Del “se están comiendo a los perros” a la palabra “basura”: las frases de la campaña presidencial en Estados Unidos

Exabruptos, perlas, insultos y un tono demasiado violento: viaje por las palabras clave del ciclo electoral con más sobresaltos de la historia reciente

Barras de chocolate con las caras de los candidatos presidenciales de EE UU, la demócrata Kamala Harris y el republicano Donald Trump, en una tienda del aeropuerto JFK de Nueva York el 25 de octubre.Eloisa Lopez (REUTERS)

Las campañas presidenciales en Estados Unidos se sabe cuándo terminan, pero no siempre cuándo empiezan. Cosas de un país íntimamente dividido que vive inmerso en un desquiciado ciclo electoral perpetuo. Esta, que enfrenta a la vicepresidenta demócrata Kamala Harris con el republicano Donald Trump, acabará este martes y lo hará tan ajustada que todo indica que será necesaria ...

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Las campañas presidenciales en Estados Unidos se sabe cuándo terminan, pero no siempre cuándo empiezan. Cosas de un país íntimamente dividido que vive inmerso en un desquiciado ciclo electoral perpetuo. Esta, que enfrenta a la vicepresidenta demócrata Kamala Harris con el republicano Donald Trump, acabará este martes y lo hará tan ajustada que todo indica que será necesaria la foto finish para conocer al ganador. Y si bien no está claro cuándo arrancó ―si con la presentación de la candidatura de un Trump en horas bajas en noviembre de 2022 o con el anuncio de Joe Biden en abril del año siguiente de que aspiraría la reelección―, sí es posible fijar su punto de inflexión: el 27 de junio, cuando se celebró el debate que enfrentó en Atlanta a ambos candidatos, un espectáculo que hizo saltar las alarmas sobre las capacidades físicas y mentales del presidente para presentarse de nuevo y desencadenó su renuncia.

Aquel día comienza este recorrido por las frases ―de las salidas de tono a los insultos; de los hallazgos pseudogeniales a las perlas de una retórica que ha ido ganando en crudeza y violencia― por las que será recordada la campaña más atípica de la historia reciente. Una loca montaña rusa con giros tan inesperados como la renuncia a perseguir la reválida de un presidente por primera vez en medio siglo, dos intentos de asesinato contra su contrincante y el ascenso meteórico de una candidata en la que pocos confiaban dado su desempeño como vicepresidenta.

El presidente estadounidense Joe Biden, en el debate en Atlanta del pasado 27 de junio. Marco Bello (REUTERS)

“Finalmente, vencimos a Medicare”

Habían pasado 11 minutos del comienzo de aquella noche en Atlanta cuando Biden se perdió en su propio laberinto en una intervención sin pies ni cabeza que coronó un sinsentido: “Finalmente, vencimos a Medicare”, dijo, nombrando el sistema de salud público cuando quería referirse a la pandemia. “Creo que ni el mismo sabe lo que está diciendo”, soltó al rato Trump. Fue una noche desastrosa, que acabó resumida en una palabra: “Pánico”. Eso fue lo que sintieron los demócratas al ver que el timonel pilotaba el barco directo hacia un iceberg en noviembre. Las voces que pedían su renuncia, desde los editoriales de los medios a los tertulianos y de los peces gordos de su partido a los chicos, se fueron sumando en un coro que acabó torciendo la mano al candidato, que anunció que cejaba en su empeño con una carta difundida en domingo (el 22 de julio) en X: “Creo que [es] lo mejor para mi partido y para el país”, escribió en ella.

El candidato republicano Donald Trump tras sobrevivir a su primer intento de asesinato el 13 de julio pasado.Jabin Botsford (Getty Images)

“¡Luchad, luchad, luchad!”

