Aprender a escuchar es necesario para que los niños desarrollen sus aptitudes sociales
La práctica de habilidades de comunicación y el ambiente emocional en el que crece el menor son factores determinantes para que este pueda comprender y procesar la información auditiva. No saber escuchar puede provocar dificultades tanto emocionales como en las relaciones con los demás
Agarrando fuertemente el pasamanos, el pequeño, de unos cinco años, no atiende a razones. Mientras, su madre, situada en la parte de abajo del tobogán, intenta explicarle que debe deslizarse por la rampa para que el resto de niños puedan hacerlo también. Después de unos minutos, y tras conseguir que preste atención a las explicaciones y comprenda que el tobogán es de todos, decide hacerlo. El pequeño ha puesto en práctica la escucha activa. “Esta es...
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Agarrando fuertemente el pasamanos, el pequeño, de unos cinco años, no atiende a razones. Mientras, su madre, situada en la parte de abajo del tobogán, intenta explicarle que debe deslizarse por la rampa para que el resto de niños puedan hacerlo también. Después de unos minutos, y tras conseguir que preste atención a las explicaciones y comprenda que el tobogán es de todos, decide hacerlo. El pequeño ha puesto en práctica la escucha activa. “Esta es la habilidad para escuchar de manera efectiva y comprensiva, se desarrolla a lo largo del tiempo a través del modelado y la experiencia, la educación y la práctica”, explica Amaya Prado, psicóloga educativa y vocal de junta de gobierno del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid (COP).
Los seres humanos nacemos con la capacidad de escuchar, ya que el sistema auditivo se desarrolla naturalmente. “Sin embargo, la habilidad de la escucha activa, la que comprende y procesa la información auditiva, se va perfeccionando a medida que los niños crecen y se desarrollan cognitivamente”, sostiene Prado.
El sistema auditivo es la puerta de entrada a los sonidos y es el que permite recibir lo que se escucha y luego enviar esa información a distintas áreas del cerebro. “La corteza auditiva es un área del cerebro que se encarga de comprender los sonidos que escuchamos”, sostiene Mariana Herrera, psicóloga de Onelife Center. Por ejemplo, los bebés van desarrollando la capacidad de comprender el lenguaje desde unos meses antes de cumplir un año. “El progreso de estas capacidades está asociado con el desarrollo de su cerebro. Más adelante, en la niñez y en la adolescencia, los menores comienzan a incrementar la capacidad de escucha ya como una habilidad social”, continúa Herrera.
Las habilidades sociales están relacionadas con las funciones ejecutivas, aquellas de orden superior de nuestro cerebro que tienen lugar en la corteza prefrontal. Esta corteza es un área del cerebro que continúa desarrollándose incluso más allá de la adolescencia. “Para mantener una comunicación efectiva necesitamos tanto de nuestra inteligencia cognitiva como de nuestra inteligencia emocional, porque para poder comunicarnos efectivamente con nuestro entorno necesitamos habilidades como la asertividad o la empatía, por ejemplo”, apunta Herrera.
Mientras que la capacidad de oír es consustancial a las personas, no sucede lo mismo con la aptitud de la escucha. Herrera subraya que entre las primeras habilidades sociales que aprende el niño, vinculadas con el desarrollo del lenguaje y la comunicación, están iniciar o mantener una conversación, formular preguntas, aprender a dar instrucciones o seguir instrucciones, pedir ayuda o disculpas. En una siguiente etapa están las habilidades relacionadas con el mundo emocional: “Expresar nuestras emociones, así como comprender las que nos comunican los demás”.
La capacidad de escuchar, al igual que muchas otras habilidades, está influenciada tanto por factores genéticos como ambientales. “La epigenética, que se refiere a cambios en la expresión génica sin alterar la secuencia del ADN, juega un papel en la predisposición genética a ciertos aspectos de la comunicación y la interacción social, incluida la capacidad de escuchar; pero es el ambiente y la influencia del entorno, fundamentalmente de las figuras de referencia para el niño, las que van a desarrollar la capacidad de escucha activa”, asegura Prado. Por eso, la exposición a modelos de escucha activa, la práctica de habilidades de comunicación y el ambiente emocional en el que crece un niño son factores determinantes para que este integre entre sus competencias la de saber escuchar.
