Ir al contenido

Los drones rusos acaban con una de las voces de la catástrofe de Chernóbil

Natalia Jodemchuk, viuda del primer fallecido del desastre nuclear de 1986, murió por el impacto de un Shahed en su apartamento en Kiev

Valeri Jodemchuk se evaporó, literalmente, el 26 de abril de 1986 cuando explotó el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil. Valeri estaba en la sala de las bombas de circulación de agua del reactor. Nunca se encontró su cuerpo, pero quedó registrado como el primer muerto del mayor desastre nuclear de la historia. Casi cuatro décadas después, su viuda, Natalia Jodemchuk, falleció el sábado pasado, a los 73 años, en un hospital de Kiev: la noche antes, un dron bomba rus...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Valeri Jodemchuk se evaporó, literalmente, el 26 de abril de 1986 cuando explotó el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil. Valeri estaba en la sala de las bombas de circulación de agua del reactor. Nunca se encontró su cuerpo, pero quedó registrado como el primer muerto del mayor desastre nuclear de la historia. Casi cuatro décadas después, su viuda, Natalia Jodemchuk, falleció el sábado pasado, a los 73 años, en un hospital de Kiev: la noche antes, un dron bomba ruso impactó en su apartamento mientras dormía.

El incendio ha dejado una mancha negra en la séptima planta del edificio, alrededor de lo que era la vivienda de Jodemchuk. Es un bloque de viviendas de 20 pisos, una mole que se levanta en los límites urbanos de Kiev. Allí fueron reubicadas parte de las familias que fueron desplazadas de Prípiat, municipio vecino a Chernóbil. Prípiat es hoy una ciudad fantasma, congelada en el tiempo, famosa por ser lugar de peregrinaje del turismo de la catástrofe.

Jodemchuk fue desplazada de Prípiat a Kiev, algo más de 100 kilómetros al sur de la central nuclear, casi con lo puesto, con los pocos enseres que el ejército soviético les permitió empaquetar antes de irse de su hogar para siempre. El viaje lo hizo junto a otras familias de empleados de la central atómica, como el suegro de Marina Voloshina. “Natalia era un icono, la conocíamos todos, pero mi suegro también era recordado como un héroe, salvó a compañeros de la planta”, explica Voloshina haciendo una pausa en el bar que regenta en el vecindario. Este hombre, que falleció en 2024, fue uno de los primeros “liquidadores”, empleados de la central que en los compases posteriores al desastre evitaron nuevas explosiones. Uno de los liquidadores más conocidos, Oleksi Ananenko, también residió en el edificio de Jodemchuk.

Tanto Ananenko como Vitali Jodemchuk son figuras que aparecen en la aclamada teleserie Chernóbil, emitida por HBO en 2019.

El edificio bombardeado forma parte de un barrio que se levantó en poco más de un año para albergar a los evacuados de Chernóbil. El bloque es uno de los escenarios del célebre documental La campana de Chernóbil, de 1987. Este filme del director Rollan Sergienko provocó una sacudida en la Unión Soviética. Tanto la catástrofe nuclear como el final de la invasión de Afganistán fueron crisis que aceleraron la desintegración de la URSS.

Voloshina vive en la sexta planta del edificio y su rostro todavía muestra la angustia de lo sucedido el 14 de noviembre. Aquella madrugada, Rusia disparó más de 400 drones bomba Shahed contra la capital ucrania. Se registraron 14 impactos en edificios civiles. Uno de estos Shahed fue el que mató a Jodemchuk, la séptima víctima mortal de aquel bombardeo.

Voloshina cree que el objetivo del dron era una subestación eléctrica próxima al barrio. Rusia está llevando a cabo una campaña de destrucción del sistema energético ucranio que está provocando en las grandes ciudades del país cortes de luz de hasta 14 horas al día. Para ella, el peor recuerdo de esa madrugada fue ver a una de sus vecinas, amiga suya, saliendo de su domicilio con la mitad del cuerpo quemado. “Salvó a sus dos hijos forzando la puerta del piso entre las llamas”, dice Voloshina, conteniendo las lágrimas. “Estaba sola porque justo el día antes, su marido fue enviado al ejército”. Esta vecina es una de las 36 personas que resultaron heridas en el bombardeo ruso.

Natalia Jodemchuk era conocida en Ucrania por su activismo para recordar a las víctimas del desastre nuclear, según destacó en un comunicado la Agencia Estatal para la Zona de Exclusión de Chernóbil. El presidente, Volodímir Zelenski, también le dedicó un mensaje en sus redes sociales: “Casi cuatro décadas después, Natalia murió por una nueva tragedia provocada por el Kremlin. Ucranios que sobrevivieron a Chernóbil, que ayudaron a reconstruir el país tras el desastre, vuelven a padecer el peligro y el terror de un Estado agresor”.

Jodemchuk tenía el mismo perfil que otras mujeres que entrevistó la Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich en su aclamado Voces de Chernóbil. En este libro también se recogen testimonios de niños a los que la catástrofe cambió la vida por completo: “Yo era pequeño, tenía ocho años”, decía uno de ellos, “tenía miedo de correr descalzo por la hierba. Mi mamá me asustaba diciéndome que me iba a morir. Tenía miedo de bañarme, de zambullirme en el agua… Miedo de todo. Arrancar las avellanas en el bosque. Coger con las manos un escarabajo, porque el escarabajo anda por la tierra, y el suelo estaba contaminado. Las hormigas, las mariposas, los moscardones, todo estaba contaminado”.

Este niño podría haber sido Oleksandr Shinkaruk. Cuando explotó el reactor de Chernóbil, él también tenía ocho años y vivía en Prípiat. Hoy lo hace en la misma planta y en el mismo edificio en el que murió Natalia Jodemchuk. Él sobrevivió, cuenta con las manos todavía temblando por el trauma, 24 horas después del incidente, porque su apartamento da al lado opuesto del impacto del dron. Shinkaruk y un amigo descargan material de reparación que transportan en una furgoneta. El 14 de noviembre, dice con una sonrisa nerviosa, cumplió 48 años.

¿También temblaba por los nervios cuando sucedió la catástrofe atómica? “No lo puedo comparar”, afirma Shinkaruk, “aquella noche vimos como un fogonazo de luz en el cielo, pero nada más. Y al día siguiente fuimos al colegio. Nos dieron unas pastillas de yodo y hasta tuvimos dos horas de clase. Pero ya luego nos dijeron que nos teníamos que ir a casa”. “Lo de ahora me ha afectado mucho más”, admite, “sobre todo el zumbido del Shahed, oyes cómo se va acercando, te sientes impotente, no sabes a quién dará”.

Sobre la firma

Más información

Archivado En