Macron medita nombrar a un primer ministro técnico para romper el bloqueo político

El presidente de Francia se reúne con los exmandatarios Sarkozy y Hollande, representantes de las dos fuerzas tradicionales mayoritarias, para buscar una salida a la parálisis

Emmanuel Macron, el pasado viernes en el palacio del Elíseo.Sarah Meyssonnier (REUTERS)

Francia se encuentra al borde de una crisis de nervios desde que el presidente Emmanuel Macron decidió disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones legislativas el pasado 9 de junio. El resultado obtenido, pese a frenar lo que parecía una victoria descontada de la ultraderecha, dibujó un panorama político fragmentado de complicada resolución sin recurrir a amplias coaliciones. El país e...

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Francia se encuentra al borde de una crisis de nervios desde que el presidente Emmanuel Macron decidió disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones legislativas el pasado 9 de junio. El resultado obtenido, pese a frenar lo que parecía una victoria descontada de la ultraderecha, dibujó un panorama político fragmentado de complicada resolución sin recurrir a amplias coaliciones. El país entró de golpe en un escenario inédito, una suerte de italianización de su Parlamento, pero sin la habilidad italiana para llegar a acuerdos. Y desde entonces, después de que el hemiciclo quedase dividido en tres bloques, ninguno con mayoría, Macron, fiel a su apodo del Maestro de los relojes y con la complicidad de unos Juegos Olímpicos en agosto, se ha dedicado a jugar con el tiempo y la paciencia de sus oponentes. Casi agotadas las vías políticas, este lunes al mediodía surgió la posibilidad de resolver el extenuante bloqueo con un primer ministro de perfil técnico: Thierry Beaudet, presidente del Consejo Económico, Social y Medioambiental (CESE).

La jornada parecía decisiva el lunes por la mañana para encarar el nombramiento de un nuevo primer ministro esta semana. Macron convocó al palacio del Elíseo a dos posibles candidatos, uno de centroizquierda y el otro de centroderecha: el ex primer ministro socialista Bernard Cazeneuve y el presidente conservador de la región Alta Francia, Xavier Bertrand. Acudieron, además, alternados con sus respectivos valedores, nada menos que Nicolas Sarkozy —a quien Macron ha consultado en las últimas semanas— y François Hollande, los dos expresidentes de la República vivos que otorgaban la solemnidad necesaria —y un indisimulado aroma a vieja política— a una situación que mantiene paralizada la política francesa desde hace dos meses y medio. El Ejecutivo, desde entonces, se encuentra en funciones y ya ha superado el récord de 38 días alcanzado en 1953.

La opinión pública francesa empieza a hartarse del suspense y de los giros de guion. El país necesita un Gobierno para afrontar la aprobación de los presupuestos y desencallar leyes que esperan desde hace meses una resolución. Pero Macron continúa diseñando un escenario político en el que el nuevo primer ministro no sea, a la primera de cambio, víctima de una moción de censura, principal preocupación ahora del jefe de Estado.

En Francia no hay votación de investidura al jefe del Ejecutivo. La Constitución, en su artículo 8, establece que el presidente debe nombrar a un primer ministro y proteger a su Gobierno ante cualquier posible moción de censura. Y el Elíseo, según las informaciones que fueron filtrándose durante el fin de semana, consideraba que Cazeneuve era la única personalidad para evitar una “mayoría en contra” y garantizar cierta estabilidad. Macron ha insistido en varias ocasiones en que busca una “mayoría sólida”, es decir, estable, y “necesariamente plural”, adscrita a principios como la defensa de la Unión Europea. Y hasta el domingo, el ex primer ministro socialista —durante la legislatura de François Hollande, en la que también fue ministro del Interior y de Presupuestos— parecía la única persona capaz de lograrlo. Su candidatura, sin embargo, quedó ensombrecida tras los violentos vetos del secretario del Partido Socialista (PS), Olivier Faure. “No sé en nombre de qué Bernard Cazeneuve hablará al presidente”, señaló mientras advertía de su fragilidad: “Censuraremos toda forma de continuidad con el macronismo”. Fue entonces cuando surgió el nombre de Beaudet.

Portazo a los partidos

La opción de Beaudet representaría, en parte, un portazo a los partidos. Macron considera que nadie ganó ni perdió las elecciones legislativas y que los grupos políticos no han podido formar una coalición desde entonces. La responsabilidad, vendría a decir esta decisión, es de las formaciones, incapaces de agruparse en torno a una mayoría. El presidente del CESE, la tercera Cámara citada en la Constitución, después de la Asamblea Nacional y el Senado, tiene 62 años y fue presidente de la Federación Nacional de Mutualidades Francesas. Profesor de formación, cercano a la izquierda, arremetió en junio en La Tribune contra una posible llegada del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen al poder. El periódico Le Monde, apuntalando esta teoría, publicó este lunes que el palacio del Elíseo habría ya incluso encontrado un jefe de gabinete para el futuro primer ministro: Bertrand Gaume, de 49 años y prefecto de la región del Norte y Altos de Francia.

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El consenso que genera Beaudet es, a priori, bastante alto. Al menos en los sectores progresistas. Laurent Berger, ex secretario general del sindicato moderado CFDT, dice de él que es un humanista capaz de crear consensos. Raymond Soubie, ex consejero social de Nicolas Sarkozy, aseguraba de él cuando fue nombrado presidente del Consejo Económico, Social y Medioambiental que tenía “legitimidad porque no está ni en un campo ni en otro. Es el más grande denominador común”. Se trata, en suma, de alguien sin apenas manchas políticas en su historial profesional y con gran experiencia en la interlocución con la sociedad civil y los agentes sociales.

Beaudet puede ser también el hombre que dificulte las tentaciones de una moción de censura, pero es alguien sin experiencia parlamentaria en un momento altamente inflamable y sin mayorías claras en la Asamblea Nacional. El Nuevo Frente Popular (NFP), la alianza integrada por los socialistas, los comunistas, los ecologistas y La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon, se convirtió en la primera fuerza en la Asamblea Nacional con 193 de 577 diputados, aunque quedó muy lejos de la mayoría absoluta de 289. El bloque presidencial, formado por tres partidos de centro y centroderecha, obtuvo 166; y el ultraderechista Reagrupamiento Nacional (RN), 126. Y en esa fragmentación deberá moverse el nuevo inquilino de Matignon.

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