Luigi Mangione, un informático brillante miembro de una próspera familia: así es el sospechoso de matar al ejecutivo de UnitedHealthcare
El detenido dejó de comunicarse con familiares y amigos hace seis meses tras sufrir dolores en la espalda
Entre la legión de admiradores —y la de haters, odiadores— que han recibido la repentina aparición en la vida pública de Luigi Mangione, acusado del asesinato del consejero delegado de UnitedHealthcare, Brian Thompson, no son pocos los que se preguntan cómo alguien con el cociente intelectual del detenido, el alumno más brillante de su instituto de Baltimore, a quien correspondió el honor de leer el discurso de la graduación en 2016, cometió el error de huir con todo el material con el que presuntamente perpetró el crimen. Pero otro desliz peor fue el tonteo que mantuvo con la empleada del hostal de Nueva York en el que pernoctó varios días antes del crimen: entre sonrisas seductoras, Mangione, de 26 años, se bajó la mascarilla que cubría su rostro ofreciendo un blanco perfecto a las cámaras de videovigilancia. La foto fija que llevó hasta él cuando muchos, tras haber huido de Nueva York sin dejar rastro, hablaban ya de un crimen perfecto.
Cuando los policías locales de Altoona (Pensilvania), a 375 kilómetros al oeste de Nueva York, llegaron este lunes al MacDonald’s donde Mangione comía absorto en la pantalla de su ordenador, la huida llegó a su fin. “No tuvimos ninguna duda, era nuestro hombre”, dijo el más joven de los agentes, un novato en el cuerpo. Pero aparte de los temblores al ser preguntado si había estado recientemente en Nueva York, fue el contenido de su mochila lo que le llevó a la cárcel: en su interior se hallaron la pistola y un silenciador, ambos impresos en 3D y, por tanto, sin registrar (lo que se conoce como armas fantasma); un cargador Glock, balas de nueve milímetros como las que se recogieron en el lugar del crimen, abundante dinero en efectivo y un pasaporte… y una nota manuscrita que parecía no ya incriminatoria, sino toda una declaración de intenciones para vengarse de las compañías que ofrecen seguros de salud.
El especialista en informática por la Universidad de Pensilvania, donde se graduó en 2020 con un máster y cofundó un club para desarrollar videojuegos, según el periódico de la universidad, el Daily Pennsylvanian, llegó a Nueva York el 24 de noviembre en un autobús de línea regular que procedía de Atlanta, aunque pudo haber subido en alguna de las paradas del recorrido. Su llegada a la ciudad es tan errática como el resto de su biografía en los últimos tiempos: natural de Maryland, donde nació en el seno de una influyente familia, su último domicilio conocido está en Honolulu (Hawái) y su familia no tenía noticias suyas desde hacía seis meses, cuando empezó a sufrir dolores en la espalda. La imagen de una radiografía de su supuesta columna, atravesada de clavos, aparecía en su perfil de X (antes Twitter) —que de 60 seguidores en la mañana del lunes pasó a tener 100.000 a mediodía, antes de ser cerrada— como una prueba delatora de la animadversión que Mangione sentía hacía las aseguradoras.
El mensaje manuscrito, de tres páginas, que se encontró en su mochila abunda en motivos, explicaciones y disculpas, todo a la vez. “A los federales [los agentes del FBI], seré breve, porque respeto lo que hacen por nuestro país. Para ahorrarles una larga investigación, afirmo claramente que no actué con nadie”, decía el documento. “Pido disculpas por cualquier conflicto o trauma, pero había que hacerlo. Francamente, estos parásitos se lo merecían”. El parásito en cuestión, Brian Thompson, de 50 años, padre de dos hijos, vio truncada su vida, y la de su familia, por el solo hecho de dirigir desde 2021 la división de seguros de salud de United Health Group, un gigante del sector que ofrece cobertura a 50 millones de estadounidenses y, según la clasificación de Fortune 500, es la cuarta empresa más valiosa del país. La comprensión, cuando no el alborozo, con que miles de estadounidenses recibieron su muerte, es una señal de la envenenada y desigual relación existente entre los asegurados y los millonarios intereses corporativos.
