¿Necesitan los adolescentes que sus padres se cojan una baja para cuidarles?
El debate de la conciliación se extiende a la adolescencia, una etapa que genera numerosas preocupaciones. Hay familias que se plantean parar, pero ¿demandan los jóvenes que los progenitores sigan siendo tan visibles o tener el espacio que no se les da?
“No me cuenta qué le pasa”. “Me cierra la puerta sin alternativa”. “No sé cómo romper la barrera para acercarme”. Estas son muchas de las consultas que escucho de padres de adolescentes. La respuesta que doy es sencilla: eso es ser y comportarse como un adolescente. Y la realidad es obvia: la adolescencia abre una fisura que se irá haciendo cada vez más grande, nunca un niño de 15 años será igual de llevadero, con sus más y sus menos, que uno de 5. De entrada porque su entorno de iguales, sus cambios hormonales o su desarrollo psicosocial no condicionan de la misma manera en una etapa que en otra, pero sobre todo porque los padres pasamos a un segundo plano de escucha como parte del desarrollo de unos y de otros. ¿Somos capaces de manejar ese cambio de rol? ¿Necesitamos seguir siendo tan visibles y necesarios para ellos?
Hay familias que se plantean dar el paso: cogerse una baja de cuidados en la adolescencia equivalente a la que se hace en la primera infancia. “Yo abogaría por una segunda baja de maternidad en la adolescencia. Mi experiencia es que hay un momento en el que los adolescentes necesitan presencialidad. ¿Para qué? Para nada, porque lo mismo no quieren hablar contigo, pero tienes que estar”. Así lo expresaba la periodista Nuria Labari recientemente en una intervención en el podcast del Club de Malasmadres.
¿Han cambiado tanto los adolescentes en las últimas décadas para necesitar ese extra de atención y cuidado en una etapa en la que predomina justo el comienzo de la autonomía personal? La adolescencia sigue siendo una etapa de cuestionamiento, rebeldía y desarrollo de la propia identidad. Debemos pensar que han cambiado más la sociedad y el tipo de familia que los jóvenes. Como se señala en el artículo Las familias del siglo XXI, de la Fundación De Familias Monoparentales, Isadora Durán: “Atendiendo, por otra parte, a la dinámica de los procesos y a los roles que se desempeñan en el seno familiar, es evidente que el creciente acceso de las mujeres a la educación y al empleo remunerado, así como el cambio ideológico en que estos se han asentado, está ocasionando cambios progresivos en la dinámica familiar”. Hemos pasado de esa figura abnegada de la madre/ama de casa, siempre presente como la figurita del televisor, a la multiplicidad de familias: monoparentales, divorciados, emparejados, intentando conciliar como pueden con la vida laboral…
Marta Rossell, con una hija en plena adolescencia y otro de camino, señala: “Un permiso total, de una duración determinada, no termina de convencerme. A mí no me sirven de nada cuatro meses de golpe si ni siquiera sé cuáles son los idóneos. No solo tienes que estar físicamente, tienes que estar con cierta calma”. “A ver quién se puede pedir una baja, así como así y además remunerada. Eso es bastante inviable, incluso habiendo esa baja y estando con ellos, si no se sabe tratar el tema o no tienes medios, tampoco sería algo sanador. Más allá del cuidado y la atención que ofrecemos como madres y padres, sería necesario ayuda médica, atención psicológica… Y cuántas familias pueden optar a eso”, se pregunta Bea Alcázar. Sus hijos tienen 11 y 12 años.
Nos hemos empeñado en que la adolescencia es frágil, que estamos creando adolescentes de cristal, pero a la vez “pedimos” una segunda baja para poder acompañarles mientras decimos que les sobreprotegemos.
Hace tiempo escribí en Mamas & Papas sobre resiliencia en la infancia. En el artículo, titulado El arte de resistir o cómo conseguir que los niños de hoy sean los resilientes del mañana, explicaba que trabajar esta capacidad con los menores favorece una adaptación más segura a un contexto como el actual, donde luchamos continuamente contra la adversidad. Y es algo totalmente aplicable a los adolescentes:
• Tienen la mayor red social de la historia en la que apoyarse.
• Tienen recursos ilimitados, que además saben utilizar.
• Han vivido y sobrevivido a una pandemia en casa y han aprendido.
• No viven en una época (años ochenta) donde estaban disparadas las muertes de jóvenes por sobredosis.
• La escolarización actual es la mayor de la historia.
• Las oportunidades de acceso a una carrera profesional (universidad, grados, módulos, F.P. prácticas profesionales…) se han multiplicado.
La adolescencia no ha cambiado tanto, sigue siendo igual, ha cambiado el contexto. Un adolescente no necesita una baja de maternidad o paternidad al uso, necesita el espacio que quizás como padres no le damos. Por lo tanto, no es necesario una segunda baja más allá de facilitar, eso sí, la conciliación familiar. Porque, al final, esa baja se va a convertir en un contexto de presión innecesario, queriendo que tu hijo adolescente sea más amigo que hijo para que te cuente “sus cosas”. ¿Y si les dejamos espacio? ¿Y si ayudamos en vez de estar encima? ¿Y si dejamos de calificarles en negativo? La adolescencia es inconformismo y tiene que ser así. Y como adultos lo mejor que podemos hacer es aprender a lidiar con ello.
Como comenta Isabel Pérez, madre de tres hijos adolescentes en los años noventa: “¿En qué momento de esa baja podía hablar yo con mi hijo si por la mañana estaba en el instituto, por la tarde con sus amigos, estudiando, jugando al baloncesto o con la Play? Pues cuando le veía un poco mal me acercaba y le preguntaba, como se ha hecho toda la vida”. No vas a cambiar el comportamiento de tu hijo o hija adolescente por mucho que te empeñes, ni vas a ser su amiga o amigo por muchas bajas de maternidad o paternidad adolescente que te cojas, porque va a buscar el consejo en otro sitio. La adolescencia es eso.
Pero sí puedes hacer una cosa: estar cuando lo necesite, darle la iniciativa, acercarte de vez en cuando, esperar a que te pregunte, ponerle límites y un horario, reforzar sus éxitos, castigarle cuándo sea necesario… Todo eso que hacían nuestras madres en los años setenta, ochenta o noventa y que nos ha ayudado a llegar hasta aquí.
Por lo tanto, deja de meterte presión tratando de luchar contra lo inabarcable y, sobre todo, recuerda que tú también fuiste adolescente, también pasaste de tus padres y también te decían lo mismo: “No hay quien te entienda”. Como señala Sarah Babiker, escritora, periodista y madre de dos niñas casi adolescentes: “Es una etapa apasionante, de transformación, abierta a los debates, de cuestionamiento, y también de chiste y algarabía. Una etapa que pasa jodidamente rápido y deberíamos tener derecho a gozárnosla”.