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“¿Dónde demonios están los demócratas?”: la guerra civil en el partido lastra la oposición a Trump

La formación, que esta semana se reunió en un congreso de ideas y ha escenificado su división en el Capitolio, tiene dificultades por dar con un mensaje común y por trasladarlo a sus frustrados votantes

El líder de la minoría en el Congreso, Hakeem Jeffries, este viernes, antes de su conferencia de prensa sobre el cierre del Gobierno.Annabelle Gordon (REUTERS)

Todos los años por estas fechas, los demócratas de la Cámara de Representantes aprovechan un receso parlamentario para citarse en un conciliábulo que llaman Issues Conference. Se celebra en un hotel de convenciones de esos con moqueta oscura y salas de reuniones sin ventanas y es una especie de retiro espiritual en el que el grupo, ciertamente heterogéneo, aparca los trajes y las corbatas para comer, beber y debatir, entre ellos y ayudados por expertos de distintos campos, los “asuntos” clave en el ...

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Todos los años por estas fechas, los demócratas de la Cámara de Representantes aprovechan un receso parlamentario para citarse en un conciliábulo que llaman Issues Conference. Se celebra en un hotel de convenciones de esos con moqueta oscura y salas de reuniones sin ventanas y es una especie de retiro espiritual en el que el grupo, ciertamente heterogéneo, aparca los trajes y las corbatas para comer, beber y debatir, entre ellos y ayudados por expertos de distintos campos, los “asuntos” clave en el presente y el futuro de la formación.

La última se celebró entre el miércoles y el viernes en Leesburg, un pueblo de Virginia con un pintoresco centro histórico a una hora de Washington. Y solo hubo un “asunto” posible: cómo levantarse de la lona tras la humillante derrota electoral de noviembre y hacer frente a la agenda de Donald Trump con las manos atadas, dado que el partido perdió en las urnas el control de dos de las tres ramas del Gobierno —el ejecutivo y el legislativo— y lleva años en minoría en el Supremo (judicial).

En sus dos primeras jornadas, todo fue sobre el guion previsto. Los congresistas parecían sonreír tímidamente de nuevo, mostraban, tras un repliegue de fuerzas, disposición a la pelea contra Trump y presumían de una unidad recobrada, que probaba el hecho de que 213 de sus miembros (todos menos uno) votaran en la Cámara de Representantes para oponerse al plan temporal de Trump para financiar el Gobierno hasta el otoño. A los republicanos les bastó su magra mayoría para sacar adelante la norma y mandarla al Senado antes del viernes, cuando expiraba el plazo para alcanzar un acuerdo y evitar el cierre de la Administración.

En conferencias de prensa, entrevistas y charlas informales con EL PAÍS en Leesburg una decena de representantes confiaban en que sus correligionarios en la Cámara alta harían lo propio y que –pese tratarse de una medida impopular de graves consecuencias– forzarían la congelación parcial para oponerse a la agenda “extremista” de Trump. No contaban con Chuck Schumer. El líder demócrata en el Senado sorprendió a todos el jueves al decir que se había asegurado los siete votos que los conservadores necesitaban desesperadamente.

El veterano político lo vendió como un ejercicio de responsabilidad con el argumento de que un cierre habría posibilitado a Trump y a Elon Musk abusar “aún más” de su poder y que la maniobra de obstrucción solo habría servido para echar a otros la culpa de los fantasmas de crisis económica que sus agresivas y volátiles políticas comerciales parecen estar invocando. En Leesburg, el anuncio cayó como una bomba y Alexandria Ocasio-Cortez (Nueva York) emergió hecha una fiera de la zona vetada a la prensa para compartir con los reporteros su “profundo sentimiento de indignación y traición”. “Creo que es una bofetada enorme”, añadió.

