Cómo ayudar a un niño a detectar una crisis de ansiedad
Es esencial que el menor reconozca qué síntomas sufre su cuerpo y que aprenda a diferenciar la ansiedad del miedo. Los padres, por su parte, no deben minimizar la situación ni sobreproteger a su hijo, a quien deben proporcionar las técnicas necesarias para que pueda identificar qué le pasa
La mayoría de los adultos puede reconocer al momento cuáles son los síntomas de la ansiedad: presión en el pecho, respiración agitada, músculos tensos, sudoración de las manos… Pero a un niño le cuesta más identificar qué le pasa si los sufre. Esa es la diferencia a la hora de poder ponerle freno a las crisis de ansiedad. “Los menores no tienen tantas herramientas para explicar lo que sienten. Lo más común es que lo resuman con un ‘estoy muy nervioso”, explica Aroa Borrás Barrachina, psicóloga infantil y coautora del libro ¡Pánico! Psicoeducación para el trastorno de ansiedad infantil (Pirámide, 2024), junto al también psicólogo Francisco Conesa Beltrán.
El miedo es una emoción que cumple la función de protegernos del peligro, explica Borrás. De hecho, hay miedos que van acompañados a la infancia, como el miedo a la oscuridad o a la separación de los padres. En la ansiedad, prosigue la experta, la preocupación y el nerviosismo se mantienen en el tiempo y vienen acompañados de un conjunto de pensamientos catastróficos: “Cuando sucede, el sistema límbico empieza a funcionar, pero no por un riesgo real, sino por imaginar situaciones donde no salimos muy bien parados”, concluye la autora. Según explica, diferenciar estos dos conceptos, el miedo de la ansiedad, es esencial tanto para las familias como para los menores porque les ayudará a entender qué le pasa a su cuerpo cuando tienen miedo por algo puntual o cuando este se reproduce en el tiempo.
En su libro, Borrás explica a los menores y a sus familias qué respuestas tiene su cuerpo cuando sufren ansiedad, por ejemplo, ante un examen. La respuesta cognitiva, la que afecta a los pensamientos, “es una sensación de preocupación más o menos intensa. En esta respuesta nos cuesta mucho tomar decisiones”, apunta. Desde un punto de vista físico, el niño experimenta, según informa la psicóloga, incremento de las palpitaciones, respiración más rápida, sudoración o molestias en el estómago. La suma de lo que piensa el pequeño y lo que siente físicamente le lleva a la tercera fase, la respuesta conductual: “Evitar la propia situación y salir huyendo de lo que le produce ansiedad”.
Cuando la ansiedad interfiere en la vida cotidiana hay que acudir a un especialista, pero antes sí que se pueden llevar a cabo ciertas acciones en casa para intentar controlar estas situaciones. Lourdes Espinosa Fernández, doctora en Psicología y profesora en la Universidad de Jaén, lleva varios años investigando sobre trastornos de ansiedad a través de la Red para la PROmoción de la salud mental y el bienestar EMocional de los jóvenes (Red PROEM). “Tenemos que entender qué le está pasando a nuestro hijo, ponerle nombre y no forzarlo”, describe la experta. No minimizar la situación y ser comprensivos, añade. Frases como “eso es una tontería”, “cómo vas a tener miedo de eso”, no son comprensibles para un menor. Y, sobre todo, no hay que sobreprotegerles: “No se trata de empujarles hacia lo que temen, sino que vayan comprobando, poco a poco, que lo que pensaban que iba a ocurrir no sucede”, explica Espinosa.
Borrás, por su parte, añade que es necesario usar un lenguaje compasivo y crear un lugar seguro: “Tenemos que entender que atravesar un periodo de ansiedad, si para un adulto es difícil, para un pequeño más, porque carece de una capacidad de regulación emocional y depende de otros para gestionarse”. De cómo haya sido ese apoyo en un momento tan difícil para ellos, dependerá cómo sepa reaccionar en su vida adulta. “Un niño con miedo es la vulnerabilidad en estado puro y tus palabras y apoyo en ese momento van a marcar cómo se va a almacenar ese recuerdo en su memoria a largo plazo”, añade la psicóloga.
Ansiedad en la adolescencia
Los miedos suelen comenzar en la infancia y se suelen superar, pero, si no se tratan y se mantienen en el tiempo, pueden proseguir durante la adolescencia hasta convertirse en ansiedad. Nuria Núñez es psiquiatra infantojuvenil en Zaragoza y autora del libro Los niños también se deprimen (La Esfera de los libros, 2023). En los últimos años, y, sobre todo, tras la pandemia, ha comprobado cómo los casos de asistencia a urgencias por padecer síntomas ansiosos han aumentado en la adolescencia, más entre ellas: “Los varones tienden a ser más introvertidos. Las mujeres, por temas hormonales a esa edad, están más sensibles, son más conscientes de sus estados internos y lo expresan más”.
Núñez también considera que hay que acudir a un especialista cuando la ansiedad afecte al día a día, pero antes hay que detectarlo en casa, hablar e intentar calmarse, por eso recomienda practicar técnicas de relajación o ayudarse de aplicaciones o programas, como Headspace en Netflix [unos espacios de meditación de unos 20 minutos, con sesiones guiadas, para gestionar la rabia o el estrés].
Por su parte, Borrás ofrece en el libro algunas herramientas para que las familias aborden la ansiedad con el menor: transmitiendo calma, apartándole de la situación que le produce estrés, a través de un lenguaje amable y, cuando esté más tranquilo, dejar que hable de lo que ha vivido. Esto le ayudará a identificar los síntomas para que pueda evitarlos y prevenir que la ansiedad se desarrolle en la vida adulta. Según explica Espinosa, el 50% de los problemas en adultos aparece en la adolescencia y es necesario darles estrategias y competencias emocionales para que los menores puedan ir resolviendo las vicisitudes de la vida.