A Martin Luther King hoy lo llamaríamos ‘woke’

Ni Trump ni nada de lo que dice ha cambiado. Lo que ha cambiado es el mundo, con los ultras crecidos en Europa, las grandes tecnológicas instaladas en la pragmática pleitesía y las mentiras campando a sus anchas

Kamala Harris, Bill Clinton y Hillary Clinton, este lunes durante la investidura de Donald Trump, en Washington.SHAWN THEW (via REUTERS)

En la primera inauguración de Donald Trump, la de 2017, llovió, llovió en pleno discurso del presidente. Y lo sé bien, porque en el momento en el que comenzó a hablar y ya no había ocasión de hacer entrevistas en vivo a sus seguidores, saqué la libreta y empecé a tomar notas de sus palabras. Las gotas empezaron a caer sobre mis manos y sobre el papel, emborronando la tinta de lo que escribía. Por la tarde, justo antes del baile protocolario con el que termina la majestuosa jornada, dijo sin despeinarse:...

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En la primera inauguración de Donald Trump, la de 2017, llovió, llovió en pleno discurso del presidente. Y lo sé bien, porque en el momento en el que comenzó a hablar y ya no había ocasión de hacer entrevistas en vivo a sus seguidores, saqué la libreta y empecé a tomar notas de sus palabras. Las gotas empezaron a caer sobre mis manos y sobre el papel, emborronando la tinta de lo que escribía. Por la tarde, justo antes del baile protocolario con el que termina la majestuosa jornada, dijo sin despeinarse: “La lluvia no llegó, terminamos el discurso, nos fuimos dentro, entonces cayó un poco y luego volvimos a salir”.

Había llovido, palabra de honor. La gente se había puesto los chubasqueros, yo tenía aquellas páginas mías con las letras desdibujadas por el agua, todos los que estábamos allí lo habíamos visto y medio planeta había podido percibirlo por televisión. Había llovido y él lo negó sin sonrojo. Acababa de empezar la era de los “hechos alternativos”.

Los recuerdos de ese día —y de tantos días posteriores— se agolpan este lunes, 20 de enero de 2025, mientras Trump jura el cargo por segunda vez (bajo techo, dentro del Capitolio, en esta ocasión). En un momento dice que va a terminar con “el mandato de los coches eléctricos”, que a partir de ahora cada estadounidense podrá “comprarse el coche que quiera”. No existe orden alguna que obligue a comprar ningún automóvil eléctrico, mucho menos uno que no deje a los ciudadanos comprarse el vehículo que les dé la real gana. ¿Era tan importante que el presidente mintiese de forma absurda y descarada sobre la lluvia que medio planeta había contemplado? ¿Es tan grave que este lunes haya soltado el embuste de los coches eléctricos?

Todo parece una broma, una travesura. En otro momento dice que va a rebautizar el golfo de México como el “golfo de América”, Hillary Clinton agacha la cabeza y es incapaz de aguantar la risa. Qué estará pasando por la cabeza de esa mujer, que perdió ante Trump las elecciones de 2016, pese a superarlo en tres millones de votos y asiste ahora a su segunda inauguración. Cerca de ella, Elon Musk parece radiante, no debe ir muy en serio lo de los coches eléctricos si el fundador de Tesla parece en una nube. Cuando Trump asegura que la bandera de EE UU ondeará más pronto que tarde en Marte, él es quien ríe. También ha hablado de recuperar el Canal de Panamá.

Cambian los ejemplos, los símbolos, pero no el discurso, ese que pinta a EE UU como país no respetado y débil que volverá a ser grande, a donde regresará la ley y el orden, del que ya nadie más sacará provecho. Un país en el que se dejará de enseñar a los niños a odiar a su nación, como parece que ocurre ahora.

Ni Trump ni nada de lo que dice ha cambiado en esencia, lo que ha cambiado es el mundo. Los movimientos ultra se han extendido en Europa, las grandes compañías tecnológicas han pasado de la resistencia a la pragmática pleitesía, Musk se ha convertido en el dueño de X, la antigua Twitter que expulsó al ahora presidente. Y del viejo Partido Republicano de Abraham Lincoln queda poca cosa o nada. La mal llamada guerra cultural la está ganando por goleada. Y Wall Street está a sus números: con la desregulación, la rebaja de impuestos y los acuerdos de paz que se le presumen, la economía irá como un tiro.

Si el segundo mandato de Trump infunde más temor es por todo lo que ahora le rodea. No es sano normalizar que un presidente mienta a la cara del mundo, tampoco es sensato que vuelva al Gobierno después de haber incitado una rebelión civil contra la victoria del rival. Ha habido un momento en el que menciona a Martin Luther King, pero todos sabemos que a Martin Luther King hoy lo llamaríamos woke y además no murió de una gripe.

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