A eso de las 18:11 del 13 de julio sucedió lo impensable: la bala de un francotirador, llamado Thomas Matthew Crooks, un joven de 20 años cuyas motivaciones siguen sin estar del todo claras, pasó a 0,6 centímetros de la cabeza de Trump. Le rozó la oreja derecha, y el candidato se tiró al suelo. Varios agentes del Servicio Secreto, que están encargados de la seguridad del expresidente y aquel día firmaron una de sus actuaciones más nefastas e irresponsables en décadas, corrieron entonces a cubrirlo con sus cuerpos. A los pocos segundos, Trump emergió de entre ellos y, en un fenomenal acto de instinto político y de dominio de las reglas de la posteridad, levantó el puño y gritó: “¡Luchad, luchad, luchad!”. La frase, como decenas de otras sentencias del político nacidas aparentemente de la improvisación, se convirtió en un lema de su campaña y en un grito de guerra del movimiento de sus fieles. No ha dejado de sonar en los centenares de mítines que él y sus acólitos han dado desde entonces.

“Me llevé un balazo en nombre de la democracia”

Dos días después de sobrevivir al intento de asesinato en un mitin al aire libre en Butler (Pensilvania) comenzó la Convención Nacional Republicana en Milwaukee, que sirvió para certificar la rendición total del partido a los deseos de Trump y su familia. También, para que escogiera candidato a vicepresidente: el senador por Ohio J. D. Vance. Trump se pasó la convención con la oreja cubierta por un apósito, dando muestras de que algo profundo había cambiado en él y de que estaba listo para enterrar su tendencia a atizar el enfrentamiento entre estadounidenses. Bastaron 20 minutos de su larguísimo discurso de aceptación para que desapareciera ese espejismo y volviera el Trump de siempre: airado y rencoroso. Ese fin de semana cruzó el lago Míchigan para dar un mitin, el primero junto a Vance. Allí dijo: “Me llevé un balazo en nombre de la democracia”, frase que entró en su repertorio, antes de desvanecerse con el paso de las semanas.

Kamala Harris, el 23 de julio en el cuartel general de la campaña demócrata en Wilmington (Delaware).Erin Schaff (via REUTERS)

“Cuando luchamos, ganamos”

Tras la renuncia de Biden y su declaración de apoyo a su vicepresidenta como la candidata para sucederlo, comenzaron unos días de infarto, así como la lluvia de millones de donantes y la avalancha de adhesiones de voluntarios. Rápidamente, estuvo claro que Harris tendría el apoyo del partido. También empezaron los discursos de la flamante candidata por sorpresa, que no recibió un solo voto en las primarias. Entre los primeros leitmotivs de su campaña naciente destacó la contraposición entre su contrincante, un criminal condenado por 34 delitos graves (felon, en inglés), y ella, que fue fiscal general de la ciudad de San Francisco (entre 2004 y 2011) y del Estado de California (2011-2017) antes de ser senadora y, luego, vicepresidenta.

“He visto depredadores de toda clase”, dijo, aludiendo a su experiencia judicial, al día siguiente de la renuncia de Biden en el cuartel general en Delaware de la campaña para la reelección del presidente, que heredó en bloque. “Depredadores que acosaban a mujeres, defraudadores que estafaban a los consumidores, tramposos que rompían las reglas de su propio juego. Así que escuchadme cuando os digo que conozco a los tipos como Trump. Y en esta campaña, con orgullo, lucharé contra él”. En ese acto, también se apropió de una vieja frase de la gran antología de la motivación política, que se convirtió en uno de los lemas de la campaña, “Cuando luchamos, ganamos”, palabras que un mes después le servirían para despedir en la Convención Nacional Demócrata de Chicago el discurso con el que aceptó la designación del partido. Otros eslóganes han sido: “Libertad”; “Un nuevo camino hacia delante”; o “No retrocederemos”.