Cuando escuchamos a otro estamos poniendo en funcionamiento varias habilidades cognitivas relacionadas con la capacidad de las personas para recibir la información (verbal y no verbal). “Sin embargo, la escucha activa, atenta y concentrada hacia la otra persona no nos garantiza entender, comprender y responder de manera correcta a las intenciones comunicativas de nuestro interlocutor”, matiza Amable Cima, profesor de Psicología de la Universidad CEU San Pablo. La respuesta egocéntrica, en lugar de empática, puede ser un indicio claro de no saber escuchar: “Entendiéndola como una dificultad para comprender el fin último de la comunicación (problema de madurez, no de comunicación o falta de escucha), bien como un modo de oposicionismo hacia la comunicación o como una actitud en la que el niño comprende y entiende lo que se le está transmitiendo, pero no desea responder a esa petición”, explica Cima.
Que un niño no sepa escuchar puede deberse a diferentes factores. Desde dificultades de concentración que interfieren con la capacidad de prestar atención y procesar la información auditiva de manera efectiva hasta la carencia de habilidades sociales/emocionales; dificultades en la expresión verbal o la comprensión del lenguaje. También puede ser resultado de factores ambientales que no fomenten la comunicación abierta; problemas emocionales, como la ansiedad o la baja autoestima; o el uso excesivo de dispositivos electrónicos que puede afectar la capacidad de un niño para participar activamente en conversaciones cara a cara.
Prado expone algunas de las consecuencias e implicaciones que puede tener para el menor no escuchar de manera efectiva:
- Dificultades en las relaciones interpersonales. Un niño que no desarrolla habilidades de escucha puede tener problemas para relacionarse con sus iguales, familiares y educadores.
- Problemas de comunicación. La falta de estas habilidades puede dar lugar a malentendidos, conflictos y frustraciones en las interacciones cotidianas, generando problemas de inflexibilidad cognitiva.
- Limitaciones en el aprendizaje social y académico. Un niño que no puede escuchar de manera efectiva puede tener dificultades para seguir instrucciones, participar en discusiones en el aula y aprender de las experiencias sociales.
- Impacto en el desarrollo emocional. La escucha es una parte integral de la empatía y la comprensión emocional con sus iguales y con su entorno.
- Aislamiento social. Puede llevar a la percepción de desinterés o falta de conexión con los demás, lo que puede conllevar aislamiento social y problemas de autoestima.
- Problemas de resolución de conflictos. La incapacidad para escuchar puede contribuir a la escalada de problemas y dificultar la resolución pacífica de conflictos.
En el aprendizaje de la escucha activa por parte de los niños y niñas la labor de los padres es esencial. “Son quienes deben sentar las bases que propicien que sus hijos desarrollen estas habilidades sociales y de escucha”, sostiene Herrera. Para lograrlo, los progenitores deben crear un ambiente cómodo y de confianza en el que se pueda practicar la escucha. ¿Y cómo hacerlo en el caso de los niños más pequeños? “Es conveniente hablarles con frases cortas, palabras sencillas, para que poco a poco vayan ampliando su vocabulario y, cuando ellos hablan, prestarles toda nuestra atención y evitar las interrupciones”, asegura Prado. “A medida que el niño va creciendo, hay que practicar en casa buenos hábitos como son respetar los turnos de palabra, mirarles a los ojos y trasmitirles confianza con nuestro lenguaje no verbal. Todo esto contribuye a crear ese ambiente cómodo en el que también será posible la expresión de sentimientos y emociones”.
Abordar cualquier dificultad que surja de manera temprana en el niño, ya sea a través de la intervención psicológica, la educación en habilidades sociales o el apoyo familiar, es esencial. Para Prado, todo esto es crucial para mitigar las posibles consecuencias y promover un desarrollo saludable en el menor.
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