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Por qué hay que enseñar inteligencia emocional a los niños en el colegio y en casa

El aprendizaje de esta capacidad promueve el bienestar físico y mental, mejora el rendimiento académico, refuerza los vínculos sociales y contribuye a la gestión de problemas como el acoso escolar

El conocimiento, buen manejo y gestión de las emociones se conoce como inteligencia emocional y es clave no solo para la salud mental de los mayores, sino también en la de los pequeños. ¿Dónde se puede aprender? ¿En casa? ¿En colegio? La realidad es que la educación escolar se centra en los conocimientos intelectuales y hay un vacío en cuanto a la formación emocional de los menores. “Eso es una pena, porque es clave para el crecimiento personal, para el manejo de las relaciones sociales, así como para que el cerebro se emocione con el fin de aprender mejor los conocimientos convencionales, como las matemáticas o el lenguaje”, asegura Juan Antonio Planas, presidente honorífico de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España y Presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía.

La Unesco también se ha posicionado sobre la importancia de la inteligencia emocional en el desarrollo de la infancia, y aboga por incluirla en los planes de estudio. Concretamente, en su informe de 2024 Mainstreaming social and emotional learning in education systems: policy guide (Incorporación del aprendizaje social y emocional en los sistemas educativos: guía de políticas, español), la organización afirma que la enseñanza de esta capacidad promueve el bienestar físico y mental integral de la persona, además de reforzar los vínculos sociales y contribuir a la gestión de problemas como el acoso escolar o la violencia interpersonal.

“Aprender esta capacidad también sirve para reducir la ansiedad, el estrés, la depresión o las adicciones, porque en todo ello subyace un componente emocional que se puede aprender a gestionar para prevenir desajustes en el desarrollo del niño”, sostiene por su parte Rafael Bisquerra, presidente de la Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar (RIEEB). Para Bisquerra, uno de los factores que perjudica el desarrollo de estas habilidades en los menores es el mal uso de la tecnología: “El abuso de las pantallas a todas las edades está contribuyendo a perder el contacto físico y visual, que es muy importante para conocer y gestionar las emociones propias y las que surgen de la interacción con los demás”. “Por ello es fundamental que los niños tengan una buena base de inteligencia emocional para que hagan un buen uso de la tecnología”, aclara este experto.

Bisquerra incide en que los menores necesitan ser formados en inteligencia emocional porque no se nace con un conocimiento natural sobre ella: “La mayoría no sabe lo que es una emoción, ni distingue unas de otras. Tampoco se nos ha enseñado la relación entre emoción y salud. Por ejemplo, la violencia es una clara manifestación del analfabetismo emocional, fruto de la mala gestión de la ira”. Pero, ¿cómo influye que un niño sepa manejar su mundo emocional? “Se traduce en un comportamiento respetuoso, desde la empatía al control de la impulsividad. Por ello, se reducen los comportamientos violentos, se favorece la buena convivencia y se previene la ansiedad, el estrés, la depresión, el consumo de drogas o la dependencia de las pantallas, además de mejorar el rendimiento académico”, explica el experto. “Tener un buen nivel de aprendizaje en materias académicas no es suficiente. Debe complementarse con unas buenas competencias emocionales. Pero falta concienciación sobre su importancia para la educación, así como una insuficiente formación del profesorado”, lamenta.

Para él, el primer paso sería implementar en todos los colegios una asignatura de educación emocional. Entre las ventajas de esta habilidad están la mejora de las relaciones personales, una mayor capacidad para la gestión del estrés y el cambio, una mejor toma de decisiones y un aumento del bienestar personal y la salud mental: “También potencia el liderazgo, la resolución de conflictos y el rendimiento en el ámbito laboral y académico”.

El papel de los padres y la inteligencia emocional

Estas competencias también se pueden cultivar en casa. “Es cierto que los padres educan en este campo, aunque no siempre con la calidad que sería deseable debido a la falta de información. Por ello es importante formar a las familias sobre el buen manejo de las emociones”, prosigue Bisquerra. En este sentido, según informa el experto, se están impulsando proyectos para sensibilizar sobre la importancia de la educación emocional con proyectos como Emociudades —iniciativa que pretende consolidarse como una red de municipios comprometidos con el bienestar emocional—, propuesto por la organización que preside.

“Estos proyectos son importantes porque si tuviéramos progenitores debidamente formados se favorecería el desarrollo de competencias en este sentido a través de la práctica de técnicas diversas en la familia, como la relajación, la respiración consciente o la escucha empática”, afirma.

El ejemplo de los progenitores es la piedra angular para que los hijos sean inteligentes emocionalmente, añade a la cuestión Planas. “Si se resuelven los problemas de manera agresiva, se enseña al niño que ese esa es la forma de actuar frente a situaciones conflictivas y no de manera dialogante y conciliadora”, incide. Para este psicopedagogo, hay muchas formas de predicar con el ejemplo en el día a día: “Por ejemplo, dar siempre las gracias; sonreír frente a una acción amable o ayudar a recoger el servicio en un restaurante. Lo importante es que haya coherencia entre lo que se dice y lo que se hace”.

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