¿Volver a Siria? En Alemania, el país europeo con más refugiados, la respuesta es “por ahora, no”
Las llegadas en 2015 transformaron la nación más poblada de la UE. Ahora, el júbilo por la caída de El Asad se mezcla con la cautela
¿Volver o no volver? La pregunta es siempre la misma, y se la hacen miles, decenas de miles de refugiados sirios desde que el pasado fin de semana cayó Bachar el Asad después de 13 años de guerra. ¿Quedarse en Alemania o regresar a la patria perdida?
“Quizá en verano, durante las vacaciones escolares, visitaremos a la familia”, dice Bakri Kamurgi, padre de familia de 44 años, abogado de profesión en su v...
¿Volver o no volver? La pregunta es siempre la misma, y se la hacen miles, decenas de miles de refugiados sirios desde que el pasado fin de semana cayó Bachar el Asad después de 13 años de guerra. ¿Quedarse en Alemania o regresar a la patria perdida?
“Quizá en verano, durante las vacaciones escolares, visitaremos a la familia”, dice Bakri Kamurgi, padre de familia de 44 años, abogado de profesión en su vida anterior en Alepo, hoy gerente del Kreuzberger Himmel, restaurante berlinés en el que los empleados son refugiados. “Pero nosotros queremos quedarnos aquí. Para mis hijos, ya es su casa.”
¿Volver o quedarse en el país que les acogió, la nueva patria para muchos? Los 974.136 sirios de Alemania, según datos oficiales —más aún si se incluye a los de origen sirio con nacionalidad alemana— buscan la respuesta, y observan con una mezcla de euforia y cautela lo que sucede en su país. Y, mientras tanto, escuchan crecer un runrún, un mensaje en la política alemana y en algunos Gobiernos europeos: si vinieron huyendo de El Asad, ahora que el dictador ha huido a Moscú, ¿por qué no regresan?
“Con El Asad o sin El Asad”, suspira Kamurgi, “estos políticos siempre dicen lo mismo: ‘Que se vayan”. Un dirigente democristiano alemán, Jens Spahn, ha propuesto organizar vuelos chárter y ofrecer dinero a quienes vuelvan a su país. Alemania, Francia y otros países europeos han pospuesto las decisiones sobre las solicitudes de asilo presentadas por sirios, a la espera de tener más clara la situación. El canciller socialdemócrata, Olaf Scholz, ha precisado: “Quien trabaja aquí, quien está bien integrado, es bienvenido a Alemania y seguirán siéndolo. Esto es una evidencia”.
El día que cayó El Asad, miles de sirios salieron a las calles de Berlín y otras ciudades para celebrarlo. Andreas Tölke —nieto de una judía asesinada en Auschwitz, antiguo periodista que en 2015 cambió de vida para dedicarse a los refugiados y fundador del Kreuzberger Himmel— participó en la fiesta. “Algunos amigos me decían: ‘Ya estamos buscando un vuelo a Siria’. Quieren volver enseguida para quedarse, o para visitar a los parientes”, dice. “Otros, como Bakri, me dicen: ‘En verano.’ Todos, en mi círculo de amistades, quieren una democracia. Temen que no se respete a las minorías”.
“Regresaré cuando sea totalmente seguro”
Es esta mezcla de emociones lo que se desprende de la decena de conversaciones esta semana con sirios, o personas que, como Tölke con el restaurante sirio de Kreuzberg o su ONG Be an Angel, trabajan con sirios en Berlín. Ahmad, un arquitecto de 39 años sirio que prefiere no dar su apellido, cita un verso de Apollinaire para describir sus sentimientos: “¡Qué violenta es la esperanza!” ¿Volver? “Sí”, dice en un café sirio-berlinés. “Pero cuando sea totalmente seguro”.
Hay, también, una brecha generacional. “Diría que buena parte de la gente mayor querrá volver, pero muchos de los jóvenes querrán quedarse”, predice Usahma Felix Darrah, sirio-alemán de 50 años, en el despacho de la ONG que dirige, Friends of the Syrian People. “Si se mira la estructura de una familia refugiada en Alemania, vemos al padre fumando y deprimido, porque se siente inútil aquí. La madre se dice: ‘Puedo hacer muchas cosas en Alemania’. Y los jóvenes aprenden rápido el alemán. La dinámica del poder va en su favor”.
