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Gazatíes sin salida ante el asedio israelí y el olvido general

Cada vez más personas desean abandonar la Franja, pero hacerlo es prácticamente imposible

El primer ministro de Israel habló la semana pasada sobre los derechos fundamentales del pueblo palestino. En una entrevista con el medio israelí Abu Ali Express, Benjamín Netanyahu, que desde 2024 es un fugitivo de la justicia internacional por supuestos crímenes contra la humanidad perpetrados durante la act...

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El primer ministro de Israel habló la semana pasada sobre los derechos fundamentales del pueblo palestino. En una entrevista con el medio israelí Abu Ali Express, Benjamín Netanyahu, que desde 2024 es un fugitivo de la justicia internacional por supuestos crímenes contra la humanidad perpetrados durante la actual ofensiva en Gaza, expresó su voluntad de abrir el paso fronterizo que separa la Franja del territorio egipcio para permitir el avance de los palestinos hacia Egipto. Cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores egipcio señaló que así se incurriría en una “violación flagrante del derecho humanitario internacional” por suponer una “limpieza étnica”, Netanyahu lo acusó de querer encarcelar a los gazatíes en una zona de guerra, y defendió el derecho de cada persona a “escoger con libertad su lugar de residencia”.

Ese derecho a la libre elección de residencia que el mandatario contempla para los palestinos no existe en Ciudad de Gaza, donde las bombas israelíes han expulsado en pocos días a un cuarto de millón de personas a las que se les exige que huyan hacia el sur, cerca de la frontera con Egipto. Este sábado, los portavoces militares reclamaron de nuevo a los cientos de miles de personas que permanecen en la zona que se fueran, mientras seguían bombardeando bloques residenciales de más de 10 pisos de altura.

Tampoco existe ese derecho en el conjunto de la Franja, donde las tropas israelíes han destruido metódicamente más de tres cuartas partes del parque de viviendas, que albergaba a más de dos millones de personas, durante la lucha contra una milicia de unas pocas decenas de miles de combatientes.

Ese derecho, en opinión del Gobierno israelí, sí que podría encontrarse en Sudán del Sur, Libia, Uganda o Somalilandia, donde los líderes israelíes tratan de convencer a las autoridades locales para que reciban grandes cantidades de gazatíes en un proyecto que describen como una “migración voluntaria”. Hace meses que la idea existe en Israel. Ahora, algunas de las principales cadenas de televisión israelíes han indicado que es posible que la operación comience a implementarse en octubre, después de recibir un nuevo impulso la semana entrante con la visita a Israel de Marco Rubio, secretario de Estado de EE UU.

Se desconoce qué implicación tiene la Casa Blanca en esa logística en particular, pero varios altos funcionarios —que son también magnates inmobiliarios, como el presidente, Donald Trump, o su yerno Jared Kushner— han expresado sin pudor su deseo de ver a los palestinos desaparecer de la Franja para aprovechar el potencial de la soleada orilla mediterránea.

Más de 100.000 refugiados

Durante los 23 meses de ofensiva israelí sobre el enclave, solo quienes tienen un pasaporte distinto al palestino o un familiar de primer grado en el territorio al que viajan han podido escapar de los incesantes bombardeos. También han sido evacuados quienes han recibido un permiso médico para ser tratados como heridos o enfermos, que tienen derecho a viajar con algún acompañante. Antes de que Israel tomara el control de ese paso fronterizo, también ha habido salidas irregulares en las que se podía abandonar la Franja si se compraba la voluntad de una empresa egipcia presente en Rafah, que abría la puerta a cambio de más de 4.000 euros por persona.

Aunque la situación sobre el terreno dificulta el seguimiento de los datos, más de 100.000 personas han partido de la Franja desde octubre de 2023, según la Oficina Central Palestina de Estadísticas. Esto representa aproximadamente el 5% de la población del enclave antes del inicio de la guerra. Y significa que los bombardeos, el hambre, la intemperie y la falta de atención médica todavía afecta a la mayoría de los dos millones de gazatíes que permanecen en el interior del enclave. La mayoría de ellos no cumplen los requisitos impuestos por Israel para una evacuación temporal con opción de retorno, aunque la desearan realmente.

Ayman Lubbad, de 35 años, es de los que ha llegado a la conclusión de que abandonar su tierra es la mejor opción. Esa decisión se cimenta sobre el dolor físico de la tortura que ha sufrido y sobre el dolor emocional de haber traído al mundo a sus tres hijos pequeños, uno de ellos nacido con la guerra empezada, que memorizan las palabras “artillería”, “detención” o “desplazamiento” sin poder comer “fruta, carne ni ningún alimento saludable”, atender el colegio, ni ver “nada hermoso”.