Biden, durante el discurso desde el Despacho Oval en el que justificó su renuncia. Foto: Evan Vucci (Reuters)

“La mejor manera de avanzar es pasar la antorcha a una nueva generación”

A mitad de esa semana, que a ratos pareció un siglo, Biden compareció el 25 de julio en el Despacho Oval para justificar su renuncia ante sus compatriotas. La vendió como un acto de sacrificio en nombre de la democracia ―para así “continuar perfeccionando nuestra Unión”, dijo― y como una manera de ceder el paso, “de pasar la antorcha a una nueva generación”. Fue un discurso breve, de poco más de 10 minutos, y un tanto sombrío, que careció del drama y la sorpresa de su antecedente más directo: las palabras con las que Lyndon B. Johnson renunció a presentarse de nuevo al cargo, meses antes de las elecciones de 1968. Ningún presidente había hecho algo así desde entonces. Biden se miró en el espejo magnificador de Franklin D. Roosevelt y de George Washington, y citó la definición de Estados Unidos de Benjamin Franklin como un aviso para navegantes a la hora de votar este martes: “Una república, siempre que sepamos mantenerla”. “[Esto] no puede ir sobre mí”, subrayó. “Trata de usted. De su familia. De su futuro. De nosotros, el pueblo”.

J. D. Vance, este miércoles durante su discurso de aceptación de la candidatura a vicepresidente en Milwaukee, en la Convención Nacional Republicana.Alex Wong (Getty Images)

“Un puñado de señoras sin hijos y amantes de los gatos”

Esta es la frase más antigua del lote, pero merece ser incluida debido a la notoriedad que alcanzó a los pocos días de saberse que Trump escogía como compañero de su ticket presidencial a J. D. Vance ―senador por Ohio y autor de Hilbilly, una elegía rural, best-seller sobre la historia de superación del hijo de una adicta a los opiáceos con una abuela de Kentucky de armas tomar―. La afirmación se extrajo de una entrevista de 2021 con Tucker Carlson, entonces presentador de Fox News. Vance estaba en campaña para obtener su escaño en la Cámara Alta, y, en sintonía con el tono demagógico de Carlson, se quejó de que Estados Unidos lo gobierna un contubernio formado por demócratas, oligarcas corporativos y “un puñado de señoras sin hijos y amantes de los gatos que se sienten desgraciadas con sus propias vidas y las decisiones que han tomado, y por eso quieren hacer que el resto del país también sea desgraciado”. Se estaba refiriendo, especificó a continuación, a personalidades como la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, la propia Harris o el secretario de Transporte Pete Buttigieg. “El futuro de los demócratas está controlado por personas sin hijos. ¿Y qué sentido tiene haber entregado [el futuro de] nuestro país a personas que realmente no tienen un interés directo en él?”. La referencia misógina encendió las redes, y luego el resto, y se convirtió en un eslogan ideal para camisetas de mujeres orgullosas de sus decisiones. También fue la primera piedra de un muro que se fue construyendo entre la campaña de Trump y el voto femenino, que podría costarles la presidencia al candidato republicano.

Tim Walz con su familia, tras ofrecer su discurso de aceptación de la designación de su partido como candidato a la vicepresidencia el pasado 21 de agosto en Chicago, donde se celebró la Convención Nacional Demócrata.J. Scott Applewhite (AP)

“Hay gente rara al otro lado”

Cuando estuvieron despejadas las dudas de si los demócratas apoyarían a Harris, una vicepresidenta impopular y una candidata rápidamente olvidada cuando se presentó a las primarias del partido en 2019, surgió la incógnita de a quién escogería como acompañante de la papeleta. Finalmente, se decidió por Tim Walz, gobernador de Minnesota. El mensaje era claro: un hombre sencillo, del Medio Oeste, región que incluye dos de los siete Estados decisivos (Míchigan y Wisconsin). Un profesor de escuela y entrenador de fútbol sin las ínfulas de los políticos de Washington. Además de todos esos rasgos, preferidos para conquistar esa entelequia conocida como la “Middle America”, fue decisiva una declaración que hizo Walz en televisión: “Hay gente rara al otro lado. Van a por tus los libros. Quieren inmiscuirse en tu consulta con el médico”. Hacía referencia tanto a la tendencia republicana a prohibir libros como a los ataques a la libertad reproductiva de las mujeres. Además, todo indica que involuntariamente, señalaba un camino: después de ocho años de atacar desde el espanto a Trump como una amenaza para la democracia, había llegado el momento de burlarse de él. Visto el éxito ―inicial, al menos― de la nueva estrategia cuesta entender cómo tardaron tanto en dar con ella.