Chuck Schumer, líder de los demócratas en el Senado, este viernes en el Capitolio. WILL OLIVER (EFE)

Al rato, llegó un comunicado del liderazgo en la Cámara de Representantes que insistía en su “firme oposición a la propuesta republicana de financiación”, que incluye, entre otros, recortes en los servicios asistenciales Medicaid y Medicare. Aunque nada escenificó la última guerra civil en el partido como ver el viernes a Hakeem Jeffries, líder de la minoría, responder “siguiente pregunta” cuando le pidieron su opinión sobre la conveniencia de un relevo de Schumer, de 74 años. Por la noche, fueron finalmente 10 los demócratas que en el Senado votaron con los republicanos.

En Leesburg, cundió la sensación que dejan las oportunidades pérdidas. El partido, maniatado en el Capitolio, tenía por primera vez capacidad de decir que no a los recortes de Trump y Musk, y dejar claro que no serán testigos mudos del desguace del sistema. El gesto también habría mandado un mensaje a sus votantes, entre los que desde noviembre la pregunta más repetida es: “¿Dónde demonios están los demócratas?”.

Según una encuesta de febrero de la Universidad de Quinnipiac solo el 21% aprueba su trabajo de oposición en el Congreso, frente al 59% que lo hacía a estas alturas de 2017, al poco de comenzar el primer mandato de Trump. Entonces tampoco controlaban ambas cámaras, pero la llegada al poder por sorpresa de la estrella de la telerrealidad provocó una reacción en el Capitolio y en las calles que esta vez se echó en falta en los primeros días y que solo han despertado los despidos masivos de funcionarios ordenados por el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), de Musk.

“Si observamos la historia de los golpes de Estado de la derecha, para detener el avance autoritario es clave que la estrategia parlamentaria se acompañe de una movilización popular”, explicó el jueves en Leesburg el congresista Jamie Raskin (Maryland), que lideró el segundo impeachment contra Trump después del asalto al Capitolio. “Nosotros solos no podremos detener esta pesadilla”. Raskin también recordó que la resistencia se ha trasladado esta vez a los tribunales, y pidió paciencia, porque “este ataque frontal a la Constitución carece de precedentes”. “En la II Guerra Mundial, Estados Unidos tardó cinco o seis años en convencerse de afrontar la amenaza del fascismo. No sé si tanta frustración está justificada después de solo cinco o seis semanas”, añadió.

El congresista Adriano Espaillat, el jueves, en el retiro demócrata en Leesburg (Virginia).Tom Williams (CQ-Roll Call, Inc via Getty Imag)

Adriano Espaillat, que representa a Harlem y otras porciones del alto Manhattan y es líder de los latinos en la Cámara, detalló después en una de las salas del resort un plan en dos fases: “identificar un mensaje que el pueblo estadounidense pueda entender, algo de lo que por desgracia no hemos sido capaces últimamente, y, una vez pulido, presentarlo estratégicamente. Un mensaje sin estrategia no sirve de nada, y viceversa”. “Nuestra marca, tal y como la definen los republicanos, es el problema”, abundó después Jennifer McClellan, la primera afroamericana que Virginia manda al Congreso. “Toca pelear por redefinirnos”.

La reunión de Leesburg sirvió al menos para, por la vía de la repetición, identificar los argumentos de esa reinvención. A saber: que a Trump no le importan las “familias trabajadoras” sino solo “la clase de los milmillonarios”; que prometió bajar la inflación el primer día y 55 días después parece estar empujando al país a una recesión a golpe de aranceles; y que la purga de funcionarios solo demuestra la crueldad de la nueva Administración. También estuvieron de acuerdo en poner en el punto de mira al dueño de las tijeras: Musk. “Es una diana fácil para nosotros”, dice Raskin del hombre más rico del mundo. “Tiene un plan para instaurar un Estado tecno-autoritario y era inevitable que en este siglo nos tuviéramos que enfrentar a algo parecido, así que y tal vez no sea mala idea que lo hagamos ahora y no les dejemos la tarea a nuestros hijos o nietos”.