Lubbad, que trabaja como investigador en el Centro Palestino de Derechos Humanos (PCHR, por sus siglas en inglés), salió de su casa en Ciudad de Gaza la mañana del 7 de octubre de 2023, cuando la región daba un vuelco debido a las matanzas perpetradas por Hamás en el sur de Israel, y no regresó a ella hasta casi un año y medio después. Primero se dirigió a Beit Lahia, un municipio en el extremo norte del enclave donde el PCHR tiene unas oficinas. Aunque Israel ordenó el 13 de octubre que los gazatíes evacuaran del norte de la Franja hacia el sur, tal y como lo hace estos días, Lubbad se quedó en el apartamento que su padre tiene en Beit Lahia para cumplir con su tarea humanitaria.

Aquello le costó la detención. El 7 de diciembre de 2023, las tropas israelíes exigieron mediante altavoces que todos los hombres salieran de los edificios. Les ordenaron que se quedaran en calzoncillos y los pusieron en el suelo de rodillas con las manos en la cabeza. Los uniformados israelíes prendieron fuego a las casas de cuatro familias distintas ante los ojos de los detenidos, a algunos de los cuales los obligaron a ponerse a bailar, según Lubbad.

Desde allí los desplazaron amontonados a bordo de un camión militar, aún semidesnudos, de manera humillante. Primero, a la playa de Beit Lahia, donde semanas atrás la población gazatí se reunía para tomar un sorbo o para asistir a la caída del sol. Luego, a Sde Teiman, uno de los campos de detención, con torturas demostradas, que Israel ha establecido en su territorio desde el inicio de la guerra para lidiar con los detenidos en Gaza.

Cuando lo liberaron, el 14 de diciembre, lo soltaron en Rafah, al sur del enclave, que por entonces ya estaba separado del norte de la Franja. Estuvo lejos de su familia durante un año y 49 días. Cuando logró unirse a ellos, su tercer hijo, que tenía 37 días de edad cuando detuvieron a Lubbad, no lo reconocía. Su hermano menor de 25 años, Husein, había muerto por la caída de un misil en un edificio cercano.

Una contradicción que duele

En Rafah, cerca del exilio involuntario de Lubbad, Lara Eljmala tomó la decisión de abandonar la Franja. Esta gazatí de 29 años, farmacéutica y traductora médica de profesión, había huido de su Ciudad de Gaza natal hasta ese municipio siguiendo las órdenes israelíes, que habían ido concentrando la población en el rincón meridional del enclave. Allí, cuando se vieron lejos de su casa e Israel empezó a amenazar con invadir Rafah —un movimiento que organizaciones de derechos humanos anticiparon con acierto que causaría una catástrofe humanitaria—, la familia Eljmala consideró que pagar para cruzar el cercano paso de Rafah era la mejor opción. Pero la invasión y el cierre del cruce lo hicieron imposible.

“Amar tu tierra y sentir que tienes que abandonarla es una contradicción que duele”, reconoce Eljmala en mensajes de voz. “Pero al final, quieres sobrevivir”. Se comunica desde su residencia en Ciudad de Gaza, donde pudo regresar durante la tregua en enero tras ser desplazada en siete ocasiones. “Israel nos expulsa de un lado al otro como si fuera un juego para ellos”, protesta la joven, “vivíamos inmersos en el miedo y el agotamiento”. Comenta sobre aquel regreso a pie, de 27 kilómetros de duración y cargando lo poco que retenían: “Fue algo tan bello que no lo olvidaré en mi vida”.

Eljmala, que en diciembre inició un proyecto que presta atención a niños huérfanos, indica que existen maneras de escapar del enclave. “Hay gente que falsifica documentos médicos para una persona y tres acompañantes a cambio de 40.000 dólares [34.000 euros]”, escribe en un mensaje. “Pero nunca lo haría. No quiero ocupar el espacio de alguien que esté lesionado. Muchos han muerto mientras esperan”.

Ninguno de los dos gazatíes ha encontrado la manera de salir de Gaza. A Eljmala y a los suyos les condena no tener un parentesco de primer grado con nadie en el exterior. Tener una hermana con ciudadanía egipcia y en Egipto no le sirvió para avanzar por esa vía, y tener a un tío paterno con ciudadanía española que reside en Madrid, tampoco les ha servido ni a su padre ni a ella. Ahora, Eljmala trata de establecer contacto con personas en España que puedan presentar una petición ante el Ministerio de Asuntos Exteriores para presionar a favor de su evacuación, tal y como le consta que ha ocurrido en ocasiones anteriores con personas que tienen parentescos de segundo grado.

El caso de Lubbad es parecido. Hace dos semanas ha tenido que abandonar su casa en Ciudad de Gaza, ha escrito a distintas embajadas sin éxito, incluyendo la suiza, que le llegó a responder. Los países europeos, señala, “han recibido centenares de miles de personas que huyen de la guerra en Ucrania o en Siria”, pero en Gaza, lamenta, “la evacuación se limita a mujeres y a niños enfermos o heridos”. “¿Deberían diagnosticar cáncer o amputarles las piernas a nuestros niños para que tengamos la oportunidad de evacuarlos de esta guerra demencial?”, se pregunta indignado.

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