Su familia, enriquecida gracias a los negocios del fundador de la saga, un siciliano que llegó a EE UU con una mano delante y otra detrás, es propietaria de un club de campo en Maryland, y uno de sus numerosos primos es Nino Mangione, un legislador republicano que representa a un distrito de Baltimore en la Cámara de Delegados. Sus abuelos, Nick y Mary C. Mangione, compraron el club en los setenta y desarrollaron en él un campo de golf. En la década de 1980, la familia compró otro club de campo en Hunt Valley y fundó la cadena de residencias de ancianos Lorien Health Services, de la que el padre del sospechoso, Louis Mangione, pasó a ser propietario. La familia también era dueña de la emisora de radio WCBM, que emite programas conservadores, y tiene otras propiedades inmobiliarias.
Mangione dejó de comunicarse con amigos y familiares hace seis meses, según The New York Times. Durante ese periodo borroso, Mangione vivió en Honolulu en un espacio de convivencia destinado a trabajadores remotos llamado Surfbreak. Quienes lo trataron en 2022 aseguran que era de buen conformar, pero sufría dolores de espalda a causa de una columna vertebral desviada y una vértebra que le pinchaba algún nervio, lo que condicionaba su vida cotidiana. Finalmente, decidió operarse, y a partir de ese momento comenzaron a escasear los mensajes.
De ese hiato, profesional, sentimental, casi biográfico, quedaron apartados sus amigos, que este lunes no tenían palabras para expresar la estupefacción de que alguien como Mangione, cortés, amable, exitoso —en los estudios y con las chicas, como las miles de admiradoras que le han salido en internet incluso cuando solo era un sospechoso sin nombre—, haya podido cometer este crimen. Aaron Cranston, un amigo del colegio citado por el Times, le describe como el más inteligente de la clase y recuerda que antes de la universidad había creado una aplicación móvil donde los usuarios podían volar un avión de papel a través de obstáculos. Cranston lo retrata como una persona sociable, amistosa y no especialmente interesada en la política. “Creía firmemente en el poder de la tecnología para cambiar el mundo”, dice.
Sus cuentas en las redes sociales indicaban su interés por la superación personal, la alimentación sana y la crítica de la tecnología contemporánea. En el sitio web de reseñas de libros Goodreads, escribió una de cuatro estrellas —el máximo son cinco— para La sociedad industrial y su futuro, un opúsculo más conocido como el manifiesto Unabomber, de Theodore Kaczynski. “Fue un individuo violento, encarcelado con razón, que mutiló a personas inocentes”, escribió Mangione sobre el terrorista solitario que durante 20 años, hasta su detención en 1996, sembró EE UU de bombas que mataron a tres personas. “Aunque estas acciones tienden a ser calificadas como las de un loco ludita [alguien opuesto al uso de la tecnología], sin embargo, han de verse más exactamente como las de un revolucionario político extremo”.
Mangione era un lector voraz, que en Goodreads listó los casi 300 libros que había leído o quería leer, aunque su lectura probablemente le aprovechara poco, o más bien se le indigestara. Como Unabomber, que tuvo en jaque a las fuerzas del orden durante dos décadas, Mangione ha sido saludado por los internautas como un justiciero libertario, pero su libertarismo —que en EE UU se alinea con frecuencia a la derecha— tenía más de patología que de doctrina. No de otra manera se explica el inquietante vídeo que en la tarde del lunes publicó un canal de YouTube con su nombre y su foto, y titulado La verdad: en una pantalla en blanco, con un reloj cuyo minutero avanza hacia atrás, se oye: “Si ves esto, ya estoy detenido. Todo está previsto, ten paciencia. Adiós por ahora”.
Ese fundido a negro, o a blanco en el caso de la pantalla del vídeo —cuya veracidad, como la de la imagen de la columna vertebral llena de clavos, no ha podido ser confirmada—, retrata un mutis incongruente con su epifanía como personaje público. “Nadie sabe nada de ti desde hace meses, y parece que tu familia te está buscando”, publicó un usuario en X en octubre, etiquetando una cuenta de Mangione. “No sé si estás bien”, publicó otro. Hasta que un gesto ingenuo, como retirarse la mascarilla que cubría su cara para coquetear con la empleada del hostal en Nueva York, consagró su imagen no ya de héroe popular, capaz según sus admiradores de cobrarse la justicia por su mano contra los abusos corporativos, sino para su propia ficha policial.