La estrategia podcast

Otro de los puntos de acuerdo es que en la campaña los republicanos no solo lograron que los votantes indecisos vieran a sus adversarios como más preocupados por los asuntos de la agenda woke que en los problemas así llamados “reales”, sino que también fallaron las vías de comunicación. “Yo soy un consumidor habitual de medios tradicionales, pero mi hijo de 18 años, no, y eso es un problema”, dijo a EL PAÍS en el retiro Marc Veasey (Texas). Para encontrarse en terreno contrario con esos votantes, el congresista estrenó este lunes un podcast, del mismo modo que el gobernador de California Gavin Newsom comenzó a principios de mes el suyo, aunque Veasey no ha decidido todavía si invitará, como hace el gobernador, a voces de la derecha.

Gavin Newsom y Steve Bannon, en el podcast del primero.

El propósito de Newsom es entablar diálogos “fuera de la burbuja”. De momento, ha logrado cabrear a los suyos con sendas charlas con el ideólogo nacionalpopulista Steve Bannon y con la joven promesa ultra Charlie Kirk, que consiguió arrancarle una declaración en la que se oponía a la participación de atletas trans en deportes femeninos, uno de los frentes de la guerra cultural en los que más cómodos se sienten los conservadores de este país, porque, dijo Newsom, “simplemente no es justo” para la competición . En Leesburg, Sarah McBride, primera representante trans de la historia en la Cámara baja, lamentó que algunos de sus colegas republicanos hubiera decidido “ponerle un piso gratis” en sus “cabezas”. “Ojalá dedicaran, aunque fuera una fracción del tiempo que emplean a pensar en mí, a hacerlo en cómo reducir el precio de la vida o mejorar la Administración, en lugar de empeorarla”.

Newsom es uno de los nombres que más suena como candidato presidencial del partido en 2028, en vista de que los cabecillas en el Senado (Schumer) y la Cámara (Jeffries) tienen cada cual sus propios problemas. En el caso del primero, superar la votación de esta semana y los elogios de Trump, que celebró sus “agallas” y su “coraje”. Los del segundo se podrían resumir en uno: la dificultad de suceder en el puesto a la carismática Nancy Pelosi.

La congresista Sarah McBride, en la Issues Conference del Partido Demócrata, este jueves en Leesburg (Virginia).Tom Williams (CQ-Roll Call, Inc via Getty Imag)

Antes, están las elecciones de medio mandato, en noviembre del año que viene, en las que hay una cierta confianza en el éxito, pero no acuerdo en la mejor manera de afrontar esa cita. En un artículo publicado por The New York Times, el veterano estratega James Carville propuso la maniobra “política más audaz en la historia del partido”: “dar marcha atrás y hacernos los muertos, permitir que los republicanos se caigan por su por su propio peso”. En un encuentro a puerta cerrada en Leesburg, Carville pareció, según confió uno de los presentes, haber cambiado de idea en solo tres semanas (una eternidad en tiempo de Trump). Carville recicló el eslogan que lo hizo famoso en los tiempos de Clinton contra Bush padre (”¡Es la economía, estúpido!), porque, aseguró, “¡sigue siendo la economía estúpido!”. Se refería a la esperanza de que sean los mercados, que registraron este lunes su peor día del año entre las idas y venidas de las amenazas arancelarias, los que pongan contra las cuerdas a Trump.

Como se ve, Carville, un pragmático, encuentra estrategias para hacer frente a la nueva Administración en cualquier lugar menos en el seno de su propio partido, una formación que, como recuerda en un guiño a Walt Whitman el historiador de Georgetown Michael Kazin, autor de una biografía de la colaición liberal, ”contiene multitudes”.

Eso quedó de nuevo demostrado en Leesburg, donde la sucesión de conferencias de prensa de sus facciones (caucus, los llaman, y los hay de latinos, negros, mujeres o nuevos demócratas) recordó a esa famosa secuencia de La vida de Brian en la que el Frente Popular de Judea no quiere saber nada del Frente Judaico Popular. Aunque nada pudo compararse el espectáculo que ofrecieron después sus senadores en el Capitolio. Un show que volvió a dar por buena aquella famosa cita del cómico Will Rogers que decía: “No soy miembro de ningún partido político organizado. Soy demócrata”.

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