¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos a hacer frente al error?
El error es parte indispensable del aprendizaje así que desde bien pequeños, en la familia y en la escuela deberían enseñarnos que la vida va de probar una y otra vez, de equivocarse y volverlo a intentar
Fallar puede convertirse en una gran suerte, en un gran maestro. Recuerdo que cuando era pequeña sentía miedo cada vez que no hacía las cosas bien. Estudié en un colegio muy estricto que penalizaba a sus alumnos cada vez que cometían un error. Durante mis años escolares, siempre tuve la sensación de que nunca estaba a la altura ante la exigencia de mis profesores y eso me provocaba una gran frustración. Me daba pánico salir a la pizarra o exponer un trabajo ante el res...
Fallar puede convertirse en una gran suerte, en un gran maestro. Recuerdo que cuando era pequeña sentía miedo cada vez que no hacía las cosas bien. Estudié en un colegio muy estricto que penalizaba a sus alumnos cada vez que cometían un error. Durante mis años escolares, siempre tuve la sensación de que nunca estaba a la altura ante la exigencia de mis profesores y eso me provocaba una gran frustración. Me daba pánico salir a la pizarra o exponer un trabajo ante el resto de compañeros por miedo a sentirme ridiculizada por no haberlo correctamente o como lo esperaba el maestro.
En casa era muy diferente, ya que mis padres y hermanas siempre acompañaban mis tropiezos con paciencia y comprensión. Jamás me reprocharon que me equivocase a menudo y siempre me tendieron la mano para ayudarme, explicándome cómo podía mejorar.
El error es parte indispensable del aprendizaje así que desde bien pequeños, en la familia y en la escuela deberían enseñarnos que la vida va de probar una y otra vez, de equivocarse y volverlo a intentar. De proponernos objetivos que algunos de ellos jamás lograremos conseguir. Que no tenemos la obligación de ser perfectos y que quien hace lo que puede no está obligado a más si lo hace con consciencia.
Vivimos en una sociedad demasiado competitiva donde todo va muy deprisa y la búsqueda del éxito está muy presente. Un éxito malentendido y relacionado siempre con el ser el mejor, poseer o aparentar. Determinado en muchos momentos por el número de “me gustas” que somos capaces de obtener.
Una sociedad donde no hay espacio para aquellos que fracasan, para los tropiezos o los segundos puestos. Donde desde bien pequeños nos programan para tener que ganar siempre, para ser perfectos, para esconder nuestros errores por el miedo al qué dirán.
Nuestros hijos necesitan que les enseñemos que fallar forma parte del intentarlo, a encajar golpes ofreciéndoles las estrategias necesarias para poder aprender de cada nuevo intento o tropiezo. Que les expliquemos que tienen derecho a fallar y que el error es necesario para mejorar. Que hablemos con ellos de las derrotas sin tapujos y les ayudemos a desarrollar la capacidad de reconocer y aceptar las equivocaciones con calma sin permitir que el miedo o las dudas les inmovilicen cuando fallen.
Demostrándoles que no nos enfadamos cuando se equivocan, que respetamos sus ritmos de aprendizaje y damos respuesta a sus intereses y necesidades. Si enseñamos a nuestros pequeños y jóvenes a hacer frente al error y a las adversidades de la vida, se convertirán en niños resilientes, resolutivos y felices capaces de vivir en el aquí y el ahora sin la necesidad de tenerlo todo controlado o con la idea que todo tiene que ser perfecto. De perseguir y conseguir todo aquello que se propongan aprendiendo a abrazar el cambio, a dar la mano a lo imprevisible.
¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos a hacer frente al error?
- Hablando del error en términos positivos, enseñándoles a verlo como una gran oportunidad para aprender y volver a empezar con la experiencia acumulada. Para buscar nuestra mejor versión en cada momento y seguir hacia delante con determinación.
- Ayudándoles a identificar y gestionar las emociones que les genera el error: miedo, frustración, tristeza o ansiedad. Validándoles todo aquello que sientan y acompañándolos con grandes dosis de cariño y comprensión. Dándoles la seguridad que necesitan repitiéndoles a diario que estamos a su lado sin condición.
- Ofreciéndoles oportunidades para fallar, para que puedan aprender a hacer frente a sus propios tropiezos evitando sobreprotegerles o dándoles una permisividad excesiva. Explicándoles la necesidad de entrenar a diario la perseverancia y la valentía sin excusas ni postergas. De trabajar duro por aquello que desean, a creer que a la derrota se la gana con voluntad, constancia y actitud.
- Enseñándoles a pedir ayuda siempre que lo necesiten sin temor al qué dirán, sin miedo al ridículo, buscando los mejores aliados en sus proyectos. Confiando en los adultos referentes que les acompañan a diario en casa y en la escuela.
- Potenciando la confianza en sí mismos sin permitir que los fracasos les llenen de reproches o les hagan sentir vergüenza. Ayudándoles a conocer sus defectos y virtudes, sus fortalezas y debilidades sin utilizar etiquetas o comparaciones que mermen su autoestima. Animándoles a encontrar eso que les hace diferentes, únicos e irrepetibles, a pelear con agallas por sus sueños alentándolos en cada uno de sus progresos
- Convirtiéndonos en el mejor de los ejemplos que puedan tener a la hora de asumir nuestros propios errores, hacerles frente y gestionar nuestras emociones hablando de ellos. Enseñándoles a pedir disculpas cuando se equivoquen con humildad y sin excusas.
- Ayudémosles a marcarse metas realistas para que se sientan satisfechos y orgullosos cuando las consigan. Proponiéndoles pequeños retos diarios a los que se puedan enfrentar, buscando nuevas respuestas y cultivando la curiosidad. Animémosles a tomar decisiones sin que les tiemble el pulso, asumiendo las consecuencias que estas puedan tener. A no culpar a los demás de sus errores ni justificarlos sin sentido.
Consigamos que los errores se conviertan en la vida de nuestros hijos en las mejores experiencias para avanzar, para obtener cambios, para probar mil y una alternativas, para poner en marcha la imaginación porque como decía Ortega y Gasset: “El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores”.
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