trabajamos también con los pediatras; antes era habitual oír ‘ya hablará’, y es un consejo pésimo”, advierte.

Sobre la importancia de los gestos y la comunicación no verbal, el logopeda señala que es fundamental adecuar los gestos a los mensajes, que exista coherencia. “Los niños captan primero la entonación antes que las palabras”, indica. Y educar las emociones y en la autonomía: “Hay que responderles a lo que preguntan; así se fomenta la confianza y se desarrolla el lenguaje y un control emocional adecuado. La emoción es la entrada al aprendizaje”, describe.

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