Los Obama, en la Convención Nacional Demócrata del pasado mes de agosto, en Chicago.Kevin Wurm (REUTERS)

“Y luego está su obsesión con el tamaño de las multitudes”

La convención demócrata, celebrada a mediados de agosto en Chicago, sirvió para demostrar al menos dos cosas: que el partido estaba esperanzado y entusiasmado, unido en torno a la idea de la candidatura de Harris, y que puede tirar de banquillo, a diferencia del Republicano, tan absorto en la personalidad del líder, que ya terminó el fumigado de la memoria de la formación. Los Clinton, los Obama, Bernie Sanders, Nancy Pelosi, Ocasio-Cortez, varios gobernadores y un puñado de famosos, que incluyó a un entrenador de la NBA, Steve Kerr, subieron al escenario para motivar a los suyos. Fueron también unos días en los que la formación, a lomos de la frase anterior de Walz, dejó de preocuparse por la figura de Trump y pasó al ataque con las armas del humor, sin miedo a ridiculizar al rival. Hubo muchas frases de la convención en ese sentido, pero el espíritu tal vez no lo resuma mejor ninguna como el gag que soltó el expresidente Barack Obama. Es un gag visual, que precisa el acompañamiento del video del momento en el que Barack Obama insinuó que Trump está obsesionado con su hombría. La clave no estuvo tanto en lo que dijo (“Están los apodos infantiles, las locas conspiranoias. Y luego está su obsesión con el tamaño de las multitudes”) sino en cómo lo dijo, con el gesto de juntar y separar las manos que Obama introdujo con gran dominio de la vis cómica. No era la primera vez que le recordaban a Trump que el tamaño tal vez importe. En las primarias republicanas de 2016, el senador de Florida Marco Rubio afirmó de él que tenía “las manos pequeñas”, deslizando una comparativa no tan elegante con otras partes de su anatomía.

El debate entre Harris y Trump del 10 de septiembre desde el bar Shaw’s Tavern, de Washington.Alex Wong (GETTY IMAGES)

“Se están comiendo a los perros”

El 10 de septiembre se celebró el primer y único debate entre los candidatos presidenciales. Se saldó con una victoria clara para Harris, pero Trump se llevó el premio de consolación de la mayor barbaridad de la noche. Estaban hablando de inmigración, cuando decidió hacerse eco (y no cualquier eco; 60 millones de personas vieron el cara a cara y centenares de millones lo consumieron después troceado en videos cortos) de una teoría de la conspiración sin base que pusieron en circulación cuentas vinculadas con un grupo neonazi. Según esa teoría, los haitianos que han llegado en los últimos años a una localidad de Ohio a trabajar se comen las mascotas de sus vecinos. “En Springfield, los que han entrado se están comiendo a los perros, se están comiendo a los gatos. Se están comiendo a las mascotas que viven allí. Esto es lo que está pasando en nuestro país, y es una vergüenza”, dijo Trump. Podía resultar risible (a un productor sudafricano se lo pareció y convirtió la cita en canción), sino fuera porque alimentó el odio racista en ese rincón del Medio Oeste, cuya convivencia partió por la mitad y empezaron las amenazas a los haitianos. Algunos han optado por largarse.

