El error de Yolanda Díaz
El rechazo a la rigidez de los partidos de la política posmoderna llevó a la ya excoordinadora de Sumar a formar una plataforma sin apenas fuerza para el activismo político
Todas las familias felices se parecen, pero cada país vive las turbulencias políticas a su manera y el vendaval electoral europeo tenía que aterrizar en el nuestro por algún sitio. La onda expansiva no tiene tanto alcance como en Alemania o en Francia: el seísmo se ha producido aquí en el espacio de las izquierdas, concretamente en el de ...
Todas las familias felices se parecen, pero cada país vive las turbulencias políticas a su manera y el vendaval electoral europeo tenía que aterrizar en el nuestro por algún sitio. La onda expansiva no tiene tanto alcance como en Alemania o en Francia: el seísmo se ha producido aquí en el espacio de las izquierdas, concretamente en el de Yolanda Díaz. Y digo “espacio” porque es la moda que ha sustituido a lo que antes denominábamos simple y llanamente partidos. Lo llamo “de Yolanda Díaz” porque en Sumar se abrió paso una estructura cesarista: en ese tipo de constructos la personalidad más o menos carismática de un líder es la que los dota de identidad, incluso hasta el punto de que su estado de ánimo se convierte en un termómetro político. Eso ya sucedió con Podemos: es el contrato electoral que Pablo Iglesias firmó en su primer Vistalegre y que Yolanda Díaz también quiso adoptar en Magariños. También las fuerzas políticas tradicionales han sido colonizadas por la lógica del movimiento: pocas estructuras, cada vez menos barones con voz propia y un organigrama que funciona de arriba abajo, como un ejército. Como en el caso de Macron, Díaz nunca disimuló ese rechazo a la rigidez de los partidos de la política posmoderna: eso la llevó a formar una plataforma sin apenas fuerza para el activismo político. Esa característica es aún más importante cuando la movilización social ha cambiado de bando, aunque sea para rezar el rosario ante la sede de un partido rival.
Las estructuras son formas de arraigo social. Renunciar a eso es reducir la acción política a la apelación popular cada cuatro años. La feminista Jo Freeman lo llamó La tiranía de la falta de estructuras, un texto que paradójicamente circulaba por las asambleas del 15M (¡qué tiempos!). La ausencia de una estructura formal en cualquier grupo humano desemboca en otra informal que irremediablemente conducirá al abuso. No digamos ya si se trata de luchas por el poder. Este debería imponerse legítimamente, y ninguna legitimidad nace de la fuerza de un dedazo: ese dedazo se vio el día que Iglesias ungió a Díaz como líder, pero también se ha visto en la confección de las listas de Sumar.
Hay quien piensa que el problema de Díaz era la alargada sombra del sanchismo; su mayor pecado, según esa escuela de pensamiento, era el de tratar de matar a Podemos. Pero quizá su mayor error fue dejarlo agonizando. El propio Iglesias tendió la mano para ser derrotado. Reclamó esa batalla a través de unas primarias como la justa transacción para “entenderse con Sumar”, aunque todo el mundo sabe que en el fondo Podemos siempre militó en el cuanto peor, mejor: la derecha en el poder sería de nuevo el trampolín con el que sueña Iglesias. Díaz no entendió que todo aquel que pretende fundar un nuevo régimen debe mancharse las manos, matar al padre, como el Pedro Sánchez de 2017 o el Felipe González de 1979. Y después llenar “la voluntad de cambio” con un “nosotros” donde las divisiones sean políticas, no interpersonales. Alguien dijo que la mejor forma de hacer estallar a las izquierdas —en este país con una larga tradición de asesinatos en el comité central— es tratar de unirlas. Pero unir no es agrupar, y hace tiempo que las cuestiones personales ocupan demasiado el centro de la escena.