Varios países de la UE plantean boicotear actos de la presidencia húngara como respuesta a las visitas de Orbán a Putin, Xi y Trump

Alemania acusa al líder húngaro de “causar un gran daño” a Europa con sus viajes mientras ejerce la representación semestral del Consejo de la UE

El primer ministro húngaro, Víktor Orbán, con el candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump.Zoltan Fischer HANDOUT (EFE)

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha provocado un gran enfado entre los países de la UE con sus viajes a Rusia, China, y por último, su visita a Donald Trump tras la cumbre de la OTAN concluida este jueves. Tanto que Alemania se ha manifestado con claridad este mismo viernes: “Estamos en el día 12 y ya ha causado un gran daño”, ha afirmado el portavoz del Ministerio de Exteriores alemán, en referencia al tiempo transc...

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El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha provocado un gran enfado entre los países de la UE con sus viajes a Rusia, China, y por último, su visita a Donald Trump tras la cumbre de la OTAN concluida este jueves. Tanto que Alemania se ha manifestado con claridad este mismo viernes: “Estamos en el día 12 y ya ha causado un gran daño”, ha afirmado el portavoz del Ministerio de Exteriores alemán, en referencia al tiempo transcurrido desde que Hungría asumió la presidencia de turno del Consejo de la Unión Europea, algo que le corresponde este segundo semestre de 2024.

Estas palabras ponen voz a un malestar que ha llevado ya a varios miembros a plantear un boicot a los actos que organice Budapest durante este semestre, como las reuniones informales de ministros. Se trata de rebajar el nivel de representación que envía cada Estado a la cita (por ejemplo, secretarios de Estado o embajadores en lugar de ministros) o de cancelar algunos de esos encuentros, según apuntan diversas fuentes en Bruselas. El único país que lo admite abiertamente por el momento es Suecia, que ya ha anunciado esta decisión en Washington, al cierre de la cumbre de la OTAN.

La reunión con el candidato republicano, Donald Trump, ha sido la última parada, hasta ahora, de lo que Orbán llama “misión de paz” para Ucrania. Su gira diplomática comenzó en Kiev, donde pidió al presidente del país invadido, Volodímir Zelenski, un alto el fuego. Luego el mandatario ultra, el más cercano en la UE al presidente ruso, Vladímir Putin, viajó a Pekín, y, por último, este jueves se ha visto con Trump en su residencia de Florida, en Mar-a-Lago. Orbán se presenta a sí mismo como mediador, pese a que su país carece de gran influencia en la UE, más allá de la de polemizar y vetar iniciativas. Suele dilatar, por ejemplo, la aprobación de las sanciones a Rusia y mantiene bloqueados más de 6.000 millones para reembolsar a los Estados miembros su ayuda militar a Ucrania. Su objetivo, dice, es abrir canales de comunicación con ambas partes.

A cada uno de esos viajes, la respuesta desde las instituciones de la UE, de la OTAN y de los socios de ambas organizaciones internacionales es la misma: “No tiene mandato y no actúa en nombre de la UE”. Este mismo viernes los portavoces del Gobierno alemán han recurrido a una variación de este argumentario, dando incluso un paso más: “Viaja allí como primer ministro y como primer ministro puede ir donde quiera. Y eso no tiene ninguna importancia. Lo que no es aceptable es que viaje dando la impresión de que lo hace por cuenta ajena”.

Este mensaje lo escuchó también el embajador húngaro en una reunión celebrada el pasado miércoles. Todos los Estados, menos Eslovaquia, es decir, 25 países, le reprocharon a Hungría estos viajes y respaldaron un análisis legal de los servicios jurídicos de la UE que concluye que la actitud del primer ministro viola los tratados, concretamente el artículo en que se dice que “los Estados miembros apoyarán activamente y sin reservas la política exterior y de seguridad de la Unión[...]. Se abstendrán de toda acción contraria a los intereses de la UE o que puede perjudicar su eficacia como fuerza de cohesión en las relaciones internacionales”.

Pero ese demoledor análisis jurídico no tiene mucho más recorrido si no va acompañado de una decisión política de los líderes para tomar medidas de calado contra Hungría. Por ejemplo, hace meses el Parlamento Europeo exigió al Consejo que vetara la presidencia húngara porque “se cuestiona que pueda desarrollar con total credibilidad las tareas”. La propuesta no se tomó en serio por parte del Consejo, el órgano de la UE que podía adoptar alguna medida al respecto. Ahora, en cambio, algo parece estar cambiando, aunque lo que se está planteando tiene mucho de más de simbólico que de efectivo.

Boicot

Con ese espíritu de adoptar medidas que tengan impacto, varias fuentes comunitarias, procedentes de delegaciones de Estados miembros y de la Comisión Europea, apuntan que diversos Estados miembros están planteando boicotear los eventos que organice la presidencia húngara rebajando el nivel de la representación que se envía a las reuniones informales que se organicen en Hungría. Lo habitual es que los Estados miembros manden a esos consejos informales a sus ministros en función de los asuntos a tratar (en los temas de Interior van los ministros de Interior, por ejemplo).

Se trataría de que viajaran quienes ocupan los escalafones más bajos, secretarios de Estado o embajadores, algo que ya hizo Lituania al enviar a su embajador esta semana a una reunión de competitividad organizada por la presidencia húngara, así como rangos inferiores al ministro a la de medio ambiente. Otra opción que apuntan algunas fuentes sería suspender o cambiar el encuentro informal de ministros de Exteriores previsto para el próximo mes de agosto, conocido en argot comunitario como Gymnich, por ser el nombre de la ciudad donde se celebró por primera vez.

Budapest discrepa de que su comportamiento vaya contra los tratados comunitarios. Este viernes, horas después de que el primer ministro se viera con Trump, su portavoz internacional, Zoltán Kovács, ha interpelado directamente a la Comisión Europea y al Consejo: “Estamos abriendo canales con la esperanza de alcanzar la paz lo antes posible. ¿Desde cuándo estos esfuerzos bilaterales van en contra de este apartado?”, ha asegurado en referencia al artículo utilizado para reprochar a los húngaros su ruptura de los tratados con esta actitud.

La gran discrepancia con Orbán cuando habla de paz no es el objetivo en sí, sino los términos y el camino para alcanzarla. Como explicaba un diplomático la semana pasada, “hay que añadir los adjetivos justa y duradera” o de lo contrario eso no es más que consagrar la ruptura de la integridad territorial de Ucrania sin la garantía de que Rusia no vuelva a agredir a su vecino. Dicho de otro modo: se trata de evitar que suceda lo que pasó en 2014 con la invasión de la península ucrania de Crimea.

Tampoco Trump hace suyas las condiciones para la paz ―“justa y duradera”— que plantean la UE, la OTAN y la Administración Biden. De hecho, él mismo ha escrito en su red social, Truth, al acabar la reunión con Orbán, que “debe haber paz, y rápido”. El republicano lo hacía, a su vez, sobre una foto de un mensaje de Orbán en el que decía que habían hablado de paz y que Trump lo iba a resolver.

Trump y Orbán no solo tienen grandes coincidencias en su ideología ultra, también ambos mantienen una muy mala relación con Zelenski. Cuando Trump era presidente, fue una llamada al líder ucranio —en la que le reclamó que abriera una investigación judicial contra el hijo del demócrata y hoy presidente Joe Biden, Hunter Biden, que tenía negocios en Ucrania— la que motivó su primer impeachment. Trump amenazó a Zelenski con congelar la ayuda a Ucrania, que entonces luchaba contra las tropas manejadas por Rusia en la región de Donbás.

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