“Esa es una respuesta incriminatoria y sin fundamento”

El debate que enfrentó a los vicepresidentes el 1 de octubre fue un punto bajo de la campaña demócrata. En él, y en mitad de un fuego cruzado de cortesía propia de dos midwesterns, Vance logró dulcificar su imagen y venderse como alguien que, por ejemplo, nunca hubiera dicho que defendería un veto nacional al derecho al aborto (lo dijo). A Walz se le vio apurado y cayendo en las trampas de su contrincante, pero al menos alcanzó a lanzar un golpe certero al final del match, cuando tocó hablar del asalto al Capitolio. El republicano se negó a condenar expresamente la insurrección, porque, afirmó, lo suyo es mirar al futuro. No solo: equiparó a las decisiones de esas empresas privadas a las que tenemos por costumbre llamar “las redes sociales” de “censurar” discursos de extrema derecha. A Walz le salió del alma: “Esa es una respuesta incriminatoria y sin fundamento”.

Elon Musk participa el pasado 5 de octubre en un mitin junto a Donald Tump en Butler (Pensilvania). Alex Brandon (AP)

“No solo soy MAGA, soy MAGA oscuro”

La entrada en escena más extraña de la campaña la protagonizó el hombre más rico del mundo, Elon Musk. No solo ha donado a Trump generosamente (al menos 75 millones de dólares) y ha organizado una rifa de un millón al día entre sus simpatizantes que flirtea con el delito electoral; el dueño de Tesla, SpaceX y X también ha ofrecido mítines en Pensilvania, la madre de todos los Estados decisivos. Antes de lanzarse a la carretera, acompañó al candidato en el mitin que este dio el 5 de octubre en Butler, el lugar en el que sufrió su primer intento de asesinato. Musk entró saltando, todo vestido de negro, una gorra con letras góticas incluidas, y dijo, antes de apuntarse a todos los bulos del cabeza de cartel: “No solo soy MAGA, soy MAGA oscuro”. MAGA son, claro, las siglas de Make America Great Again, gran eslogan del trumpismo que pide devolver una supuesta grandeza perdida a Estados Unidos. Y ya que estamos hablando de frases, se trata seguramente de la que, por tercera elección estadounidense consecutiva, más veces se ha escuchado en esta campaña.

“Ahora mismo, no se me ocurre nada en concreto”

Si Harris acaba perdiendo las elecciones, estas palabras la acompañarán por el resto de su vida para recordarle su derrota. Las pronunció el 8 de octubre en una entrevista amable en un magacín de la cadena ABC. Le pidieron que hiciera un ejercicio de mirar atrás y también, por qué no, de autocrítica. ¿Qué cambiaría de su paso por la Casa Blanca como segunda de Biden si pudiera empezar de nuevo de cero? La candidata torció el gesto y dijo que no se le ocurría nada en especial. La metedura de pata sirvió de inmejorable resumen del dilema que la acompañó desde que se anunció su candidatura ―e incluso antes, durante los días en los que contuvo la respiración mientras asistía al espectáculo de Biden siendo empujado a la cuneta―. No era tarea fácil desmarcarse de la figura de uno de los presidentes más impopulares de la historia de Estados Unidos sin traicionarlo por completo, como tampoco lo ha sido presentar a una mujer que estuvo siempre ahí, en el corazón de la Administración de Biden, como la aspirante del cambio. Aquella frase fue la peor idea posible para lograrlo. Desde que la pronunció, no ha faltado en los principales anuncios de la campaña de Trump. Aprendida la lección, la candidata fue tajante el 16 de octubre en una tensa entrevista con Fox News, en la que sentenció: “Mi presidencia no será una continuación de la de Biden”.

“El enemigo interno”

