La difícil reconstrucción del Bataclan: “No volver es permitir que triunfe el miedo”
La histórica sala, donde murieron 90 de las 130 víctimas del peor atentado en la historia de Francia, ha logrado salir adelante a pesar del trauma, las dificultades económicas y el cambio de propietarios
Son las seis de la tarde, queda una hora para que empiece el concierto de Orbit Culture, un grupo sueco de death metal, y la cola en la sala Bataclan da casi la vuelta a la manzana. Hay grupos de amigos, gente sola e incluso un par de parejas con niños. Diez años después de los mayores ataques terroristas que ha vivido Francia, que dejaron ...
Son las seis de la tarde, queda una hora para que empiece el concierto de Orbit Culture, un grupo sueco de death metal, y la cola en la sala Bataclan da casi la vuelta a la manzana. Hay grupos de amigos, gente sola e incluso un par de parejas con niños. Diez años después de los mayores ataques terroristas que ha vivido Francia, que dejaron 130 muertos, 90 de ellos en el interior de la sala, en la fila del Bataclan ya no hay miedo. Como explica Theo, que es asiduo y ha seguido acudiendo a conciertos a pesar del trauma tras los atentados: “No haber vuelto es permitir que triunfe el miedo y ganen ellos”.
La histórica sala Bataclan se ha convertido en un símbolo de la resistencia frente al horror. El horror que París vivió aquel viernes 13 de noviembre de 2015. Poco después de que empezase el concierto del grupo Eagles of Death Metal, tres yihadistas irrumpieron en la sala y tomaron como rehenes a los 1.500 asistentes. Ejecutaron a 90 personas en el asalto, que duró tres horas.
La sala permaneció cerrada un año, durante el cual se hicieron trabajos de renovación, se cambió el suelo, los asientos y se pintó de nuevo. El 13 de septiembre de 2016 reabrió con un concierto de Sting. Después, otros artistas como Pete Doherty o Marianne Faithfull pasaron por la sala para impulsarla y atraer de nuevo a un público aún temeroso.
La reconstrucción no ha sido fácil, el Bataclan ha atravesado problemas económicos y le costó volver a la actividad: como era deficitaria, en 2018 los antiguos propietarios, Jules Frutos y Olivier Poubelle, decidieron vender su parte al Grupo Lagardère. Algunos plantearon que se hiciera un mausoleo y se cerrara como sala de conciertos. A esto se añade la crisis de la covid, que obligó a clausurar de nuevo la sala.
Se inauguró en 1865, entonces bautizada como Ba-Ta-Clan, cambió de propietario varias veces y estuvo al borde de la quiebra. Joël Laloux, su dueño entre 1976 y 2015, la vendió pocos meses antes de los ataques terroristas. En 2021 la sala volvió a cambiar de manos y el Ayuntamiento de París la compró al Grupo Lagardère por 1,4 millones de euros. “Además de la carga simbólica que tiene el espacio para París, tras los atentados, nos interesa desde el punto de vista industrial y cultural”, justificó entonces Emmanuel Gregoire, adjunto a la alcaldesa, Anne Hidalgo.
Las heridas abiertas tras los atentados han reconfigurado la manzana, donde han cambiado varios comercios. El café Bataclan, justo al lado, hoy tiene otro nombre. En la esquina, una floristería reemplaza a la tienda de tatuajes que había entonces y en el callejón donde algunos de los rehenes lograron escapar colgándose de la cornisa había una escuela, que cerró: “Imagino que no querían quedarse aquí”, explica Alain, que trabaja en la productora que ahora ocupa ese espacio.
Aquel 13 de noviembre, en una cadena de ataques sincronizados que empezó a las 21.20 del viernes y se prolongó hasta la madrugada, tres comandos de nueve hombres asaltaron, además de la sala de conciertos, las terrazas de varios bares y restaurantes de los distritos 10 y 11 de París. En estos últimos murieron 39 personas.
En Le Carrillon falleció una decena, mientras tomaban algo en la terraza. Hassan cuenta que cuando el bar volvió a abrir, dos meses después, “pensaba que nadie iba a querer sentarse en las terrazas, así que fue muy emotivo ver cómo la gente volvía y se instalaba fuera, sin miedo. Incluso dimos un concierto, en homenaje, fue algo muy especial”, explica este camarero, el único que sigue trabajando en este local, pues el resto se fueron yendo.
Él salió de Le Carrillon aquella noche a las nueve en punto. Había acabado su turno, se despidió de los clientes e intercambió palabras con los compañeros que le daban el relevo. Se fue hacia su casa y cuando llevaba 19 minutos exactos (se acuerda de la hora precisa) le llamó su mujer con un ataque de nervios. Acababa de escuchar que varios hombres habían tiroteado terrazas en Le Carrillon y Le Petit Cambogde, el bar justo enfrente.
“Aquí murieron 13 personas, un 13 de noviembre y volvimos a abrir un 13 de enero. El bar abrió en 1913”, explica este francoargelino detrás de la barra. Lleva 20 años trabajando en este local. Se le ensombrece el rostro, porque ya entonces era uno de los camareros más veteranos y conocía a muchas víctimas y sus familias. “Una cosa es poder hablar de ello y otra bien distinta haberlo vivido”, dice.
Algunos de estos locales se han hecho un lavado de cara, como Le Petit Cambodge, justo enfrente. Las terrazas hoy están llenas de gente y también de vallas, provistas para los actos de homenaje que tendrán lugar este jueves en cada uno de los lugares de la masacre. Desde hace días acude gente a la Plaza de la República para depositar flores, velas y notas recordando a los fallecidos aquella noche que marcó París para siempre. Entre los que más se leen está: “Même pas peur” (sin miedo) o “Je suis Paris” (yo soy París).
La sala Bataclan celebra este año su 160º aniversario. Junto a la puerta hay una discreta placa que recuerda que la sala resiste pese a todo, pero no olvida a las víctimas. Anne, en la fila para entrar a ver a los Orbit Culture, cuenta que algunos amigos suyos murieron aquella noche. Ella ha vuelto. Como Theo, que resume: “Hoy, con esta sala llena, París demuestra que no cede al terror, que ganamos nosotros”.