Kinan Farraj tiene 17 años y llegó con ocho a Alemania. Guarda pocos recuerdos de Siria. Trabaja en prácticas en la cocina del Kreuzberger Himmel y sueña con formarse como policía cuando acabe el instituto. Cuando se le pregunta si quiere volver a Damasco, responde: “Demasiado tarde”. Él ya es alemán: “Alemania es futuro, seguridad. Puedes expresar tu opinión. Ser lo que quieras y que te acepten”.
Ningún país en Europa acogió a tantos sirios después del éxodo de 2015. La entonces canciller, la democristiana Angela Merkel, permitió la entrada de los refugiados y así cambió el país. Alemania, marcada por el Holocausto, rescató a los que huían de otras persecuciones, y los alemanes abrieron sus casas a los recién llegados que habían recorrido una extenuante ruta por Turquía, Grecia y los Balcanes.
“Entre los sirios, Merkel está considerada casi como una santa”, dice Darrah. “¿Se imagina usted lo que habría ocurrido si hubiese quedado atrapados en los Balcanes?”, añade sin ocultar la emoción al recordarlo. Fue uno de estos “momentos estelares de la humanidad” de los que hablaba Stefan Zweig —de la “humanidad alemana”, porque en el resto de Europa pocos la imitaron—, pero pronto llegó la resaca.
La extrema derecha vio una oportunidad, “un regalo”, dijo un dirigente de Alternativa por Alemania (AfD), un partido entonces aún minoritario. En las elecciones anticipadas de febrero, según los sondeos, podría convertirse en el segundo partido en el Bundestag.
“Acontecimientos como la crisis de los refugiados de 2015 son puntos de inflexión en los que la política abandona caminos trillados y aparecen nuevos actores y conflictos”, resumen los sociólogos Steffen Mau, Thomas Lux y Linus Werstheuser en Triggerpunkte, un ambicioso tratado sobre las fracturas y conflictos de la sociedad alemana contemporánea. “Wir schaffen das”, proclamó Merkel. “Lo lograremos.” Y los alemanes lo lograron. Los sirios —la mayoría— se han integrado. Han abierto negocios, restaurantes. Estos días se cita la cifra de 6.000 médicos sirios en Alemania, que después de 2015 definitivamente asumió que era un país de inmigración. La incógnita es si, tras el fin de la dictadura de El Asad, esta década habrá sido un paréntesis o un cambio para siempre.
“Hoy Berlín es la mayor ciudad siria en Europa. Aquí hay una escena teatral, musical, artística…”, explica Darrah, hijo de un sirio y una alemana. “Al mismo tiempo”, añade, “se trasladaron problemas sirios a las calles alemanes”. ¿Cuáles? “Los clanes, por ejemplo. Hay criminales de guerra que sabemos que están en Alemania o Europa. Hay pequeños señores de guerra. Alemania no está acostumbrada a este tipo de criminalidad. No temen ir a la cárcel. Hay cárteles de drogas, tráfico de armas, prostitución, extremismo. Todo esto está contenido, pero era nuevo para este país y puso las cosas fáciles a AfD para instrumentalizarlo”.
Alice Weidel, candidata de la extrema a la cancillería, reaccionó al júbilo en las calles alemanas: “Quien celebre la ‘Siria libre’, está claro que no tiene ningún motivo para pedir el asilo e inmediatamente debería regresar a Siria.” En Austria, el canciller democristiano Karl Nehammer ha ofrecido una ayuda de 1.000 euros para quienes quieran regresar: “El país necesita a sus ciudadanos para reconstruirse”.
Los sirios entrevistados en Berlín están atentos a la campaña electoral en Alemania. Y a cómo evoluciona Siria.
“Yo esperaré a que abran el aeropuerto. Queremos volver quizá para arreglar nuestra casa que ha sido dañada”, dice Ahmad Denno, que tiene 33 años y llegó desde Alepo en 2014 después de un extenuante y arriesgado periplo en pleno invierno por el Mediterráneo y los Balcanes. Se graduó en la universidad, hoy es alemán y dirige la asociación Eed Be Eed. “Lo hablamos con mis padres, que están aquí también. ¿Debemos volver o no?”.
La pregunta, para la mayoría, está en aire. O tiene una respuesta provisional: “por ahora, no”.