“Los dementes lunáticos, esos fascistas, marxistas y comunistas que gobiernan el país... Esas personas son más peligrosas –el enemigo interno– que Rusia, China y otros países”, dijo Trump en un mitin en Wisconsin, celebrado tras su segundo intento de asesinato, protagonizado por un tipo llamado Ryan Routh, al que detuvieron armado en las inmediaciones del club de golf del expresidente en West Palm Beach (Florida). Después en sendas entrevistas en Fox News se reafirmó. “Creo que el mayor problema lo tenemos dentro”, le dijo a la presentadora de la cadena conservadora Maria Bartiromo, antes de lanzar la idea de que convendría desplegar al ejército contra ellos en suelo estadounidense. El 20 de octubre apuntó, con más precisión, a los congresistas demócratas de California Adam Schiff y Nancy Pelosi: “Son malas personas. Hay muchas personas malas. Pero cuando miras a ‘Shifty Schiff’ [el sospechoso Shiff] y a algunos otros, sí, para mí son el enemigo interno”. El presentador, Howard Kurtz, le dio a Trump la oportunidad de rectificar: “Es un oponente político suyo, pero ¿tanto como un enemigo?”, a lo que Trump respondió: “Por supuesto que es un enemigo, es un enemigo”. Esas palabras cargadas de violencia sirvieron a Harris para moldear uno de los eslóganes a los que se ha agarrado en la recta final de la campaña: “Trump tiene una lista de enemigos. Yo tengo una lista de asuntos pendientes”.

Harris con el presentador de la CNN Anderson Cooper, el 23 de octubre.Matt Rourke (AP/LaPresse)

“Sin duda entra en la definición general de fascista”

John Kelly fue jefe de gabinete de Trump durante la primera mitad de su mandato. En una serie de conversaciones con The New York Times publicadas el 22 de octubre, Kelly, uno de los funcionarios que más aguantó en la trituradora laboral de la Casa Blanca de un presidente que se hizo famoso en el universo de la telerrealidad por decir “¡Estás despedido!”, argumentó lo siguiente: “Si nos fijamos en la definición de fascismo, es una ideología política ultranacionalista autoritaria de extrema derecha y un movimiento caracterizado por un líder dictatorial, autocracia centralizada, militarismo, supresión forzosa de la oposición, creencia en una jerarquía social natural (...) El expresidente está en la zona de extrema derecha, es ciertamente un autoritario, admira a la gente que son dictadores, él lo ha dicho. Así que sin duda entra en la definición general de fascista”. Esas revelaciones dieron munición a su oponente, y Harris, tras conocerlas, consideró “profundamente preocupante e increíblemente peligroso que Donald Trump invoque a Adolf Hitler”. Entonces, faltaban dos semanas de campaña y el tono de los ataques personales subió por ambas partes. Al día siguiente del artículo del Times, la candidata respondió “sí, creo que lo es” a la pregunta sobre si su rival era fascsita, lanzada por el moderador de un encuentro con votantes, el presentador de CNN Anderson Cooper.

“Quiero dar de baja mi suscripción”

Esta frase no la pronunció ningún político, analista televisivo o gurú de las encuestas, sino, con variantes, los al menos 250.000 lectores, que, según The Washington Post, decidieron darse de baja tras el anuncio de que la cabecera faltaría a su tradición de mostrar su apoyo en un editorial a ninguno de los candidatos (esto último se dice porque hay que decirlo, pero en la práctica, solo estaba en juego el respaldo a Harris). Fue una decisión de su propietario, Jeff Bezos, otro multimillonario dispuesto a influir en la marcha de la sociedad estadounidense, y la tomó en contra el criterio de la redacción del periódico. A ese no-gesto siguió una oleada de dimisiones de columnistas y de reprimendas de personajes importantes en la historia del diario. No solo el Post ha cambiado de idea sobre la conveniencia de influir en el voto de sus lectores. Tampoco Los Angeles Times, USA Today y Tampa Bay Times han apoyado a ningún candidato esta vez.

Kamala Harris, en su mitin ante la Casa Blanca del pasado 30 de octubre. Foto: Jim Lo Scalzo (EFE)

“El 6 de enero fue un día de amor”

El blanqueamiento desde la campaña republicana del ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, una de las jornadas más negras de la historia reciente de la democracia estadounidense, ha sido constante en estas semanas. El 30 de octubre Harris ofreció ante unas 75.000 personas el mitin más simbólico de su campaña desde la Elipse, con la cara sur de la Casa Blanca de fondo. Como reacción a eso, el republicano definió el 6 de enero como “un día de amor”.

