Cómo hacer más fácil que los hijos acepten a sus nuevos padrastros y madrastras

La comunicación, la paciencia, el establecimiento de normas consensuadas por parte de los adultos implicados y establecer el rol del nuevo miembro en una familia que ya tiene una biografía previa son claves para que no se repita el cuento de ‘Cenicienta’

La nueva pareja del progenitor debe ser paciente con los hijos en el proceso de adaptación a la nueva situación familiar.EMS-FORSTER-PRODUCTIONS (Getty Images)

Los cuentos clásicos, como Blancanieves o Cenicienta, han hecho un flaco favor a la fama de madrastras y padrastros. Hay incluso estudios al respecto, como el de Bruno Bettelheim, psicólogo y discípulo de Sigmund Freud, que escribió el tratado Psicología de los cuentos de hadas. En su obra concluye que madrastras y padrastros (pero, sobre todo, las primeras) tienen una connotación negativa para el niño, ya que el apego maternofilial es más profundo que en el caso de los padres...

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Los cuentos clásicos, como Blancanieves o Cenicienta, han hecho un flaco favor a la fama de madrastras y padrastros. Hay incluso estudios al respecto, como el de Bruno Bettelheim, psicólogo y discípulo de Sigmund Freud, que escribió el tratado Psicología de los cuentos de hadas. En su obra concluye que madrastras y padrastros (pero, sobre todo, las primeras) tienen una connotación negativa para el niño, ya que el apego maternofilial es más profundo que en el caso de los padres, a causa del vínculo que se crea desde el embarazo.

“La dinámica general que suele ocurrir en este tipo de familia reconstituida es que se rompa el vínculo entre el niño y el progenitor que ya no convive con él y se cree una dinámica en que la madrastra o padrastro desea que le quieran para garantizar el compromiso con la pareja, lo cual crea rechazo en el menor”, explica la psicóloga infantojuvenil Pilar Muñoz.

Cada familia en la que se integra un nuevo adulto (la nueva pareja del padre o la madre del niño) es diferente y sigue su propio proceso de adaptación a la nueva situación, pero hay factores que facilitan o complican esta reestructuración familiar. A ellos apunta Muñoz: “La personalidad del niño influye, porque los hay más reticentes. Y también hay edades más complicadas, como la adolescencia. Otras cuestiones que posibilitan una convivencia más fluida son las habilidades sociales del niño, como su capacidad de comunicación y su empatía, así como el hecho de que haya otros niños de edad similar en la nueva familia”.

Para la experta, los adultos cumplen un papel fundamental en la constitución del nuevo núcleo familiar: “A mejor acuerdo entre los padres biológicos, mejor adaptación del hijo con los padrastros. También influye el tipo de vínculo del niño con su madre biológica. Si es un apego sano es más fácil, pero también más difícil, porque verá a la madrastra como una figura de autoridad complementaria, pero no sustitutiva”.

Convertirse en el padrastro o la madrastra de una familia que ya tiene su propia historia y biografía previa no es sencillo, pero es posible lograr una buena integración. “Todo es más fácil cuando los padres biológicos no quieren destruir o atacar a las nuevas parejas del padre o madre de sus hijos. Conviene tener el enfoque de que cada parte cumple una función preciosa y precisa para criar a los hijos”, continúa Muñoz.

De la malvada madrastra a un apoyo valioso

Un error habitual de las nuevas parejas de padres con hijos es el de querer cumplir el rol de padre o madre de los niños. Para la psicóloga, esta función no les corresponde, ya que quienes establecen las normas no son ellos. “Su labor sería la de soporte o ayuda complementaria, lo que no significa convertirse en un colega del niño para conseguir la aprobación de la pareja”, añade la experta. También señala la importancia de la paciencia con menores en el proceso de adaptación a la nueva situación familiar y que una vez que se logre su confianza, no se traicione.

La comunicación es otra pieza fundamental para facilitar la adaptación al nuevo contexto familiar, que viene de una previa separación de los padres que los hijos tienen que llegar a aceptar. Es importante que los progenitores hayan podido alcanzar acuerdos, más allá de cómo termina su relación de pareja. “Conviene centrarse en sus tareas, como la crianza, el cuidado, las normas, los límites, la residencia de los hijos o las cuestiones económicas, porque ya no son pareja, pero siempre serán padres”, afirma Sara del Pie, psicóloga sanitaria y terapeuta familiar, que destaca que la llegada de un nuevo miembro a la familia requiere de un proceso progresivo de aclimatación. Algo que puede verse favorecido, en un principio, con actividades lúdicas en grupo, como las excursiones. “Sin olvidar”, prosigue Del Pie, “la importancia de hablar acerca de cómo se siente cada integrante de la familia, dando espacio para expresar emociones como el enfado, el miedo o el rechazo, para que todos los puntos de vista puedan ser comprendidos”.

En el caso de los niños menores de siete años las conversaciones sobre la nueva situación familiar pueden plantearse durante el tiempo de los juegos y las rutinas diarias, como a la hora del baño. En el caso de los adolescentes es aconsejable encuadrarlas en momentos en los que no estén pendientes de otras actividades, recomienda la psicóloga. Además, Del Pie argumenta que conviene dejar claro varios aspectos: “La nueva pareja no viene a sustituir al padre o madre del niño y esa relación está aún por construir, por lo que cada miembro debe decidir qué tipo de vínculo quiere establecer con el otro”.

Los sentimientos habituales del niño hacia la nueva pareja de sus progenitores son diversos. “Existe la curiosidad, el recelo o la culpa por creer que han traicionado a su madre o padre y, aunque no siempre la persona recién llegada tiene que caer bien a los niños, es importante que exista respeto en la convivencia”, recomienda la psicóloga Gema José Moreno, que remarca la diferencia que existe al integrar esta situación vital según la edad del niño.

Según explica, los menores suelen aceptar mejor la inclusión de un nuevo adulto en la familia cuando son más pequeños, —entre los tres y los siete años—, pero la situación suele complicarse cuando crecen. “En el caso de los preadolescentes, suelen sentir desconfianza, y los jóvenes de 15 años en adelante, generalmente, rechazan la situación, porque están en proceso de desarrollo de su personalidad y se identifican más con sus iguales que con su familia”, incide la experta.

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