La falta de sueño lastra el desarrollo cerebral de los preadolescentes y podría tener consecuencias a largo plazo

Los jóvenes españoles duermen menos horas de las recomendadas, según la National Sleep Foundation. Y se acuestan muy tarde y se levantan muy temprano

Una adolescente mira su tableta en la cama.Dan Kenyon (Getty Images)

Numerosos expertos en sueño llevan años reclamando el retraso del inicio del horario lectivo para los estudiantes a partir de la Educación Secundaria Obligatoria. Lo hacen por un motivo fundamental: según todos los estudios y estadísticas, los preadolescentes y adolescentes españoles duermen menos horas de las recomendadas -entre nueve y 11 al día, según la National Sleep Foundation norteamericana-. Duermen menos porque se acuestan muy tarde y se levantan muy temprano. Lo primero tiene una explicación científica, el conocido como...

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Numerosos expertos en sueño llevan años reclamando el retraso del inicio del horario lectivo para los estudiantes a partir de la Educación Secundaria Obligatoria. Lo hacen por un motivo fundamental: según todos los estudios y estadísticas, los preadolescentes y adolescentes españoles duermen menos horas de las recomendadas -entre nueve y 11 al día, según la National Sleep Foundation norteamericana-. Duermen menos porque se acuestan muy tarde y se levantan muy temprano. Lo primero tiene una explicación científica, el conocido como síndrome de retraso de fase, que consiste en un retraso del reloj biológico que provoca que los jóvenes tengan tendencia a dormirse más tarde y, por lo tanto, que también necesiten despertarse más tarde, algo que los horarios lectivos no permiten.

El resultado es una población preadolescente y adolescente con un constante déficit de sueño que se manifiesta en somnolencia diurna y una mayor dificultad para concentrarse y retener informaciones. “Dormir poco o tener un sueño muy fragmentado interfiere en los procesos cerebrales que ocurren durante el sueño y que son necesarios para que al día siguiente podamos adquirir nueva información y crear nuevas memorias; y reduce la oportunidad para consolidar las memorias recién adquiridas”, afirma la doctora Mercedes Atienza, catedrática de Fisiología de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla y miembro del Grupo de Trabajo Cognición y Sueño de la Sociedad Española del Sueño (SES), que señala que existen muchas evidencias científicas que sugieren que alterar el sueño de una sola noche tiene efectos negativos sobre la consolidación de la memoria, sobre todo cuando las memorias recién adquiridas no son fuertes.

“Nuestro laboratorio ha demostrado que el simple hecho de demorar la hora de acostarse puede dificultar la capacidad para adquirir nuevas memorias al día siguiente”, añade la experta, que alerta de que esto es “especialmente preocupante” al ser esta una práctica “muy común” entre preadolescentes y adolescentes, tanto entre semana como los fines de semana. Una preocupación que debería ser aún mayor si se tiene en cuenta que, como destaca Atienza, a diferencia de lo que se suele creer, el sueño perdido difícilmente se recupera con una siesta o durante los fines de semana: “las evidencias indican que el efecto negativo de la pérdida de sueño sobre la memoria podría ser irreversible a menos que nos obliguemos de nuevo a recuperar esa memoria en diferentes momentos y en diferentes contextos”.

Ahora, un importante y pionero estudio del Boston Children’s Hospital publicado en la revista Cerebral Cortex Communications ha ido un paso más allá al demostrar que la falta de sueño podría tener un impacto directo sobre el desarrollo cerebral de los preadolescentes en una etapa de vital importancia para este, ya que como argumenta Mercedes Atienza a esta edad la estructura y funcionamiento cerebral están aún desarrollándose, y cualquier alteración podría tener consecuencias negativas sobre el funcionamiento cognitivo y afectivo, algunas de las cuales podrían llegar a ser irreversibles. “El proceso madurativo que tiene lugar durante la preadolescencia afecta sobre todo a las regiones anteriores del cerebro implicadas en la toma de decisiones, la resolución de problemas y la capacidad para integrar la información. Todos ellos procesos trascendentales para la correcta adaptación e integración del individuo en el contexto social”, reflexiona.

El estudio del Boston Children’s Hospital analizó los datos de más de 5.500 niños y niñas de entre 9 y 11 años extraídos de encuestas a padres y madres sobre los hábitos de sueño de sus hijos y de imágenes del cerebro de los menores obtenidas a través de resonancias magnéticas funcionales que sirvieron para analizar el desarrollo de determinadas redes cerebrales fundamentales para la función cognitiva. ¿El resultado? La duración más corta del sueño, la latencia más prolongada del sueño, los despertares frecuentes y los trastornos respiratorios se asociaron en el estudio con redes cerebrales menos eficientes, flexibles y resistentes, que según los autores del estudio podrían conducir potencialmente a déficits en múltiples procesos cognitivos, incluida la atención, la recompensa, la regulación emocional, la memoria y la capacidad de planificar, coordinar y controlar acciones y comportamientos.

“Más allá de las limitaciones metodológicas asociadas a cualquier estudio que implique un tamaño de muestra tan grande, los resultados alertan sobre tres hechos muy importantes. Por una parte, pone de manifiesto que un porcentaje muy elevado de los niños preadolescentes duerme menos de lo que debería o tiene una pobre calidad de sueño. Por otra, identifica una serie de factores demográficos y ambientales que podrían ser en parte responsables de este hallazgo. Y, por último, lo más novedoso es que relaciona estas alteraciones en el sueño con alteraciones en la organización funcional del cerebro a diferentes escalas espaciales. Este es un hecho muy relevante, ya que pone de manifiesto que tanto la cantidad como la calidad del sueño durante las diferentes fases de la adolescencia se asocia con una alteración global del funcionamiento cerebral que afecta por igual a todos los estratos de la jerarquía organizacional de la estructura cerebral”, valora la doctora Mercedes Atienza.

Según la portavoz de la Sociedad Española de Sueño, “es imposible” determinar si las alteraciones observadas en el funcionamiento cerebral a través de las resonancias realizadas a los menores se traducirán en un peor rendimiento cognitivo y afectivo a corto plazo. Por el contrario, sostiene, si se demostrara que la eficiencia de las redes funcionales está realmente comprometida por la pérdida de cantidad/calidad de sueño durante esta fase del desarrollo, “no hay duda” que esto tendría consecuencias a largo plazo para la salud cerebral y mental de los hoy preadolescentes.

“Cuantos más recursos cerebrales tengamos que utilizar para nuestro desempeño cognitivo y afectivo, más vulnerable se volverá nuestro cerebro ante los efectos de la enfermedad y el envejecimiento”, explica la experta, que recuerda que la pérdida crónica de sueño no solo afecta a la memoria, sino también a otros dominios cognitivos tan importantes como la flexibilidad cognitiva, el pensamiento crítico u otras funciones altamente dependientes de los sistemas afectivos, acelerando el envejecimiento cerebral. “Y lo que es más relevante, las alteraciones en la duración del sueño, su horario y su continuidad, pueden aumentar a largo plazo el riesgo de enfermedades metabólicas como la obesidad, la diabetes tipo 2 y el síndrome metabólico, así como de enfermedades neurodegenerativas como la enfermedad de Alzheimer. De hecho, las enfermedades metabólicas también pueden contribuir al envejecimiento cognitivo y al Alzheimer”, concluye.

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