La demócrata había escogido el lugar porque desde ahí Trump arengó en aquella desabrida jornada a una turba de sus simpatizantes para que interrumpiera la transferencia pacífica de poder a Biden intoxicados por las mentiras de que la elección de 2020 había sido robada. El FBI clasificó ese ataque como un acto de terrorismo interno. Unos 140 policías resultaron heridos y tres insurrectos y un agente murieron durante la algarada. Hay centenares de personas en la cárcel por esos hechos. A ellos, Trump se refiere como “rehenes” e “increíbles patriotas” y promete indultarlos si regresa a la Casa Blanca.

Trump en Green Bay, Wisconsin, el 30 de octubre de 2024.Brendan McDermid (REUTERS)

“Protegeré a las mujeres tanto si les gusta como si no”.

Trump pasó la última semana completa de la campaña embarcado en una escalada retórica que fue difícil saber si obedecía a un empeño desesperado por ahuyentar a los votantes moderados o una estrategia maestra para galvanizar a una base abrumadoramente masculina que venera su tendencia a hablar sin filtros. Primero dijo que protegería a las mujeres “tanto si les gusta como si no”. ¿De quién o de qué? “De los inmigrantes que vienen”, añadió. “De los países extranjeros que quieren golpearnos con misiles y de muchas otras cosas”. Lo hizo el mismo día en el que disfrazado de basurero (era Halloween, después de todo) se subió en Wisconsin a un camión de recogida de residuos para responder a un comentario denigratorio de Biden sobre los votantes de Trump.

Al día siguiente, en una charla distendida con Carlson en Arizona, atacó a la excongresista Liz Cheney, miembro de una estirpe de republicanos con solera, una de las archienemigas de Trump y que ha anunciado que votará a Harris. “Deberían dispararle con nueve cañones” porque es una “halcón de guerra”, dijo el candidato, refiriéndose también al padre, Dick Cheney, vicepresidente con George Bush hijo y arquitecto de la agresiva política bélica estadounidense en el extranjero que definió el principio de siglo. “Veamos qué piensa ella [Liz Cheney] cuando las armas le apunten a la cara”.

Tony Hinchcliffe, en el mitin del Madison Square Garden en el que dijo que Puerto Rico es "una isla flotante de basura". Andrew Kelly (REUTERS)

“Basura”

La última frase de este recorrido es en realidad una palabra, “basura”, sustantivo que ha protagonizado la recta final de la campaña. La empleó hace dos domingos en un mitin lleno de racismo y misoginia de Trump en Nueva York Tony Hinchcliffe, un cómico cuya gracia, lo supimos entonces, se basa en faltar al respeto a los demás. Definió Puerto Rico como una “isla flotante de basura en medio del océano”, y eso provocó el colosal enfado de los naturales de ese territorio asociado. Son ciudadanos estadounidenses y, aunque no pueden votar en las presidenciales salvo que residan en uno de los 50 Estados, suman suficientes sufragios como para, tal vez, lograr que Trump pierda en Pensilvania.

La frase también desencadenó una cascada de famosos apoyos boricuas a Harris, de Bad Bunny o Ricky Martin a Jennifer López, así como el talento de Biden para meter la pata. Fue en un Zoom con latinos, cuando dijo algo realmente desafortunado ―”La única basura que veo flotando por ahí es la de sus partidarios”― poco antes de que Harris, que tuvo que desmarcarse públicamente de los comentarios, brindara un discurso de concordia en Washington que casaba mal con esa frase.

En realidad, la palabra había entrado en campaña de boca del candidato republicano la semana anterior, cuando en un acto en Tempe (Arizona, otro territorio decisivo) afirmó, hablando de la inmigración irregular, que Estados Unidos se ha convertido en un “cubo de basura” procedente de todas partes del mundo. Cuando se escuchó a sí mismo, se notó que Trump se había gustado, y añadió: “Es la primera vez que se me ocurre lo del cubo de basura, pero ¿sabéis qué?, es una descripción bastante acertada”.

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